Es viernes por la mañana, en Alemania, me despierto recordando un sueño. Estaba nadando en un lago cristalino y veía nítidamente peces nadando a mi alrededor. El sueño era tan claro y lindo.

Le cuento a mi novia alemana de mi sueño y seguidamente le digo: tendría que jugar al 19. Ella mi miró como diciendo: esa última parte no entendí, y ahí le pregunté: acá no se puede jugar a la «quiniela»?

Obviamente la respuesta fue: no sé lo que es eso. Me di cuenta una vez más de que nosotros los argentinos somos tan particulares y en algunos aspectos únicos. Automáticamente comencé a relacionar mi charla con los tangos. El tango, para los poetas de Buenos Aires, fue la forma de expresar y generar una obra de arte, a partir de un hecho de la vida diaria.

Como dice el tango El Quinielero, interpretado por Gardel:

¡Quinielero!
Patrona, ¿quiere jugar?
Hoy en Córdoba tenemos
y mañana en Tucumán,
y para desquite el viernes
se juega la nacional...

En nuestro «arte porteño de vivir», tenemos la capacidad de interpretar nuestros sueños y relacionarlo directamente con un número del 0 al 99. Entonces cada mañana tendrías la posibilidad de apostar a tu sueño y ganar algún dinero. Difícil de entender para el extranjero, ¿verdad ?

Ahora, para mí, fue tan natural escuchar cada día de mi vida comentarios como por ejemplo:

Soñé con la abuela (que ya no esta), entonces le voy a jugar al 47 (el muerto en la jerga quinielera).

Y llega la pregunta del otro que escucha:

¿La abuela hablaba en el sueño?

El soñador piensa un poco y dice: ¡Sí! Me dijo tal cosa. Entonces el otro le dice:

Tenés que jugarle al 48 (el muerto que parla, es una segunda acepción en la interpretación porteña de los sueños, o una segunda opción de apuesta).

De esta manera podrías llegar a una combinación de números. Por ejemplo, para entender un poco más de nosotros. Si la abuela muerta (47) estaba en la cama en el sueño, podría aplicar también jugar al 4; si me regalaba un anillo, el 16; si tomábamos vino, el 45, si la abuela se caía en el sueño, aplicaba el 56, que es el numero para la caída, y así, se podía seguir ilustrando el sueño y lograr una combinación de números para apostar, que obviamente si era el primer premio de la lotería de la noche, automáticamente se le asignaba el beneficio de ganar la apuesta a la abuela, que desde el cielo me ayuda.

Esta es la tabla numérica para la interpretación de los sueños.

Seguramente usted se estará preguntando: ¿pero cómo se hacía para apostar o técnicamente jugar a la quiniela?

Existía lo que se llamaba el levantador de quiniela. En cada barrio de Buenos Aires, era muy fácil identificar a un vecino que levantaba quiniela. Personalmente puedo decir que en mi barrio era Don Luis. Usted tocaba timbre a Don Luis, él lo hacía pasar a su casa, se sentaba y lo miraba a los ojos diciendo: ¿qué va a jugar? Entonces usted decía: «el 48 y el 16». Don Luis profesionalmente escribía en un papelito, con un lápiz (porque siempre había tiempo de borrar y volver a escribir si el sueño no estaba bien interpretado) y además la cantidad apostada, por ejemplo 10 pesos. Si el numero era el ganador, usted cobraba 700 pesos, los que Don Luis pagaba como si fuera una entidad bancaria.

El Nene del Abasto fue por primera vez a la cárcel por levantar quiniela:

Pa’que vayan relojeando
la campaña que yo tengo,
debuté por ley de juego
en Bermúdez y Nogoyá.
Por lesiones y entreveros
me comí la ochenta y nueve,
mi prontuario no lo mueve
ni un piquete ‘e la Central.

En el juego de la quiniela, el intermediario, al igual que el apostador y el capitalista o banquero, fue apodado quinielero. Pero en virtud de su rol y para diferenciarlo de los extremos, el que apuesta y el que paga (o cobra), se le comenzó a llamar pasador. Pero en el vocabulario del hombre común, por lo menos en algunos lugares, pasar y levantar tiene una de sus acepciones en común, es la vinculada con la explotación del juego de azar ya que la apuesta pasada debe previamente ser levantada. De ahí apareció lo de levantador de quiniela y por metáfora en el vocabulario lunfardo se agregó los nombres de guinchero o grúa. También los pasadores fueron llamados lápiz, por usarlo para sus anotaciones y al recurrir a otro elemento auxiliar, para el total aprovechamiento del lápiz, pasaron a ser lapiceros. Durante décadas una marca fue sinónimo de lápiz, entonces los pasadores también fueron llamados Faber.

Un lugar muy habitual donde se jugaba, justamente era en el hipódromo, que además de apostar a los caballos, se podía jugar a la quiniela, con unas personas a las cuales se las llamaban arbolitos.

Años después lo de arbolito se hizo extensivo a quienes en las veredas de zonas con afluencia comercial y turística ofrecían compra y venta de divisas extranjeras.

Uno de estos famosos levantadores de quiniela era el personaje del tango Sarampión, que tanto conocemos la versión de D´Arienzo con Echagüe:

Andá cazando la onda
de todo lo que te bato,
ahí tenés todos los datos,
me llamás por telefón.
Yo dibujo con el lápiz
trabajo en la lechería;
los días de lotería
preguntá por Sarampión.

Y así, el tango fue enhebrando canciones en las que el juego de apuestas con distintas características desarrollaba un papel preponderante en la generación de situaciones adversas, a veces momentáneamente felices para aquellos personajes de ese Buenos Aires que se fue.

Y así crecí, en esa tan particular y especial ciudad , en donde la universidad de la calle te ilustraba todo el tiempo. El juego era parte de una pintura costumbrista, y en ese sentido lo invoca Enrique Santos Discépolo en Cafetín de Buenos Aires:

Cómo olvidarte en esta queja,
cafetín de Buenos Aires,
si sos lo único en la vida
que se pareció a mi vieja...

En tu mezcla milagrosa
de sabihondos y suicidas,
yo aprendí filosofía... dados... timba
y la poesía cruel
de no pensar más en mí.