Yo he tenido mucha suerte en mi vida. Desde el momento en le que nací hasta ahora, he tenido suerte y soy plenamente consciente de ello. Probablemente por eso, mis opiniones en ciertos asuntos no sean las mejores, las que comparta la mayoría de la gente, o las más modernas.
Dicho esto, el pasado fin de semana vi la segunda temporada de Élite. Para quienes no la conozcan, se trata de una serie española de Netflix que transcurre en un colegio de alta alcurnia al que asiste la élite de la sociedad madrileña. La trama gira entorno al asesinato de una alumna, y la relación que tenía la víctima con diversos compañeros, entre los que se encuentran 4 becados. En general, la serie tiene sus cosas positivas (una cinematografía espléndida, el desarrollo de algunos de los personajes y el hecho de ser increíblemente adictiva) y sus cosas negativas (los actores, el guion de telenovela, y prácticamente todo lo demás).
Pero no quiero hablar de la serie, sino de uno de los personajes: Cayetana (atención spoilers). Cayetana es la hija de la nueva limpiadora del colegio, y disfruta de una beca para poder estudiar ahí. Recién llegada, ayuda a su madre a limpiar en diferentes mansiones y hace ropa financiada a través de campañas de crowdfounding. ¿Hemos llegado todos a la misma conclusión? ¡Sí, una cenicienta moderna!
O eso piensan los guionistas que ponen estas palabras en su boca:
«Pensaba que mi vida podía ser como un cuento de hadas, yo la cenicienta. Es fuerte. Es lo que nos dicen a las niñas desde pequeñas. Pero es una farsa. Así que creo que es mejor que yo vuelva a mi mundo. […] Me han echado».
«¿La cenicienta no termina con un final feliz?», pregunta Polo, el «príncipe azul» de turno.
«Sí. Porque es un cuento para niñas».
(Élite, T02 E08)
Es un discurso muy habitual en las narrativas modernas y suele ir de la mano de personajes fuertes que «no necesitan ser rescatados por hombres», y que «ya no viven engañados por las farsas que se les vendía de pequeños».
Como quien marca una casilla en el formulario, el discurso se encaja en el momento indicado para ganar puntos entre los espectadores modernos.
Sin embargo, en muchos de estos casos, el paralelismo es simplemente cosmético.
Cayetana y la Cenicienta no tienen nada en común más allá de su estrato social (y ni eso, porque la Cenicienta solo era sirvienta en su casa porque su madrastra la obligaba, mientras que Cayetana viene de una familia humilde).
Pero para entender la historia de Cenicienta es necesario mirar más allá de la secuencia: a criada le regalan un vestido, criada va al baile, príncipe se casa con criada.
Hay que – y parece mentira que tenga que decirlo – mirar al personaje de Cenicienta, cómo actúa a lo largo de la historia y qué hace para merecer «el premio». Si leemos el cuento de los hermanos Grimm, Cenicienta es una víctima de los abusos de su familia, que la humilla y maltrata constantemente. Y aún así, siempre es solícita, trabajadora y buena. Si miramos más allá, a las versiones más conocidas como las de Disney, vemos que es honesta, firme, fiel y tenaz. Cuando quiere algo, trabaja para conseguirlo, pero nunca miente o engañan a los que la rodean. Nunca busca un atajo.
El objetivo de Cenicienta no es en ningún momento «salir de la pobreza», sino disfrutar de un día de libertad. Cenicienta no va a «cazar al príncipe». En muchas de las versiones actuales, ni siquiera sabe que está bailando con él. El vestido que lleva al baile es – en todas las versiones – un regalo. Nunca es algo que «tome prestado sin permiso», principalmente porque a eso se le llama robar y está mal visto en la mayoría de sociedades.
Volvamos a Cayetana. Este personaje entra en la serie mintiendo, haciendo de menos a su propia madre. Se da a entender que está engañando a aquellos que la apoyan en sus campañas de crowdfounding y en la propia serie se la ve llevando a cabo una estafa y robando.
Cayetana no es una cenicienta, no porque no consiga su «final feliz», sino porque no ha entendido la moraleja del cuento.
Las princesas de los cuentos de hadas, reciben su final feliz como recompensa por rasgos dignos de admirar. Compasión, perseverancia, bondad, seguir las reglas – o romperlas, dependiendo del contexto -, perseguir los sueños, luchar… Estos son los motivos por los cuales las princesas son las protagonistas. Los cuentos de hadas no están pensados para tomárselos al pie de la letra, sino como lecciones de moralidad (y entretenimiento, con una pizca de gore para darle sabor).
Cayetana se asemeja más a las hermanastras que a la protagonista del cuento. Cuando cae en desgracia, es un justo castigo por cometer un delito, por ser más falsa que una moneda de Popeye y por aprovecharse de la generosidad de quienes la rodean, por sus prejuicios y por su arrogancia.
Verla caer me produjo una sensación similar a la que se siente cuando los villanos se encuentran con su merecido (en el caso de Cenicienta, dos pájaros le sacan los ojos a las hermanastras, que anteriormente se habían cortado los dedos y talones de los pies).
Poner en boca de Cayetana el discurso de liberación femenino no solo le hace un flaco favor al movimiento feminista, sino que demuestra, desgraciadamente, una falta de comprensión del papel que tienen los cuentos en la sociedad.