Las alarmas se dispararon mundialmente. Llegó el Apocalipsis. ¿Qué sucede? Apareció un nuevo virus en la China (COVID-19) que, según la marea mediática global dominante, es más peligroso que la energía atómica desbocada, que la peste bubónica que mató un tercio de europeos en la Edad Media, virus ¡capaz de destruir el planeta! (¿se propagará también al sistema solar? ¿Matará alienígenas? ¿Estaba ya predicho por las Profecías de Nostradamus?).
Curioso, sin dudas. Su tasa real de mortalidad en la llamada Zona Cero (la ciudad china donde apareció el nuevo agente patógeno: Wuhan) es del 3%, en tanto que fuera de esa área se sitúa en el 0.7%. Pero vale aclarar que puede ser grave solo en personas de tercera edad o en quienes padecen insuficiencias inmunológicas.
Es decir: no es la temible, espantosa, terrorífica calamidad que se pinta, que ataca a todo el mundo como las pintorescas películas hollywoodienses. La hidrofobia tiene una tasa de mortalidad del 95%; el ébola de 50%, el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio -MERS- del 34%, el Síndrome Respiratorio Agudo Grave - SARS- del 11%. Hay enfermedades mucho más peligrosas, como la fiebre tifoidea, la hepatitis B, el Sika, con tasas de morbimortalidad mucho más preocupantes, pero eso no desata la actual histeria colectiva. Incluso hay estudios que entienden que las tasas de mortalidad del coronavirus serían todavía más bajas del 3%, puesto que existen muchos pacientes asintomáticos. En síntesis: su tasa de supervivencia más baja es del 97%, aunque es probable que ésta llegue o supere el 99.7 %. Definitivamente, el nuevo virus es dañino, pero en absoluto tiene la peligrosidad que las usinas mediáticas comerciales parecen conferirle. Es algo así como un resfriado. ¿Por qué la locura actual?
Siendo claros: la gripe común mata infinitamente más gente en el mundo que el dichoso coronavirus. Según datos de la Organización Mundial de la Salud -OMS- entre 500.000 y 650.000 personas fallecen anualmente a causa de la gripe. Y nunca, ningún Gobierno ni agencia internacional, promociona tamaña parafernalia con ella como se ve ahora con el COVID-19: se suspenden congresos internacionales (el Mobile World Congress de Barcelona, donde China iba a exponer su portentoso poderío comunicacional con las tecnologías 5G), quizá los Juegos Olímpicos de Tokio, numerosos eventos globales, justas deportivas, se cierran ciudades, se paralizan vuelos comerciales, se decretan cuarentenas, se terminan las mascarillas por todos lados…, y el pánico generalizado se azuza de modo demencial. Los medios masivos de comunicación, curiosamente, en vez de tranquilizar los ánimos mostrando que la gravedad no es tan descomunal como sí sucede con otras afecciones, llevan la preocupación y el alarmismo a niveles llamativamente paroxísticos.
¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué se da ese complejo fenómeno? ¿Por qué este resfriado pasó a ser una nueva plaga bíblica, capaz de borrar a la especie humana de la faz del planeta? Definitivamente, muy curioso. El coronavirus, independientemente de cómo se haya generado (se habló de arma bacteriológica china salida de control, o de ataque bacteriológico estadounidense contra el gigante asiático para parar su ascenso incontenible), no es la «peor maldición que haya caído sobre la humanidad». De hecho, el presidente chino Xi Jinping acaba de visitar la ciudad de Wuhan para declarar que la epidemia está «contenida». Y la misma OMS reconoce que el Gobierno chino actuó perfectamente en términos sanitarios, conteniendo satisfactoriamente el virus. Pero, sin embargo, ese entre internacional declara «pandemia» por la propagación de la infección, con lo que se instaura este terror generalizado. Terror, si se observa cuidadosamente, infundado.
No hay dudas que, como cualquier virus nuevo, se abre un espacio de preocupación; el COVID-19 no se sabe aún cómo evolucionará, y por supuesto debe ser tratado con cuidado. Existe un riesgo, definitivamente. Lo altamente llamativo es que, al unísono, en todo el mundo -¿parece plan orquestado?- se crea este clima de locura generalizada, y los gobiernos, todos por igual, al igual que los medios masivos de comunicación, contribuyen a alimentar esta desesperación. Se acaban las mascarillas, la población abarrota los supermercados buscando jabón gel y papel higiénico (aunque no se sepa para qué), y el clima de película de terror de Hollywood parece ya instalado. ¿Qué sigue después? Según algunas investigaciones, el plan pergeñado puede ser diabólico. Por lo pronto, es realmente diabólico el tratamiento que se le está dando al problema. ¿Por qué hemos sido llevados planetariamente a este nivel de locura frenética?
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmó que «este virus no respeta fronteras; no distingue entre razas o etnias; y no tiene en cuenta el PIB o el nivel de desarrollo de un país». Es decir, es un virus «muy democrático». ¡Alarma global con el coronavirus! Pero como dijo Luis Gonzalo Segura:
La ONU señaló en su informe de 2019 que durante 2018 alrededor de 113 millones de personas murieron de hambre, 143 millones de personas estaban cerca de perecer por este motivo y en total más de 800 millones de personas en el mundo padecían hambre. Sin embargo, esta epidemia no es contagiosa.
Del hambre, por supuesto, no se habla.
Piensa mal y acertarás, dice el refrán. El virus apareció en China; ¿hubiera causado el mismo escándalo si surgía, por ejemplo, en Uruguay, o en Noruega? ¿Se cubren periodísticamente con igual intensidad las muertes por hambre? En vez de salir corriendo desesperados a comprar papel higiénico, ¿qué tal si tratamos de informarnos críticamente un poco más de esto?