Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta.
Así comienza Sendas de Oku, el diario de viaje que escribió el poeta japonés Matsuo Basho (1644-1694), el cual después de un viaje a pie de cinco meses lo escribió en 1689. Fueron dos mil kilómetros en un itinerario hacia su interior y, al mismo tiempo, geográfico.
Tuve la suerte de que una nueva edición, preciosa, de este libro, me lo regaló en Tokio Elena Gallego, profesora de la Universidad Sofía.
Pensando en el bagaje cultural de cada uno, yo siempre he comparado el nivel con los peldaños de una escalera.
Si estás a ras del suelo, el horizonte que ves es muy limitado y te crees que ahí está todo el conocimiento del mundo. Subes un peldaño y el horizonte se agranda. Entonces compruebas que ahora sabes menos que antes porque tu visión del universo que te rodea se ha ampliado. Cuando más peldaños subes, más cosas ignoras, ya que amplías la visión del saber que te circunda. Stephen Hawking nos indica el camino en su obra A hombros de gigantes, desde ahí tendremos una perspectiva más amplia que nos motivará a seguir aprendiendo.
Y cuando más o menos estás acomodado en tu peldaño suponiendo que sabes algo, en una vanidad que te pierde, hete ahí que un día compruebas con estupor la evidencia de lo que dijo Sócrates: «Solo sé que no sé nada».
Eso sentí cuando cuando la profesora me regaló Sendas de Oku, de Matsuo Bashō, en esta nueva edición de 2018, traducida por Masateru Ito y supervisada por la propia Elena.
Octavio Paz publicó en 1957 una traducción bastante libre del texto, pero con excelentes resultados poéticos. Dijo:
La poesía de Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que contempla largamente un árbol y un cuervo sobre el árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que después de remendarse las ropas raídas leía a los poetas chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los labradores y las prostitutas, los monjes y los niños, es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago.
La idea del viaje —viaje desde las nubes de esta existencia hacia las nubes de la otra— está presente en toda la obra de Basho.
Viajero fantasma, un día antes de morir escribe este poema:
«Caído en el viaje:/ Mis sueños en el llano / dan vueltas y vueltas».
Yo debería haber sabido que Bashō, es uno de los autores más importantes de la literatura japonesa y fue uno de los primeros en dignificar el haiku como forma poética japonesa tradicional, con composiciones de una sencilla y sublime belleza:
Hoy el rocío / Borrará lo escrito / En mi sombrero.