Hoy, después de haber terminado mis cosas, salí a caminar 8 kilómetros, es decir, 8.000 metros. Unos 11.000 pasos, que hago en una hora y 20 minutos, o sea, en 80 minutos.
Salí a las 7 de la mañana y caminé, como todos los días, a una velocidad de un kilómetro por cada 12 minutos. Es decir, unos 5 kilómetros por hora. Esta es mi terapia psicofísica. Me hace sentir mejor, me desahoga y llena de energía. Además, libera mi imaginación y me permite dejar atrás mis penas y pensamientos obsesivos.
No estoy deprimido, pero me encuentro en un estado intermedio, que fácilmente me lleva a la melancolía de la cual quiero huir. Me doy cuenta que sigo rituales. Me levanto tempranísimo. Dedico unas horas a la escritura y lectura y después salgo a caminar antes de partir a la oficina.
A veces lloro en silencio, otras río. Entro en un tema y lo persigo. Cuento pasos, personas, me imagino situaciones, conversaciones y recuerdo el pasado y todo lo que ha sido.
El recorrido es siempre el mismo y temo que en muchos se reconozcan y pregunten que me lleva a caminar siempre y repetidamente a la misma hora y por el mismo camino. Paso por un bar y veo la gente que bebe su café, en una panadería, siento el perfume del pan fresco y observo los clientes, en muchos casos, acompañados de niños.
Reconozco los coches, las personas que llevan a sus hijos a la escuela y durante ese breve período de tiempo, las calles cambian. Paso cerca de una escuela que se puebla a partir de las 8 menos 5. Me encuentro con el peluquero que abre su negocio y lo saludo. A las 8:05 cruzo una señora, casi siempre en el mismo lugar y pienso que el mundo sigue una rutina irrompible y que tengo que escapar, desprenderme de todo y buscar otro destino.
El recorrido es de unos 1.380 pasos que repito varias veces desde las 7:00 hasta las 8:25. Parto hacia el oeste, doblo al sur, después al este, afrontando de cara el sol de la mañana para girar hacia el norte, cerrando un rectángulo. Doblo siempre hacia la izquierda y llego al punto de partida para comenzar otra vuelta y otra más, contando inexorablemente los minutos. En la tercera esquina hay un reloj y puedo anticipar con precisión la hora en que lo veré en la vuelta sucesiva. De las 7:12 a las 7:24, a las 7:36 y así sucesivamente hasta el final.
Esto me hace pensar en el libro de Carlo Rovelli, El Orden del Tiempo, donde pregunta si el tiempo existe en nosotros o nosotros en el tiempo. Y así, caminando, me descubro prisionero de mí mismo, de mi pasado, sentimientos, conceptos y recuerdos.