Para iniciar el 2020 y tercera década del siglo XXI, de enormes expectativas para el istmo - al celebrarse el próximo 2021 el Bicentenario de la Independencia de las patrias centroamericanas, publiqué en estas páginas la muestra (TEXTO.Contexto) del maestro Rolando Castellón en el espacio Reunión, y el presente «Nuestros ojos no pueden parar de parpadear», Casa MA, Botica Solera de la capital San José. Las reseño no solo por ser en sí mismas culminación de importantes eventos de los años dos mil diez, sino por su alto quilate en materia de arte contemporáneo.

Los impulsos de exposición, vinculación, proyección e investigación en arte contemporáneo por parte de agrupaciones o colectivos, alcanzan zonas de amplia autonomía. Posibilitan desligarse no solo de la oficialidad, sino que y -en tanto acción «emergente»-, miran hacia las periferias, hacia los estudios y talleres de artistas incluso no valle-centrados -como en este caso-, gestando estética y creatividad desde toda superficie cultural local, del país, y del istmo. Testimonio de esta apertura y acción inclusiva es el libro Red Casa MA 2019, publicado para este segundo proyecto.

Las organizadoras de Casa MA, Gala Berger, Karla Herencia y Anna Matteucci, se cuestionan cómo establecer las perspectivas feministas inspiradas en el análisis de Orientación, de Sara Ahmed, que opere en la articulación entre la corporalidad y lo espacial, y pueda ser visualizado en un proyecto expositivo para, tal y como comenta Berger en el catálogo de esta segunda versión: «incorporar nuevos debates, movimientos y desorientaciones que desafíen el orden geográfico aparente y las direcciones convencionalmente guiadas».

Boquete liminar

La obra de arte contemporáneo juega con la ironía, abre un intersticio lúdico a las armas de doble filo, y en tanto es una puerta introduce, además, la subjetividad y ambigüedad, por lo tanto, carga al proyecto de la consecuente incertidumbre, instigadora pero esperable. Tratar de definir el término de puerta de acceso o de artistas «emergentes» para un proyecto en artes visuales del género, me condujo a Patricia Aschieri, investigadora de la Universidad de Buenos Aires, quien nos aproxima al término:

Lo liminal o liminar hace referencia a una zona de pasaje, a una puerta de entrada, al origen de una zona de ambigüedad en la que algo deja de ser lo que era, para potencialmente poder transformarse en otra cosa. Convoca lo lindante, lo fronterizo, lo que pareciera continuo pero que no lo es.

(véase aquí)

La práctica artística contemporánea, insisto, es un paso por lo (dis)continuo e incierto, pero poseedor de pulso y desafío, lo hace desde el territorio de los conocimientos y experticia, lo cual conlleva materializar lo que produce, pero también moverse en el terreno de lo subjetivo, obligando a ser reingeniería con sus lenguajes y maneras de expresión o manifestación crítico-creativa, y hasta quizás, empate con la idea de (des)orientación de Ahmed, aludida por las curadoras.

Casa MA 2019, espacios de visibilización

Llegar a un museo interesa en particular a los artistas, pero no siempre esa cultura central se interesa en sus productos. Hoy, desvinculándose de los intereses oficiales la contra-cultura o no oficialidad ve hacia otras fuerzas fronterizas: personales, privadas y/o de grupos recíprocos y de autogestión como Museo de Pobre, ARTSéum, LaNobienal, REUNION, en los cuales converge desde la ironía al reto por su aceptación. En el caso de Casa MA, esta se realizó en una casa de habitación en Tibás, 2018, y en el recién pasado 2019 en una antigua botica que fue restaurada para ofrecer otros espacios dentro de esa carencia de visibilidad para el arte, sobre todo el joven y emergente, como en este caso, de la mujer.

La frase de Gala Berger destacada para la propuesta: «porque siempre somos más fuertes cuando trabajamos juntas», identifica una superficie de inflexión (la sala, galería, museo, el ámbito nacional y regional) para repensar las miradas puestas en el arte, potenciado por las sinergias en un proyecto colaborativo. Y, desde el foco mismo de la curaduría, Karla Herencia acota: «CASA MA-nosotras las artistas visuales- te invita a parpadear para despertar».

Parpadear/Despertar

Pocas veces disfruto tanto de un título o subtítulo, esto de parpadear para despertar, pues, a veces, aunque estemos despiertos, dormimos, y al abrir los ojos nos percatamos de que todo cambió, y los demás nos dejaron atrás, nos adelantaron e impávidos no se sabe como actuar ante la desventaja, quedando desfallecidos a la vera del camino. Implica abrir los ojos quizás a nuevas sensibilidades, significa engatillar la mirada hacia otras maneras de explorar la museografía, de replantearse la práctica artística dentro de esa visión de (des)orientar referenciando a Ahmed.

En esta segunda edición, las expositoras de la primera versión actuaron como curadoras, invitando a una o más participantes a plantear la propuesta a exhibir. Es una metodología colaborativa o reingeniería cultural, que implica movimiento, evolución, contrate, confrontación, en tanto dos voces conociéndose a sí mismas se revelan sus tácticas al asumir el reto, tengan empatía o no.

Visitar los espacios de una antigua botica, hoy recuperados como salas expositivas, nos percatamos además de otras formas de disidencia, para pulsar el interruptor que nos catapulte y empodere, y que haga al espectador parpadear, para refrescar la mirada, fija en obras muy de foco divergente, pero sin dejar de sentir esos jadeos interiores de cada exponente: sus extrañamientos pensantes, deseantes, cercanos, ávidos de esta cala de miradas. Todas ellas ven hacia sus contextos cercanos, a su propia casa, familia, padre o madre, o son una investigación auto-referencial, pero ataviadas de vivencias de identidad. Ella, las artistas y curadoras respiran en el mismo jardín cuyos perfumes fueron excitados por ese parpadear aludido por las curadoras en la construcción de esta propuesta.

Expositoras y curadoras

Revisando los textos del catálogo que comparten diversas visiones del arte y personalidad de cada artista o curadora que intrincan con esta producción y deseo manifiesto; me sirven como activadores emocionales en tanto al leer, despiertan nuestros propios relatos e interpretaciones que necesariamente interesa manifestar.

Victoria Salas, en la planta alta de la botica, expuso fotografías de su proceso de maternidad, y es presentada por Elia Arce, quien, como se dijo, argumenta: «Los restos de este diálogo visual quedarán en el espacio como una instalación vivida, dejando en evidencia el entonces y el ahora de una complicidad corporal, no verbal, de una artista que decidió ser madre y luchar por el control de su cuerpo».

Paulina Velásquez presentó a Lucía Madriz, considerando: «En su investigación más reciente convergen los temas de naturaleza y sabiduría ancestral, así como el estereotipo femenino que bajo la etiqueta de bruja ha servido para callar y amedrentar a las mujeres».

Anna Matteucci con Hannia Durán, reflexionó: «… explora diversas temáticas a partir del bordado, un arte culturalmente asociado a los valores tradicionales de lo doméstico, lo femenino, enhebrando en superficies flexibles posibles lecturas del ser mujer». A su vez se refiere a otra expositora, a Priscilla Méndez, de quien apreció: «… remezcla elementos icónicos del mundo de la internet con imágenes de su cuerpo aludiendo con ironía la sexualidad, la inocencia y la violencia, como un ejercicio de autorrepresentación en la era de la virtualidad existencial».

A Ivanna Yujimets la presenta Etefanny Carvajal: «… incita a reflexionar sobre la relación y el reconocimiento que tenemos con nuestra cotidianidad, con los objetos y elementos comunes, los cuales contienen una carga simbólica».

Andrea Siliézar escribe sobre la obra de Carmen Siliézar: «Es una forma de querer detener el tiempo y recordar un momento en la vida, de esa persona que fuimos en un pasado y que no está más, es despertar ese vestido dormido y volver a ponerlo frente al espectador para que él mismo cuente su historia».

Susana Sánchez se aproximó al espacio de transgénero, y en particular a las fotografías de Anel Kenjekeeva, por lo que asume el significado de la relación curatorial ante la situación, refiriendo a una conversación que la artista sostuvo con la psicóloga, docente de la UCR y mujer trans, Rafaela Sánchez: «Hay que tener apertura para ver todas las posibilidades del cuerpo y algo muy importante es no olvidar que no soy yo quien define quien es trans, es la persona trans que se define a sí misma». Además, Susana se refiere al performance de Camila Trejos Reyes: «Dicha conducta convierte este performance que las Drag hacen en algo mucho más explícito y evidente, permitiendo al espectador cuestionarse si realmente solo existe una forma en la que se debe proyectar y vivir el género establecido por la sociedad».

Para dar el paso a exponer, Ivannia Lasso es presentada por Karla Herencia, quien comenta: «La propuesta exige volver la mirada a espacios violentamente ignorados por su posición de pobreza y falta de los recursos necesarios para una vida digna y segura. Superficies que luchan por permanecer a pesar de la adversidad de su entorno, lo cual habilita un diálogo con los procesos culturales, políticos y ambientales que intervienen en el deterioro y el abandono».

También Herencia es curadora de Károl Rodríguez, de quien distingue un «humor de denuncia», al cuestionar situaciones sociales que van desde la corrupción política, la violencia e incluso lo ambiental. «Plantea un compromiso hacia, desde y para la sociedad costarricense».

Alejandra Ramírez es introducida por Verónica Alfaro quien analiza: «Utiliza narrativas que parten de una posible ficción, sin embargo (acá encontramos la trampa), esta nunca se transforma en mentira. En el momento que nos identificamos con estos relatos como cuerpos singulares, esto se vuelve una realidad…». Esta misma curadora presenta la propuesta de Diana Barquero, de quien destaca: «El paisaje, la ruina y la memoria son el punto de partida de Diana. Su trabajo se alimenta de la necesidad de indagar en las posibilidades para documentar aquellos lapsos en los que nuestro entorno se nos muestra frágil, cambiante».

Una reproducción de la pintura de June Beer, presentada por Gala Berger, nos recibe con esta nota en vez de cédula de lo expuesto, reza: «Por razones de público conocimiento, ha sido imposible transportar la pieza de June Beer desde Nicaragua para participar en la exhibición». Sin embargo, publica su reflexión y análisis del poder que posee el arte de Beer en el contexto centroamericano actual.

A Andrea Bravo la introdujo Danny Brenes, quien en un texto poético evoca, sus relaciones intrapersonales, entre ella y su madre ya desaparecida, y dice: «Estas fotos son estas fotos, los collages que componen Qué dicha que nos tenemos, de Andrea Bravo, como un monumento bidimensional de que lo pasajero deja huella y de que lo que nos forma es efímero».

Considerando lo expuesto por curadoras o artistas, y -con esto cierro el comentario, que desde el principio destaqué por la cala del lenguaje y quilates del arte convocado-, entramos por otro boquete, intersticio o superficie para la lectura e interpretación de Nuestros ojos no pueden parar de parpadear. Es ahí donde aparecen los significados de reverberantes narrativas, y, con esto, anticipar la pócima de la jugada, a lo que llegamos en el momento de cruzar el umbral del viejo edificio de Barrio México, al noroeste de la capital, por cierto, una zona también deprimida por las tensiones urbanas, pero que no nos detiene en nuestro cotidiano intento de buscar el arte.

El no saber depara interés, en tanto si desde un principio supiéramos qué significados vamos a catar, perderíamos el impulso de recorrer estos espacios de género, inspirados, desafiantes, como aprecian las curadoras, en la condición de (des)orientación y anales de un tiempo neutro, que se eterniza o por el contrario, actúa como fractal multiplicándose y ser puerta para venideros proyectos de Casa MA.