Las armas se venden sin control en una puja de negocios en la que muchas democracias occidentales y gobiernos participan como empresas promotoras de la muerte. Yemen despierta la codicia del reino árabe y sus socios por su localización estratégica. Y la mejor manera que hallaron para hacerse a él fue restaurar en el mando a un presidente sin gobierno y a un gobierno sin control territorial, en la guerra de pocos días que se les volvió de muchos años. Este es el segundo artículo de una serie de tres a través de los cuales intentamos arrojar un poco de luz sobre un conflicto atroz, silencioso y olvidado por Occidente.
Cisma y cinismo
La guerra de Yemen ha sido atizada por los mismos reinos abusivos y los Estados miserables que después invadirían al país con la peregrina idea de sofocarla y de restaurar (es decir, imponer) la administración democrática que les convendría. En el exterior, más que dentro, se hallan los efectivos instigadores de la fatalidad, lo que es mucho decir en una tierra de particiones atávicas. Desde afuera fueron engendradas y armadas, al norte, al centro y al sur del país, toda suerte de cuadrillas, milicias salafistas y brigadas (ACLED, 2019), según los concernientes provechos y predilecciones. Tal cual, siguen haciéndolo.
Para no hablar de los grupos (corporaciones) terroristas y extremistas, como EIIL (Daesh, en árabe) y Al-Qaeda, creados antes y aún financiados por los mismos, que han operado en Yemen como puntas de lanza contra los enemigos enfrente, y, con regular frecuencia, contra los socios inmediatos.
Porque esta guerra ha generado colisiones en la coalición, entre los títeres, por espacios de control territorial, y entre quienes mueven hilos y crucetas, como los enfrentamientos, en agosto, entre los separatistas del Consejo de Transición del Sur, que ha apoyado EAU, y milicianos próximos a Hadi, respaldados por Arabia Saudita. Al fin y al cabo, las avaricias son cerriles y ni a regañadientes toleran las jerarquías. La discrepancia fue progresiva y notoria, hasta que los emiratíes, sin tener en cuenta la molestia de Riad, replegaron buena cantidad de sus tropas a mediados de año.
Armas a la carta
El Certificado de Uso Final (End User Certificate, EUC), un convenio que impide la transferencia a terceros de las armas vendidas a determinado Estado, quedó en la práctica como un trasunto ridículo. Armamento suministrado bajo la restricción a estados del Golfo, en particular, por los Estados Unidos, Reino Unido y Francia, y, en especial, a Arabia Saudita y EAU, se usa para abastecer a las milicias de los variados flancos.
Armas de las que los fabricantes conocen los detalles del tráfico y por las que los respectivos Gobiernos no preguntan, pues temen que se sepa que saben de sobra la respuesta. Los cálculos cuidadosos indican el suministro de unos 3.5 mil millones de dólares en armas convencionales pesadas, armas pequeñas y ligeras, y piezas y municiones asociadas, a los EAU, uno de los mayores centros de la desviación de armas.
El Reino Unido ha vendido cinco mil millones de libras esterlinas en armamento a Arabia Saudita (War on Want, 2019), lo que hace que la guerra de Yemen también sea una guerra suya. Después de todo, la vieja relación de comercio, activa desde 1960 y suficiente para comprar un valioso silencio en Londres, creció el 500%, desde 2015. Sin embargo, cuando los Comunes examinan los controles de exportación de armas, el conflicto de Yemen ni siquiera está en la agenda (The Guardian, 2019). España, otro reino alimentador de armas y municiones del reino árabe y la coalición, ha autorizado ventas que superan los dos mil millones de euros, tal como lo visibiliza el «contador de la vergüenza» puesto en marcha por activistas (Greenpeace, 2019).
EAU, entre 2014 y 2018, fue el séptimo importador de armas del mundo, y el 64% de ellas provenía de Estados Unidos. Durante el mismo período, Arabia Saudita, pasó a ser el principal importador de armas, y el 67% fue comprado a los Estados Unidos. (Sipri, marzo de 2019). En 2018, fue el tercer mayor comprador, con un estimado de 67 000 millones de dólares.
A pesar de las reiteradas denuncias y llamados de organismos internacionales de Derechos Humanos, Francia, Australia, Bélgica, Brasil, Bulgaria, la República Checa, Alemania, Sudáfrica, Turquía, España. Corea del Sur, el Reino Unido y Estados Unidos, entre otros, continúan suministrando armamento a los EAU. «Sólo un reducido número de países, como Países Bajos, Noruega, Dinamarca, Finlandia y Suiza, han dejado de vender y transferir armas a Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y otros miembros de la coalición» (Amnistía Internacional, 2019).
En la guerra contra Yemen se compran y venden armas vedadas de todo tipo. Las diferentes facciones extremistas yemeníes las portan bajo el brazo o al hombro y a la vista. Abundan las fotografías en la red y los videos en YouTube con los alardeos bélicos. El armamento abandonado, capturado, destruido, arrojado o en uso, legal (si eso fuera posible) y de contrabando, es de amplio repertorio.
Ametralladoras alemanas (MG-3 y MG-4) y belgas (Minimi Light); cohetes (Grad) y ametralladoras serbias (Zaztava); bombas (EDO MBM Technology Ltd.) y misiles británicos; fusiles de asalto austriacos (STEYR AUG); lanzacohetes jordano-rusos (RPG-32); granadas suizas (HG85); sistemas de mortero singapurenses; fragatas españolas; bombas de racimo y misiles de crucero estadounidenses (clásicos Tomahawk y SLAM-ER de Boeing), vehículos blindados (MRAP de DuPont) y tanques estadounidenses (Abrams M1A2), ingleses, franceses, finlandeses y sudafricanos.
Unos pocos ejemplos. El listado es largo. En la investigación de la periodista búlgara Dilyana Gaytandzhieva (2019), publicada en Arms Watch bajo el título de: Los archivos serbios, relacionado con el tráfico procedente de un solo trampolín, el serbio, se encuentran, desde copias de los pasaportes e identificaciones de los contrabandistas y de los oficiales involucrados del gobierno de los Estados Unidos, Arabia Saudita y EAU, hasta las listas con los números de lote de las armas, los montos y la reproducción en facsímil de los contratos. Otro inventario para enmarcar de la mentira de la guerra contra el terrorismo.
Por qué y porqués
¿Por qué la siembra de la guerra? ¿Por qué esa despreciable ocupación humanitaria? Porque Yemen, al igual que todos los países pobres del globo, es rico. Yemen cuenta con montañas y lluvias un tanto regulares, y la tierra es la más húmeda y verde de la Península Arábiga. Pero esas bondades, que son de resaltar en medio de desiertos, han sido negadas aun en sus menores posibilidades por causa, vaya ironía, de su otra mayor virtud: su privilegiada y estratégica localización.
Yemen tiene costas sobre el mar Rojo y el mar Arábigo. Dispone de los importantísimos puertos de Adén, frente al golfo del mismo nombre, y de Al-Salif, Ras Isa y Salif, en la estratégica ciudad de Al-Hudayda. Es suya la ribera asiática del táctico estrecho de Bab al-Mandeb, que conecta el mar Rojo con el océano Índico. Está ubicado al lado del cuerno de África. Por sus mares transita cerca del 40% del tráfico marítimo mundial, y cruza una parte considerable del petróleo y del gas licuado que salen del golfo Pérsico hacia Europa. Puede que Yemen no sea el Paraíso, pero es la puerta hacia él.
Nunca, ni siquiera en los tiempos de gloria, produjeron los yemeníes los prodigiosos artículos de las leyendas, pero a todos los hicieron suyos y con todos ellos comerciaron, tal cual lo describió Plinio el Viejo en su Historia Natural (Libro XII): sedas y porcelanas chinas; algodones de Ceilán; perlas de Omán; conchas de tortuga de Malasia; oro, mirra, marfil, plumas de avestruz y aceites de África; inciensos de Abisinia y Somalia; perfumes, índigo, pimienta, diamantes y zafiros de la India; canela del Himalaya; vino, dátiles y esclavos del golfo Pérsico. En sus coordenadas convergen Oriente y Occidente.
Yemen fue el corazón del incienso cuando la resinosa sustancia movía los fervores religiosos y sacerdotes, sacerdotisas y dioses la reclamaban en los innumerables altares y templos del mundo conocido. Fue el eje de la mirra cuando el embalsamamiento era el hábito común en la vecindad para guardar la integridad e identidad de los muertos, y estos partían hacia el más allá henchidos del bálsamo, como lo describe Heródoto en Los Nueve Libros de la Historia (II, Euterpe). Y fue el centro del comercio mundial del café cuando las cafeterías se tomaron las distinguidas capitales europeas, entre los siglos XV y XVIII, mientras los liberales en ciernes tomaban la aromática infusión.
Es probable no haya sido Eudaímon Arabía, la Arabia fértil de los griegos, una de las tres regiones en que se dividía la península (Arabia Pétrea, al norte, y Arabia Desierta, al centro), ni la Arabia Feliz de míticas riquezas visionada por los romanos (y publicitada con fines políticos por el emperador Augusto y su nieto).
Pero Yemen sigue siendo apetecible para los desenfrenos de dominación de los vecinos Al Saud. Tal como lo fue hace casi un siglo, cuando Abdelaziz ben Abderrahmán Al Saud, el fundador del actual Reino, un detestable personaje y desaforado polígamo, invadió el territorio yemení en 1926, lo que daría lugar a la usurpación de las jurisdicciones de Asir y Najran, tribal y culturalmente yemeníes (Tratado de Taif, 1934).
¡Yemen a la vista!
Yemen es una tierra extraordinaria y un preciado cruce de caminos, y lo que tiene de pobre es porque ha sido saqueado. La rutinaria crónica de las colonias arruinadas por los usurpadores europeos (ingleses, en este caso), los sucesores o las contrapartes.
Nada es tan peligroso, para el mundo libre, como una patria con la mala intención de emanciparse; nada más horrendo, para la democracia mundial, como un estado autónomo, popular, suelto de la manada y, además, en paz, en una área geoestratégica sobre la cual se han trazado ambiciosos e ilusorios proyectos.
Con tal designio anclado en la febril mente del recién elegido heredero, príncipe Muhamad bin Salman Al Saud, el reino se lanzó en pos de lograr sus metas. La explícita: restaurar en el poder a Abdu Rabu Mansur Hadi, el fugitivo e insustancial expresidente yemení, vicepresidente del dictador Saleh por catorce años, artífice de su personal debacle con la corrupción más impúdica y una excluyente política de autonomías dispares, y, eso sí, bastante proclive a sauditas y estadounidenses.
La meta implícita: eliminar, en primera instancia, el movimiento popular Ansarolá («partidarios de Dios») de la vida política del país, y, a la par, contrarrestar la paulatina ascendencia regional de la República Islámica de Irán, a la que los Saud ven como el mayor estorbo para la acariciada supremacía regional al importunarles, entre otros, el primer puntal de la Visión 2030 de Bin Salman, que es hacer de Arabia Saudita el «corazón de los mundos árabe e islámico». Y del Medio Oriente.
Y la innombrable: adueñarse de los puntos estratégicos de Yemen y controlar las fundamentales rutas. Tramos de territorio, el puerto de Adén y el estrecho de Bab al-Mandeb figuran hace rato en los planes de Arabia Saudita para sacar el petróleo por vía directa y evitar así el paso por el estrecho de Ormuz, frente a las costas de Irán. Los cruces y los mares que bañan los litorales yemeníes están en la médula de la maquinación, junto a la construcción de un oleoducto largamente soñado por Arabia, que atravesaría por el norte de Yemen (Middle East Eye, 2019).
Un gobernante sin Gobierno
La dupla saudita-estadounidense le apostó a Hadi, semejante incapaz, tal vez, porque no identificaron un mejor secuaz, o porque en aquellos desiertos de la conveniencia el mejor, simultáneamente, es el peor.
La comunidad internacional, esa entelequia sin repercusión, y Naciones Unidas, esa organización sin congruencia ni peso que naufraga en sus propias denuncias, declaraciones e informes, reconocen como gobernante legítimo a Hadi, condenado a muerte in absentia (en ausencia) por «alta traición», cuyo Gobierno no es más que otra entidad carente de consistencia.
El exmandatario fue declarado traidor al aliarse con Washington y Riad para recuperar, mediante la invasión extranjera, el trono perdido. Y por importarle un bledo «la seguridad, la independencia y la integridad territorial del país» como lo manifestó el entonces fiscal general (Hispantv, 2015), mientras Hadi partía a hurtadillas hacia Riad. No es Ricardo III, pero pudo serlo: «El reino por un caballo». O por un camello. Árabes, indudablemente.
Ese desdeñable personaje es el presidente presentable para la ONU. No es de extrañar, de hecho, puesto que fue su Consejo de Seguridad, por la Resolución 2216, el que respaldó la arremetida en procura de legitimar una actuación a todas luces ilegal, y el que avaló la llamada Iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo, la sesgada e improcedente propuesta de una liga a órdenes de Arabia Saudita y los EAU.
La ONU, tan impresentable como Hadi, que todavía, por enésima vez, a través de su Organización Mundial de la Salud (OMS), desautoriza el puente médico humanitario desde el aeropuerto de Saná (Almasirah, 2019).
Una de las muchas formas sigilosas de matar a treinta mil pacientes que requieren tratamiento en el extranjero. Los yemeníes lo urgen. No es migraña lo que padecen. Ya lo dije: son víctimas del fuego graneado y de los ataques aéreos indiscriminados que llueven por miles en una región de poca lluvia y sin agua. Al menos sesenta mil pacientes son atendidos en los hospitales que apenas si existen, en esfuerzo sobrehumano de los compatriotas y de una que otra institución extranjera honesta de ayuda que no se esfumó.
Los hospitales reventados no han sido daños colaterales, sino los blancos en la mira, como lo tituló The American Conservative (2019) con aterradora ironía, cuando un ataque aéreo golpeó un hospital apoyado por Save the Children mató a siete personas, incluidos cuatro niños: «Las bombas de la coalición saudita salvan el hospital de niños en Yemen». Y, de paso, advierte: «Cuando escuche a funcionarios de la Administración (de Estados Unidos) y a miembros del Congreso (de Estados Unidos) defender la participación de Estados Unidos en esta guerra, recuerde que esto es lo que están defendiendo». ¡Cómo olvidarlo! Y se olvida.
Los cometidos del príncipe Bin Salman, aprendiz de tirano y ministro de Defensa del Reino, por supuesto, se malograron de principio a fin: Ansarolá no tiene acabamiento a la vista, y Abdu Rabu Mansur Hadi, con certeza, está acabado.