En la gran película de Clint Eastwood Invictus, basada en el también estupendo libro de John Carlin El Factor Humano, Nelson Mandela habla con su secretaria de las concesiones que hace tas subir al poder a la minoría blanca, puesto que esta ocupa el poder económico y el ejército. La conversación tiene su origen en una votación del Consejo de Deportes para cambiar el nombre y colores del célebre equipo de rugby sudafricano, los Springboks, ya que eran un símbolo del apartheid. Mandela se opuso al cambio, que no se produjo por escaso margen, y se jugó su crédito político en ello. Al parecer, esa conversación tuvo lugar, o una muy similar.
He recordado esa escena con la investidura que recientemente vivimos, y los agrios reproches vertidos en sus discursos. Al margen de situaciones cómicas, como Arrimadas hablando de la pérdida de votos de la izquierda cuando su partido ha palmado más de 40 escaños en unos meses, esa minoría blanca de la que hablaba Morgan Freeman en su espléndida interpretación de Mandela me recordaba a la derecha española, por necesitar algún tipo de consideración y no aceptar la derrota. Las actitudes de VOX, PP y de los pocos asientos que tiene Ciudadanos han sido de vergüenza ajena; presionando a diputados, amenazando, insultando y, en última instancia, llamando al lamentable transfuguismo político.
Todo ese matonismo evoca a épocas y actitudes de la primera mitad del siglo XX y debe verse como una pataleta más de niño malcriado, cosa que también es. Ese mal perder enseña cómo de imprevista fue para ellos la sucesión de pactos que permitió al PSOE comenzar gobierno con UP, con el beneplácito de ERC, y que supuso el fin de sus esperanzas de gobernar tras tantas elecciones como hiciera falta.
Lo más preocupante es la división que el poderoso brazo mediático de la derecha parece haber causado en la población, de manera totalmente irresponsable, y ahora no son pocos los que sufrieron con Rajoy por su incompetencia y falta de políticas sociales, pero creen que se les viene el infierno encima. Y no es raro ver a algunas de esas personas recurrir al mismo matonismo que los líderes políticos en las redes, medios de comunicación y, lo que es peor, en las calles.
Tengo mucha fe que este Gobierno trabajará bien para invertir esas creencias, especialmente entre los estratos más bajos de la sociedad, puesto que es entre esas personas más vulnerables donde, paradójicamente, a veces cala más el mensaje ultraderechista. De no ser así, este gobierno no llegará ni a la mitad de la legislatura, y eso esperando que las amenazas y coacciones que ya se han dado no lleguen a más.
Me parece muy irresponsable la actitud de los partidos conservadores y ultras, y de sus numerosos medios afines, forzando la división en las calles, como hace décadas, y obstaculizando la salida de una crisis económica que ya dura demasiado y de la que Rajoy nunca vislumbró una salida.