¡Qué manía de vivir tiene la vida! Se levanta con cada caída y brota en flor después del yerto invierno, e irrumpe en sonrisas de sol después del desierto del desamor. Atraviesa el pavimento inerte y resurge después de la aparente muerte, con un impulso inevitable, adoptando la forma más adecuada para su ambiente.
La vida, ese fenómeno de entropía negativa, que surge ante nuestra percepción con nuestra propia vida. La vida de que somos, y que imaginamos en su origen, ya sea en mito de imaginación de religión, como una mágica creación, o a través de una ciencia ficción, como un romance espontáneo entre átomos y moléculas, que se conocen en una sopa primordial, aprenden a reproducir su secuencia y después se expanden, se combinan y recombinan en formas más complejas que a la larga también se emparejan.
La vida, que se intercala en odios y entuertos, en abrazos, caricias y besos. La vida que cada mañana se ufana al despertar, con ese embeleso especial de existir y estar, aunque se sienta mal. porque sabe que todo sana.
Sí, qué manía de vivir tiene la vida, de enredarse y desenredarse el uno con el otro. Y así se halaga, se envidia, se odia, se ama, se posee, se devora, se sufre y se entierra. En fin, que uno no puede vivir sin el otro y el otro sin uno, es ninguno. Porque la vida ha sido siempre, desde un principio, asamblea, ecosistema. Átomos y moléculas enraizados, atraídos, repulsados. Condensaciones de energía vibrante, de luz y polvo de origen cósmico, reunidos en conciertos espectaculares de forma y personalidad. Orquestando y conglomerando elementos, momentos, pensamientos en progresiones cada vez, más sutiles y complejas.
Evolucionando formas a partir de un impulso de luz y energía de las estrellas, adquiriendo conformaciones cada vez más complejas, desarrollando una conciencia de sí, que a la larga le permitirá verse a sí misma, con sus cabellos de estelas de universo, y sentir su propia existencia. Evolucionando, en amalgamas de sabores biodiversos, los infinitos seres y personajes de esta obra maestra del universo.
La vida se arregla y se desarregla, se armoniza y se desarmoniza, en extinciones, nuevas especies, y adaptaciones, hasta llegar a tener la posibilidad de cantarse a sí misma. La vida se sana, crece y evoluciona entre períodos geológicos, y entre noches y mañanas, sin prisa. Se estira, se define, se seduce, se ama, se reproduce, se olvida, se recuerda, se apasiona y se calma.
En un abrir y cerrar de ojos, mira hacia sus tiempos de origen a través de la historia y la prehistoria, al punto de inicio, hasta donde le permiten sus capacidades de imaginación y conciencia, fermentadas, a través de diseños y procesos infinitamente complejos, de tiempo y espacio, de recombinaciones y relaciones, de amenazas y esperanzas. A través de muertes y nacimientos, lágrimas y carcajadas, nostalgias y sonrisas, marejadas volcanes y brisas.
Y dicen que a veces se la ve desnuda, poblando muda cada partitura de la sinfonía. Como un aliento de mar profundo, como una fragancia ignota que aloca y despierta lo inanimado; a brotar, a girar, a cambiar, a sufrir, a gozar, a cantar. Como el soplo encantado de un océano incomprensible de existencia y no existencia.
¡Qué manía de vivir tiene la vida!