La renuencia y aun el odio resentido de muchos individuos, pertenecientes o no a la clase dominante, enfrentados a cualquier amenaza que atente contra sus privilegios, se manifiestan en un curioso doble estándar o virtual esquizofrenia política, aplicados a quienes, adhiriendo a ideologías de la llamada izquierda socialista o socialdemócrata o humanista, sobresalen de la medianía y alcanzan lugares expectables de figuración pública, máxime si ésta proviene del ejercicio de las artes. Así, a un comunista como Pablo Picasso, genio de la pintura universal, inserto en un medio diletante de la alta burguesía de París, centro intelectual del mundo en el siglo XX, se le denuesta y procura menoscabar bajo el expediente de haber aprovechado la excelsitud de su arte, unida a su fama, para ganar dinero y disfrutar de comodidades y beneficios que se entienden propios y privativos de cualquier tendero, rentista o especulador pertenecientes a la estratificación «lógica» o «natural» del poder imperante en una sociedad de capitalismo extremo y ortodoxo.
A nuestro Pablo Neruda le ocurrió, y aún le ocurre, después de muerto, que ácidos enemigos, por lo general iletrados que no pasan de haber leído o escuchado sus Veinte Poemas de Amor, le descalifiquen por «inconsecuente». Siendo comunista, como su homónimo andaluz de la pintura, Neruda debió haber vivido como un profesor de provincia o como un poblador humilde de la periferia.
Pero Pablo Poeta era un tipo raro y aun peligroso: escribía poemas, gustaba de la buena mesa y del mejor vino, amaba a las mujeres hermosas, adquiría de manera compulsiva obras de arte, antigüedades curiosas y cachivaches de variada índole. Más que motejarlo de «burgués», habría que entenderlo como individuo extravagante e iluminado, que padecía una gula vital admirable, la que se refleja en sus torrenciales creaciones, mixturada con un propósito, generoso y abierto, de luchar por el establecimiento de una sociedad más justa, en su extenso Chile y en al ancho y ajeno mundo, adhiriéndose al partido de Recabarren. ¿Y por qué no?
El que conoce las casas de Neruda, residencias terrestres que hoy son museos, apreciará que su estilo de vida no fue ni por asomo el que exhiben los burgueses privilegiados de hoy ni los trepadores sociales de mall y cuatro por cuatro... Quizá el poeta buscaba recuperar y afincarse –lo que jamás consiguió, salvo durante períodos esporádicos en Isla Negra- en esa casa ideal que había extraviado para siempre en la lluviosa infancia del Sur, en su idílico Temuco.
Algunos meses después de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura (octubre de 1971), nuestro inefable decano de la prensa, El Mercurio, publicó una noticia en la que se comentaba, con los tintes sensacionalistas del caso, que el poeta chileno había adquirido, en un lugar del sur de Francia, un castillo.
Eran los días del gobierno de Allende, y la supuesta revelación enardeció al más duro y menos alfabetizado sector de la Derecha criolla, mientras la chismografía de sus comentarios llenaba páginas de diarios y revistas a su servicio, y se coreaba el «escándalo» a través de los medios de difusión afines. Un festín de ramplonería malintencionada y artera… Las posteriores aclaraciones, por supuesto, no tuvieron la cobertura de aquel despliegue infamante.
Con parte del dinero de aquel premio otorgado a un talento poético superlativo (el resto lo entregó al Partido), Pablo Poeta había adquirido parte de las dependencias de servicio, aledañas a una antigua casa solariega francesa. Pero el daño ya estaba hecho y aún hoy, quienes execran al segundo Nobel de Chile por su «atroz pecado comunista», siguen amenizando sus tertulias mostrencas con aquel cuento mercurial que sufre las adiciones de resentidos ignaros.
Cuarenta y tantos años después, un sector de la rastrera publicidad de la Derecha, herida -¡por desgracia no de muerte!- luego de un largo mes de manifestaciones en contra de su agónico modelo neoliberal, exhibe en las redes sociales grotescas caricaturas de la diputada Camila Vallejo, enrostrándole una supuesta «falta de consecuencia» por haber escogido el camino electoral. Se le echa en cara la suculenta dieta parlamentaria que recibe en el ejercicio de su cargo, contrastándola con su «idealista lucha estudiantil contra el lucro» (rebelión de los pingüinos), como si el pago a los parlamentarios chilenos fuese equivalente a la explotación mercantil de establecimientos educacionales, a las trapacerías de la salud y a los cotidianos abusos y corruptelas de los zánganos del sistema…
Otra cosa es que critiquemos las desproporciones generadas por los emolumentos que perciben aquellos servidores públicos, como una muestra más de malas prácticas, en un país donde la codicia y la inequidad son normas habituales de conducta. Ante la rebaja de la dieta propuesta y aprobada hoy por un amplio sector y rechazada por la mayoría de los carcamales recalcitrantes, la presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe, fascista de tomo y lomo, ha declarado, públicamente, que su remuneración es insuficiente para mantener a media docena de hijos, sin referirse, por cierto, a cientos de miles de mujeres chilenas que deben hacer milagros para alimentar a los suyos con el salario mínimo. La suya es otra muestra de la esquizofrenia de los ciegos de espíritu.
A fines de la década del 50, arribó a nuestra casa de La Cisterna un primo de mi padre, Indalecio, procedente de México. Había combatido en la Guerra Civil, bajo las banderas de la Federación Anarquista Ibérica… (Se han relatado sus historias en La Voz de la Casa …) Una tarde llegó con dos botellas de vino francés y una pierna de jamón serrano. Mi padre, con gallega socarronería, le dijo: «Te estás aburguesando, compañero». Indalecio, algo cabreado, le respondió: «Nada, coño… Las buenas cosas de la existencia debieran ser disfrutadas por la inmensa mayoría».
Como escribió Neruda:
…el pan de cada boca, de cada hombre,/ en cada día, / llegará porque fuimos/ a sembrarlo/ y a hacerlo,/ no para un hombre sino/ para todos…
Los fariseos de nuestras clases adineradas seguirán practicando el doble estándar de su esquizofrenia social. Lo apreciamos en estos días de clamores y confrontaciones… Ellos procuran atrincherarse en sus barrios y posesiones, defendiéndose del invasor que ostenta su misma nacionalidad, aunque vive marginado en «países» distintos, dentro del largo y hostil territorio, como un virtual paria que debe cantar el himno patrio para honrar héroes militares que siente más como opresores que como paradigmas libertarios.
Hay quienes desestiman la teoría de la lucha de clases y propugnan la alternativa de la «colaboración entre clases», propuesta que se traduce en aceptar las condiciones que impone el poder económico, con mayores o menores matices. Ahora mismo estamos constatando la esquizofrenia discursiva: por una parte, la retórica dilatoria de medidas de parche; por la otra, la búsqueda paranoica de nuevos métodos represivos.
Esta esquizofrenia es incurable, salvo que nos deshagamos del enfermo.