Hace un par de meses vi una película de Disney que me conmovió especialmente por su ternura y sus adorables personajes: Coco, una historia que se desarrolla en el Día de Muertos de un pueblo mexicano.
La historia tiene como eje principal una dulce anciana llamada mamá Coco, cuyo padre abandonó el hogar y a su familia con el deseo de hacer su sueño realidad: ser músico. Tras muchas aventuras y peripecias, el biznieto de mamá Coco, Miguel, consigue con una canción reavivar el espíritu de la cada día más apagada mamá Coco y descubrir la realidad que a todos estuvo oculta sobre los verdaderos motivos del padre de mamá Coco para no regresar jamás.
La película nos habla de algunas bonitas tradiciones mexicanas del Día de Muertos, como los altares familiares decorados con brillantes flores naranjas entre las que retozan las fotografías de los difuntos, esas fotografías que sirven para traer a la memoria el recuerdo de los que ya nos dejaron y están quién sabe si esperándonos en algún lugar.
En fin, cuando terminé de disfrutar la película, mientras escuchaba el tema final, Recuérdame, una imagen vino a mi pensamiento, una fotografía de los años veinte de una orquesta de jazz, la Orquesta La Estrella, formada por seis elegantes músicos vestidos con chaqué.
A partir de esa imagen y de esa canción mi pensamiento hizo el resto, y poco a poco fue anudando uno a uno los recuerdos que la película despertó en mí sobre la vida de mi abuelo paterno Andrés, uno de los protagonistas de esa vieja fotografía.
Andrés era músico y adoraba el violín, aunque un desafortunado accidente le apartó de ese instrumento y pasó a tocar el contrabajo. Su vida transcurría en Madrid de teatro en teatro y animando las salas de cine, pero… el progreso llegó y con él el cine sonoro, que acabaría por quitarle gran parte de trabajo.
Curiosamente, la primera película de cine sonoro estrenada en 1927 se titulaba El cantor de jazz, terrible paradoja para la supervivencia de la orquesta…
Por aquel entonces la vida de un músico era algo complicada, de modo que la Orquesta La Estrella hubo de buscar nuevas oportunidades, que encontró en Tánger, bulliciosa ciudad centro de la vida social y cultural de principios de siglo. Allí llevaron una vida frenética y algo más alegre de lo que sus esposas, que se quedaron en Madrid a cargo de sus hijos, hubieran deseado.
Sin embargo, en el corazón de Andrés siempre vivió el recuerdo de su familia, de sus hijos, y precisamente a la más pequeña, Felisa, le escribió una canción a la que puso por título la fecha de su venida al mundo, 14 de octubre. En muchas ocasiones me he preguntado por qué no le dio el nombre de su hija a la canción, y eligió la fecha de nacimiento como título…
Al contrario que en la película Coco, después de unos años Andrés regresó a Madrid, a su casa en el barrio de Lavapiés, después de hacer algo de dinero con el que mantener a su cada vez más numerosa familia.
Pasados cuarenta años desde el nacimiento de Felisa, un 14 de octubre nació una de las nietas de Andrés, y transcurridos veinte años más, una biznieta, a la que llamaron Ana, vino al mundo también un 14 de octubre… A veces la realidad se empeña en jugar con nosotros haciéndose pasar por una enigmática casualidad, pero la vida sigue y es posible que las siguientes generaciones de la familia vean más nacimientos en este día, tal vez fruto de la ilusión y la magia de una noche de Reyes…
Sé que se trata de una caprichosa coincidencia, aunque mi testarudo inconsciente me hace creer que esa canción fue compuesta para recordar y celebrar a las futuras generaciones. Una canción infinita que se confunde con la melodía de un músico que vivió su sueño.
Nunca he escuchado esa canción y sé que jamás la conoceré, pues la partitura se perdió para siempre, pero en mi cabeza imagino un dulce baile de notas, las notas más tiernas que un padre puede dedicar a una hija.
Olvidé mencionar que yo nací un 14 de octubre… bonita casualidad.