La inesperada «cuarentena» sacudió a crédulos y ateos, a ricos y pobres, a sabios e ignorantes. Muchos lo interpretan como un enérgico llamado de la naturaleza para -desde un microscópico elemento sin vida- no sólo es capaz de corregir desvíos autodestructivos sino poner en evidencia la fragilidad del hombre… torpemente embriagado de soberbia y orgulloso por su asombroso avance en la carrera armamentista.
Bueno, la verdadera significación y consecuencia de este remezón planetario -cuyo origen y causa se hunde en variadas especulaciones- tendrá, parece, una secuencia de la cual no se sabe cuántos capítulos más tendrá en el futuro. Mientras se aclare el misterio, oremos para que la lección se aprenda pronto y correctamente… ¡que este tirón de orejas nos obligue en el futuro a «gerenciar» el cuido del ambiente y administrar en paz la venidera convivencia humana!.
En lo que concierne a mi experiencia personal, confieso que la obligada cuarentena rompió con una rutina que venía apoderándose de mí y me está devolviendo hábitos que, en mi inconsciente cotidianidad, los iba perdiendo.
La cuarentena, por ejemplo, me acercó a esos libros que me habían seducido en la juventud. Estoy comprobando que no sólo los tenía alejados sino había olvidado practicar la sabiduría de sus enseñanzas o -en otros casos- descubrir que me estaba asimilando a mensajes que, en esos tiempos, no estaban dentro de mis convicciones éticas. ¡La naturaleza a través de la cuarentena, también me está haciendo un parao en el plano personal!
En este redescubrimiento al azar que hago en los anaqueles de mi vieja biblioteca, leo y reflexiono sobre un ensayo del profesor Angel Capelleti -distinguido intelectual de la Universidad de los Andes- quien me recuerda all reformador Martín Lutero, feroz crítico de la jerarquía papal por su acumulación de poder. Ante esta postura observo que, contradictoriamente, el severo censor fue un defensor del nacionalismo alemán y, en consecuencia, contribuyente ideológico para justificar la muerte de millares de seres humanos. ¡La historia adicta a eventuales propagandas sectarias esconde siempre el lado oscuro de la luna!
Luego, en este tour sin ruidos y encerrado en mi casa, salpico algunas páginas de El Príncipe, del controvertido Don Nicolás Maquiavelo, diestro consejero de palacio que usaba el cinismo, el descaro, la simulación y el engaño para lograrle «más y más poder» a su abúlico soberano. Pues, adentrándome a la realidad, esa abominable metodología -públicamente repudiada en los discursos por la mayoría de los que hoy ambicionan poder- es el oculto cabildeo que se maneja, en pleno siglo XXI, en las secretas negociaciones de la diplomacia internacional. ¡Todo vale!, diría un «Viva la pepa» o un «Lechuga fresca».
Otra portada de libro: Del Espíritu de la Leyes, del genial Barón francés Charles-Louis Monstesquieu, genuino representante de la época Ilustrada y visionario de la arquitectura funcional del sistema democrático. Indiscutible aporte a la más sensata organización política-social conocida del mundo. Sin embargo, como observación quizás inoportuna e ingenua, siempre me ha intrigado una supuesta contradicción entre su mensaje de «hombres libres e iguales» con su silencio ante el esclavismo. ¿Será consecuencia de su origen y apego a la burguesía? ¡Observación intrascendente, repito, ante su valiosísimo aporte de cómo los hombres deben manejar el belicoso Poder!
Sigue mi tarea de ratón de biblioteca en esta inesperada y larga jornada de confinamiento obligado. En un rincón del estante, un libro lleno de subrayados y anotaciones al margen: El Fenómeno Humano de Pierre Tielhard de Chardin. ¿Lo recuerda? Era el catesismo -junto a Humanismo Integral de Jacques Maritain- de los muchachos que abrazamos el socialcristianismo en la década del 60. Su magistral síntesis compatible entre Ciencia y Fe, zanja la terca y secular polémica de la evolución. Ese sólido sostén doctrinario no debiera estar en el patio trasero de tantas bibliotecas cristianas. ¡Su lucidez argumental tiene hoy coherente y vibrante vigencia!
Hoy, después de mi sexto día de rigurosa cuarentena, interrupto este reconfortante paseo entre «libros» y «libracos», en el deseo de proseguir mañana... pero, finalmente me detengo en un ensayo referido a los insignes revolucionarios Carlos Marx y Aleksandrovich Bakunin, con posiciones coincidentes en un tramo de la lucha y enfrentados en otra. Con sutileza, Bakunin ataca la «dictadura del proletariado» cuando dice, «un Estado cupular y absoluto sin esclavitud es inconcebible». La referencia es lapidaria para retratar a la fracasada utopía marxista.
Como ven, este inesperado confinamiento planetario -cuyas causas originales aún están en busca de una explicación- sirve, entre otras salidas positivas, para desempolvar libros, revisarlos, retomar sueños pasados o reiterar rechazos que fueron antitéticos ayer y hoy.
Como ven, al virus puede quitársele la cara terrible. Su enemiga terapéutica -la cuarentena- puede ser una positiva oportunidad para inventar... ¡tiempos de cambio!