Réunion es un espacio expositivo de arte contemporáneo, como otros lugares que brotan en la ciudad capital San José de Costa Rica y periferia, ante la necesidad que tienen los creadores visuales de exponer sus investigaciones y producción creativa, en un país donde la cultura oficial cuenta con museos y suficientes metros cuadrados de salas, equipos de trabajo especializado, e infraestructura afín, pero no hay lugar para exhibir. De ahí que hayan flujos emergentes en la llanura de lo privado, como LaNOBienal, Museo de Pobre&Trabajador, y este mismo espacio en San Rafael de Escazú, que motivan a entablar una reflexión desde la contracultura, en tanto que dentro de los bordes de la oficialidad se advierte desgaste y un rotar en torno a lo mismo.
(Texto. Contexto)
Aproximarnos a tener una adecuada lectura y análisis de la obra contemporánea del maestro (nicaragüense-costarricense) Rolando Castellón, curada por Gala Berger y Carlos Fernández para Réunion, requiere revisar algunos asuntos centrales a la teoría del arte. Es un trabajo áspero, crítico, nada acomodadizo ni complaciente, más bien desajusta, incomoda, subvierte lo que se sabe del arte y nos deja impávidos situados en la extensa superficie de la incertidumbre.
El maestro posee el teje-maneje y comprensión de los signos de su abecedario visual: No son tantos, pero, compuestos en diversidad de maneras portan a un lenguaje inconmensurable. Diría que lo considero calígrafo, pero va más allá de estas habilidades o de ser un mero especialista tipográfico creativo, bien podría hasta llamar a esas composiciones gráficas suyas, escrituras y «paraescrituras», con encuadres, cajas o anticajas nada convencionales, más bien son subjetivas, pero poseen la tarea de sostener su lenguaje.
Me atrevería también a insinuar que, más que dibujos, son notaciones descriptivas de verdaderas danzas «butho», pues al visualizar la concatenación simbólica previa a trazarlas, él se comporta como el maestro Zen, quien colecta en el sitio los impulsos o fuerzas que saben todo de él, lo definen, y llevará a la tela o al papel impregnándolas con el texto de su vida. Cada pieza, instalación, meme, caricatura, dibujo, perfil, retrato, es memoria vívida calada por más de ochenta años de existencia, y son una colecta de emocionalidad que se deja ir a la deriva arrojándose en ese performance previo o ritual chamánico, en tanto también él dice ser descendiente de la cultura maya.
Escrituras danzarias
Tal y como suele ocurrirme al visitar una exhibición, me recordó Códices de México, expuesta en 2017 en la Galería Nacional de San José, en el Centro Nacional de Ciencia y Cultura. Andando esos espacios me enteré que a quienes escribían los códices prehispánicos y de la época colonial mexicana se les llamaba tlacuilos. Pintaban sobre papel amate o sobre piel animal con tintes orgánicos, sintetizando en sus pictografías y glifos las historias, costumbres, religión, sociedad y economía de aquellos pueblos originarios de la gran Mesoamérica. Comenté en la revista La Fatal (nº 12, 2017) que quienes «escriben pintando», derivan una actividad eminentemente emocional y humana, primigenia e intuitiva de suma creatividad.
Pensé además que, quizás, podríamos afirmar la posibilidad de «escribir danzando», como lo hacían los maestros orientales al escribir sus trazos ideogramáticos, o «escribir cantando», en tanto que todas estas acciones sostienen el culto donde al individuo le es dado un «don», un «nexo» para entablar comunicación con lo divino y sagrado, similar al rol de los chamanes o «sukias» en nuestras culturas del ayer, quienes son caminantes, peregrinos, o migrantes, buscando una tierra donde caliente mejor el Sol, y aquellos cantos contribuían a despejarlo.
Caminar cantando
El sociólogo Ivar Zapp Naumann -amigo del maestro Castellón y autor de Atlantis in America: Navigators of the Ancient World, quien también publicó Retorno a la Edad de Oro: La lengua cuadriculada de los Huetares (2015, Editorial Tecnológica de Costa Rica), de quien publiqué en la revista digital española de diseño Experimenta, desdice la antigua percepción eurocéntrica acerca de la cultura de nuestros pueblos originarios, de que eran cacicazgos de agricultores y cazadores. Emplazó un contundente cuestionamiento de cómo una cultura capaz de edificar las pirámides de Palenque, Tikal, Chichén Itzá, Uxmal, Copán, y modelar los «kamales» y «Usekares» de oro por parte de los Huetares -tesoros arqueológicos que hoy podemos apreciar en los Museos del Banco Central de Costa Rica u otros museos del país-, tan solo se dedicaban a sembrar y desgranar maíz, una de las principales fuentes alimenticias del pasado y de siempre en esta región. El autor convence al argumentar que estos objetos magistralmente modelados en oro, eran instrumentos de navegación propios de una cultura de navegantes que se movían por los mares del planeta. Pero, lo que más me conmovió leer en el final del libro, y que amplía el ámbito de este comentario, es que para recorrer los inmensos territorios de la Aztlán, que según el estudioso chicano Tomás Ibarra-Frausto se extendía de California a Panamá, que, cuando los caminantes se perdían, acudían a las «mujeres cantoras», las cuales en un trance de cantos en lenguas, distinguían el sendero a continuar.
Volviendo al comentario de la muestra (Texto. Contexto), en cada signo se leen esos encantamientos con la materia y con lo que él colecta, (des)dibujos o códices «castellonianos», elaborados y reelaborados a partir de un punto, un nudo, modulación en continuum que como rizoma brota donde nadie espera. Los dibujos son un meollo de señas codificadas dentro del sistema que llamamos “texto” u “objeto lingüístico”, garantes de unidad visual, capaces de regenerar un contexto o sentido, en que él pone el acento; el uno es al otro, como el otro será al todo: (Con)texto, objeto, lenguaje, metalenguaje, manifestación, (des)armonía, que encuentra razón de ser en tanto dialoga con el espectador y lo conecta al sistema del arte. Y cuando todo queda perfecto, él lo desacomoda para darse la alternativa de volver, continuar, (des)acomodar para reiniciar, en tanto él es un caminante en su práctica artística.
Chamán mesoamericano Castellón sabe usar metalenguajes o construcciones ideogramáticas, como los glifos mayas tallados en la piedra, o nudos en las cuerdas incas que llaman quipus. Son notaciones de un discurso leído por quien es sensible a la materia, al trazo; cuando cada línea posee un significado (des)enredado y que se manifiesta en la nada o en el todo, la (in)comprensión, pues si se supiera todo y estuviera resuelto, se perdería el interés, haría falta inventar nuevos desafíos que le reten. Uno de esos desafíos es conectarlo con lo ancestral y vernáculo, lenguajes y escrituras que posicionan un arte referente del origen, identidad, y trepar al árbol de la sangre.
La artista Gala Berger -cocuradora con Carlos Fernández de esta propuesta-, en la presentación del brochure argumenta: “Pero que nos dice al respecto un artista cuyo trabajo principal ha sido el responder a la linealidad de la historia únicamente con disrupciones, negando para su propio contexto el colonialismo que despoja de mera existencia las presencias indígenas de la región, yuxtaponiendo temporalidades y sistemáticamente proponiendo sistemas subversivos de conocimientos sensibles”.
Por su parte Carlos Fernández destaca: “Algo que se mueve dentro de él se queda en su trabajo, lo creo pensando en el río que corre por sus venas como un ente de constante recuerdo y es una memoria que es posible para compartir”.
La crítica nicaragüense Cecilia Nuín, agrega: “Él también se hace llamar Moyo Coyatzin que significa el que se inventó a sí mismo utilizando así el poder de autogeneración. Eso es, de crearse a sí mismo. Además, él dice que es Chorotega, es decir, descendiente de los indígenas de Nicaragua”.
Nexos simbólicos Una de las piezas que más anclan en el viaje interior motivado al moverse por la muestra, es la composición de lo que parecen ser textos antiguos con ligaduras hechas con el mismo trazo, encajado en una retícula trazada con grafito a la pared. Y digo que ancla, cuando uno se percata de que no son trazos de tinta ni carbón, sino cascaritas de uvas y tallos secos que las reúne al ramo o sarmiento, y este a la vid. Ese nexo entre el fruto y el ramo, y la planta entera, es en suma significativo, enuncia el sistema de la vida pues por esa conexión corre la genética, lo que nos hace reconocer a la planta, al fruto y al producto último, en este caso al vino. Es un enjambre simbólico que asemeja el arte, como artistas no podemos estas desconectados del arte, de sus manifestaciones, teoría y práctica. Para producir arte debemos estar en el arte.
Volviendo al sentido del lenguaje de Castellón, semiólogos como Omar Calabrese y Edigio Mucci en Guía a la Semiótica, ya afirmaban en la década de los setenta que “el sentido no es ni material ni conceptual, sino simplemente la esencia del objeto”, o en el caso que nos ocupa, del texto o su trazo. Abrahan Moles, por su cuenta decía que “El objeto (y lo que llamo objeto textual o lingüístico) es un mediador técnico entre el hombre y el contexto”…, o sea, se habla de un mensaje a través de los objetos, instalaciones, dibujos, comunicantes efectivos más que de las palabras. Aquí encuentra razón una de las piezas exhibidas donde muestra la revista ArtForum, con una ventana desde la cubierta para cada marca de licor, e instala una botella y la copa… Refiere a una campaña publicitaria, y a un tiempo, pero también al poder y sus tácticas o mecanismos de dominación.
Hemisferios opuestos
Como comprensión de las infinitas fuerzas opuestas que subsisten entre la nada y el todo, diría que la muestra versa sobre esta lectura: La bella «i» el bestia -como lo escribe Rolando, pues aduce la necesidad de hacer concordancia del género, en un tiempo cuando el género está en crisis o alcanzó el ideal-, y lo leí en una anotación escrita en la pared con su propia letra e impronta hablándonos de ese carácter fogoso suyo de trasgredir o reinventar lo que se intenta expresar: La belleza será instigada por lo feo, a la pureza e inmaculado la intentará violar el mal, a la riqueza la sigue la descomposición, a la cordura la locura, el germen de la contradicción.
Los perceptólogos y neurólogos hablan de dos hemisferios cerebrales donde los humanos albergamos el forcejeo entre el consciente y el inconsciente, nuestras capacidades e inteligencias para mirar y deducir información de lo mirado, pero en el caso de Castellón él sería un monstruo, con una parte desmedida o agrandada de la cabeza y rostro, por su talento de constructor de lenguajes. ¿Será que la parte creativa agrandará ese hemisferio, y el otro se reducirá, o su rostro se vería deforme? Ahí es donde gesta ese guerreo entre el dominador y el dominado, y los grandes conflictos de la conciencia en lo contemporáneo, que dilata durante la larga noche en vela, remediando ideas, constituyendo textos y contextos, dibujando en el aire o en la oquedad de lo oscuro u espacio ilusorio que como artista intentará retener en la realidad.
Para definir lo que significa verlo trabajar sumido en su práctica cotidiana, me apropio de las palabras del neurocientífico Daniel Goleman, respecto a la idea de flujo creativo, cuando relata lo que le manifestó un músico compositor: «Simplemente me quedo sentado, en un estado de admiración y desconcierto. Y todo fluye por sí mismo».
Diría que esa es mi percepción de visitar la muestra (Texto. Contexto), en Réunion, dejar que todo fluya. Pero me hace falta referirme al punto (.)
Y con esto cierro esta lectura
El artista palimpsesto, el inventor de lenguajes, quien cava bajo la superficie y estratificaciones de la cultura, y lo hace con ojo escudriñador, teniendo en la mano el laúd, y en sus labios el oprobio de sus versos, por no llamarlos veneno o ponzoña. Ese es el Castellón que yo conozco, inquieto, lírico, audaz, mordaz, fogoso, crítico, y de humor negro. Hábil manejando lo que provoca interés en el arte de estos tiempos de armas de doble filo. Punto.