Los artistas al crear forcejean con un entramado de sinestesias que, en tanto estimulación del sistema senso-perceptivo, tocan a la poética del arte: son trazos audibles, táctiles, visibles, sentibles, atrayentes, cercanos y hasta lejanos, cuando nos dejamos tragar sin oponer resistencia a esas profundidades del imaginario simbólico. Entona una oda al influjo incesante y brioso de la luna sobre el océano, sacudido por las mareas de la conciencia. La costarricense Cristina Gutiérrez Cruz, al pintar, observa la rueda de la fortuna que, cuando rota, nos coloca en el punto más alto del éxtasis; o en el más bajo y álgido, enmarcando las vicisitudes de la vida.
Noción del Caos
En tanto revisión a sus procesos creativos, esta lectura surtirá una serie de aproximaciones a la poesía y literatura, así como es ese mar suyo de persistentes matices, pues no son muchos mares sino uno solo, el que ella lleva en sus adentras y porta a la tela.
Como océano testimonia el eterno Caos, imprevisible pero majestuoso. Vivencia el huracán, entendido no como fuerza destructora de sus bandas que rotan en torno al ojo, sino como influencia sutil que instiga a remontarlo: Rider on the storm; siempre es oportuno evocar esta linda canción del grupo rock setentero The Doors.
El espacio de su pintura y la canción, transportan a un viaje a la lírica verde azul de esos mares encabritados por los vientos y choque de aguas, pero también de ríos, pues éstos, los ríos, confluyen en toda fogosa vertiente. Decía el libanés Khalil Gibran que los ríos advierten terror al entrar a la costa, pues saben que los engullirá el mar.
Al hablar de procesos se comprende que la autora pinta por capas, cada una con diversos grados de memoria y lectura: Masas de color en el fondo, base que sostiene la noción de profundidad; y aquellos oleajes en laxo y tenso son otro estrato; como las contracorrientes que encienden la dinámica simbólica y se sumen entre las grietas o escolleras. Una capa más son signos que intrincan con la profundidad, pero que van y vienen del fondo marino a la superficie, haciendo vibrar a la tela. La actividad marina conlleva un estado de tiempo (in)variable, noción de crecer en pleamar y decrecer en bajamar, trama de vectores interpretativos, que provoca la tormenta con su errático trazo y manifestación de poder de la naturaleza, hasta alcanzar en la quietud la sensación de anochecer y desvanecimiento, cuando éste -el océano-, se hace invisible a nuestra mirada.
Lenguaje del color y formatos
El opuesto del verde azul — en el contraste de temperatura y según la teoría del color —, es el rojo naranja: fuego, volcán, sangre, estallido, rayo, furor, pulsión interior, razón por la cual algunas de las obras confieren a los océanos pintados por ella, la clave calórica para hablarnos del ocaso, extinción de la luz y último respiro del astro rey dejando atrás el día en la línea hirsuta del horizonte.
De ahí que los formatos preferidos por esta pintora sean horizontales, son trípticos, polípticos o múltiples en los cuales domina la noción de espera-esperanzada, de volver a entrar al jade de las aguas, abriéndose paso entre las arenas pardas del litoral. En esa situación la artista se comporta como el río (Gibran), trae atrás las vicisitudes de atravesar quizás la selva del mundo, el desafío de la montaña (la realidad con sus contingencias), escurrir a su paso los pueblos y ciudades, para dejarse tragar y ser uno con el mar.
Espacios de poesía
En esas visiones no hay signo de humana presencia, todo es costa, aguas, naturaleza. No hay muelles, mástiles, ni tampoco embarcaciones, solo silencio. No hay ciudad, solo acción de ritmos vitales entre dichas aguas atraídas por la luna o el sol, con olor a sal e imaginario de un puerto iluso, por ser ensoñación poética, pero que no va a ser pintado. La sustancia de su poesía proviene de las oquedades de la mente -ahí donde ella reconstruye el teatro de la vida, con un mar verde azul y pringues de ocres amarillos, pardos, o blancas arenas y rojos naranjas-, es como estar ante un coro que remonta la ola a punto de estallar en ese trazo de la vulnerabilidad de la existencia:
O Fortuna
velut luna
statu variabilis, semper crescis
aut decrescis...(«O Fortuna», poema del siglo XIII; musicado por Carl Orff en 1936, que forma parte de Carmina Burana)
Profundidad en el bosque
Todas estas manifestaciones de los sentimientos y emociones, representan sinergias vitales del planeta, son capaces de paliar el alma y la memoria: verde agua, verde seco, verde que te quiero verde (Lorca), que revienta en agraciadas espumas como lino blancor tejido por musas mitológicas en el bosque de faunos, hadas, ninfas y centauros. Fueron quizás avistadas por Odiseo al navegar por el Jónico buscando su aliada Ítaca.
Y, por qué no afirmarlo también, referenciar a Carmen Martín Gaité con Nubosidad variable, 1992, historia de rupturas, pero también reconstrucción de la cercanía como amistad y amor profundo al Otro, a quien no soy yo pero que me complementa.
Dimensión del lenguaje
En tanto metáfora sobre el océano mental que porta Cristina en la dimensión de su pintura, lleva a mirar el entorno añorado, se suscita cuando observa esos niveles producidos por fuerzas de atracción, como las gravitatorias ejercidas por el Sol y la Luna.
Importa hablar de punto de quiebre, para entender el significado de emocionalidad, «flujo» y «desborde». En la neurobiología, el doctor Daniel Goleman cita a Mihaly Cscikszentmyhalyi, 1975, con un pensamiento que aduce la situación: «Cuando uno se encuentra en un estado extático al punto de sentirse que no existe: La mano desprovista de conexión con el ser le parece que no tienen nada que ver con lo que ocurre. Toca sentarse en un estado de admiración y desconcierto». (Goleman 2008, p. 117)
El desbordamiento — acota Goleman —, es un asalto emocional que se perpetua a sí mismo, y que algunas personas, entre ellos los artistas, poseen un elevado umbral para atender a la ira y el desdén y volverlos a su favor (Goleman 2008). Estos son estímulos instigadores, germen que aporta a la obra, pues sin esos remesones, la obra estaría vacía.
Psicología, símbolo o signo
La figura del sol se asocia a la influencia paterna o masculina, que es muy fuerte en la pintura de esta autora; así como la de la luna, o la rosa que entresaca el símbolo de la fémina. Este constructo toma su parte simbólica en cada pintura, en las texturas de las escolleras ocres, rojizas, sepias, bermellón, verde azul, gris, negro, o las arenas donde ella camina para volver la mirada hacia el océano, que se vuelven madre al abrir el útero para iniciar el retorno: A la muerte del cuerpo o al blancor del renacer en esas aguas de la vida.
Me recuerda la imagen de Ophelia en el estanque de John Everett Millais, 1852 circa, sumergida entre nenúfares y esos líquidos amnióticos.
Esta lectura trae otra remembranza más, y es al poeta Constantino Kavafis, cuando sentencia: otra tierra ni otra mar hallarás; pues eso que se busca con tanta insistencia se lleva dentro. Los «Océanos mentales» están en su identidad, a veces solo necesita cerrar los ojos y mirar a las aguas interiores de sus adentros. Y ya que hablamos de sensualidad, porosidad entre deseo y pulsión interior, solo Kavafis logra expresarlo a profundidad y con el fuego del deseo:
Recuerda, cuerpo, no solo cuanto fuiste amado,
no solamente en qué lecho estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar...(Kavafis. «56 Poemas», 1998, p. 34)
Texturas de mar: entrevista a la pintora
No podía dejar de pasar la oportunidad de acercarme al arte de Cristina Gutiérrez, sin intentar comprender la cala de su pensamiento.
Considero que el principal atributo de tu pintura es la emocionalidad, pues el dominio técnico es evidente, posees un surco para manifestar el desbordamiento y flujos existenciales que imprimen la huella de tu personalidad a la pintura, más que las mismas palabras. Pero siempre es importante hallar respuestas.
¿Eres consciente, de la manera de cómo cargas a la tela de contenidos?
Cuando pinto -responde la artista-, me sumerjo en un estado de contemplación y admiración para sentir la fuerza del mar, o las arenas costeras. Me interesa, este último elemento, la arena, pues está presente en mis pinturas, dándole el carácter de arte matérico.
Tus trazos a la tela me parecen caligrafías, ¿son escrituras visuales portadoras de contenidos?
Me interesa rescatar el dibujo, el gesto, el blanco sobre blanco, la rosa que posee un contraste neuronal [se refiere a su pieza La Rosa de 2006. Todo eso es poética que integra a la imagen de las cosas y a su naturaleza misma [Isla de color en mi mente, 2018]. Y el empaste que genera tensión táctil y visual [La deriva, 2005].
Aprecio gran variedad y cantidad de simbolismos ¿Qué representa la rosa en tu lenguaje?
Representa la mujer, adentrase con la mente y corazón. El límite es el propio lienzo, no existe más allá. Importa incitar al espectador para que descubra y se anime a sentir el arte.
En una de las paredes de su residencia tiene un cuadro de importante tamaño y formato cuadrangular, con la ampliación de una huella. ¿Qué representa ese signo tan fuerte?
Esa impresión dactilar es un homenaje a mi padre. Me recuerda que papá siempre me regalaba rosas. Debemos aprender del simbolismo de esta flor, que nos da color, delicadeza, vida, pero que también tiene espinas.
Hablemos del método, de los procedimientos técnicos y conceptuales. ¿Cómo defines el proceso de trabajo?
Primero vivo, contemplo, por ejemplo, la rosa: la siento, luego la llevo a la tela, y en el simbolismo de expresarla es que vivencio alegrías y tristezas que comunican y recuerdan las vicisitudes.
En la estancia-comedor de su apartamento, montó un acrílico de apariencia muy singular. Lo titula «Universo cósmico», 2015, distingue varias capas de gestos, manchas, signos de escrituras cripticas, que nos traen de afuera hacia adentro, y reverso. Me recuerda la pintura de Cy Twombly por la (des)fragmentación de la gestualidad.
¿Qué te motivó a crear esta pieza tan singular?
Me influye la marea alta, el choque de las aguas, caminar por las noches sobre la arena, escuchando los sonidos al majar la arena mojada. Evoco levantarme en la madrugada para acompañar a papá a pescar.
Todo lo que se mueve en la costa deja huellas, los bichos marinos, el cangrejo es un maestro en trazar gestos. Todas estas memorias están ahí contenidas y son un aliento para continuar el camino, la vida.
¿Qué te interesa más: Las atmósferas costeras, o, prefieres las profundidades del paisaje interior?
Sí, me interesan los adentros, lo que me sostiene al contemplar: Primero, vivo la experiencia de ver, luego busco el concepto, y analizo los resultados intentando encontrar lo mío.
Y el sonido, ¿te afecta? ¿cómo expresarlo?
Son ritmos que van en el trazo, sin salirse de su profundidad.
El inicio de la actividad creativa al iniciar cada pintura, es fundamental, ¿cómo arrancas a pintar?
Inicia la etapa creativa en el papel, en la bitácora de investigación, donde se planean las estrategias visuales para llegar a la obra.
Ingresar al océano
Su forma de arte me recuerda a Willen de Kooning, Twrombly, Franz Kline, Hans Hartug, y los neoexpresionistas alemanes e informalistas franceses.
En algún recodo de esta aproximación a su pintura, hablé del río, de ella o la artista comportándose como un cauce de aguas desbordadas. Khalil Gibran (1883-1931) en otro poema medita y repito: Dicen que antes de entrar al mar, el río tiembla de miedo.
Se habla de las vicisitudes y contingencias de dejar atrás la montaña, la carga existencial que se lleva a espaldas. No hay retorno para las aguas. El o la artista, tanto como el río, necesitan aceptar su naturaleza pues al ingresar al océano se diluyen los temores.
Entonces sabrá que no se trata de desaparecer en el océano, sino convertirse en él.