El ruido de la manguera del jardín antecede el susurro de los aspersores que riegan el agua por todo el perímetro del jardín. Es una advertencia para salir corriendo ya que de lo contrario quedarás mojada de la cabeza a los pies. Me gusta ver como las muchachas de servicio que acaban de entrar a trabajar, hacen caso omiso del aviso y se quedan recogiendo la basura de los árboles o las hojas secas que caen sobre el pasto o las flores muertas y cuando salen los chorros, las oigo gritar asustadas y aunque corran, no hay escapatoria para la empapada. Muero de risa al verlas escurriendo y con la ropa pegada al cuerpo. Mi mamá me decía que por mi culpa se iban y nunca duraban en la casa. La verdad es que ni a los choferes ni a las recamaristas ni a las cocineras les gusta tratar con una persona como yo y ni modo.
Siempre es igual, al principio las veo llegar tan sumisos, tan contritos, tan dóciles y dispuestos a cumplir con todas las tareas que les describen. Todos están súper dispuestos a ayudar con el niño malito. Soy niña. Ah, perdón señorita. Creo que muchos son sinceros y tienen ganas, pero el día a día les va quitando el entusiasmo por un trabajo bien pagado sí, pero muy ingrato. Moverme de un lado al otro, limpiarme cada vez que me ensucio, no es agradable. Además de que es a cada rato y me mancho más si me pongo nerviosa o si me cae mal la persona que me está asistiendo. Casi todos me caen como una patada en la cara. La mayoría son condescendientes, creen que soy débil mental y no entienden que estoy atrapada en un cuerpo que se reúsa a obedecer.
Esta enfermedad arrebata la salud y te da cosas interesantes como espasmos musculares, entumecimiento generalizado, problemas para mover los brazos y las piernas que me impide caminar. Pero soy inteligente y me doy cuenta. Afecta la coordinación y para hacer movimientos pequeños tengo que esforzarme mucho. No siempre lo consigo. Casi nunca lo logro. A veces, por suerte no siempre, tengo temblores en uno o ambos brazos o piernas que ya están muy débiles. Eso sin mencionar los síntomas vesicales e intestinales: estreñimiento y escape de heces, dificultad para comenzar a orinar que se compensa con una necesidad frecuente de hacer pipí, tengo frecuentes escapes de orina, incontinencia, vamos. Comer también es un reto porque en ocasiones se presentan problemas para masticar y tragar. Frecuentemente, tengo la boca abierta para ayudarme a respirar. Por eso, muchos de los llegan a cuidarme creen que tengo una especie de retraso mental. Estúpidos, se confunden. Si todo me falla, la mente la tengo clara.
Claro que lo de Leslie fue distinto. No era como las demás que habían desfilado por la casa. Era muy distinta y hablaba raro. Vengo de Venezuela. No me costó mucho trabajo unir los puntos para desenmarañar el acertijo. Tuve que hacerlo yo porque ella no hablaba de eso y si le preguntaba qué hacía en México, cambiaba el tema o de plano, se quedaba callada. Era pequeña, calculo que medía menos de un metro sesenta centímetros, pero era fuerte, lograba moverme con facilidad. Siempre llevaba el pelo recogido en una trenza de varios hilos. Tenía la mirada triste que se dulcificaba con el tono color miel de los ojos. Era de facciones delicadas y trato fino, no parecía una persona hecha para recibir órdenes, sino para darlas. A mí me gustaba girar instrucciones y a ella ignorarlas. Le gustaba leer a los rusos, amaba especialmente a Dostoievski, por Tolstói tenía una afición moderada, no conocía a Chéjov y odiaba a Nabokov. Justo el orden inverso que a mí me parecía correcto. Hablaba de Michael Ende y opinaba que La Historia sin fin era lo mejor que había escrito y no había leído Momo, pobre.
Mis padres pensaron que Leslie sería una gran compañía para mí, creyeron en lo que escribió en la solicitud de empleo, dijo que le gustaba leer. Sí, se imaginaron que leeríamos juntas, que discutiríamos de Literatura y que escucharíamos música. Soñaron que podría convertirse en mi amiga, me imagino. Teníamos más o menos la misma edad. Pero, lanzar un fósforo sobre un barril de pólvora no es precisamente una buena idea.
Nuestras pláticas eran complicadas, a mí me gustaba leer contemporáneos y ella seguía enganchada con literatura fantástica. Jamás leí a Tolkien pero nos unía Harry Potter por el que sentía una gran nostalgia. Además, siempre admiré a J.K. Rowling por devolverle a la Humanidad el hábito de la lectura. ¿Qué sería de mí si no me gustara leer? Ahí han estado siempre mis verdaderos amigos, mis compañeros que siempre dicen todo lo que saben y ni gritan ni se impacientan. Desde luego, no todos pueden ser tus amigos. Hay que ser selectivos. En una vida, uno tiene tiempo limitado para leer un número específico de libros y yo no quería perder el tiempo leyendo lo viejo. Me interesaba lo nuevo.
Leslie no lo entendió jamás. Para mí leer a los contemporáneos me representaba una posibilidad que yo apreciaba mucho. Era asomarme a las ventanas de lo que estaba sucediendo en Tokio, Estambul, Jerusalén, Nueva York, Buenos Aires, Montevideo y en la mismísima Ciudad de México. Me contaban lo que nadie tenía tiempo de decirme. A veces, leía a los cubanos con los que me identificaba mucho. Ellos, igual que yo, están encerrados. Están atrapados entre masas de agua infestadas de alimañas y buena suerte si se suben a una piragua y en vez de llegar a Miami se quedan en la panza de un tiburón. Para qué leer de duendes y hadas si puedo oler los mangos de Manila, ver las Torres Petronas, comer arroz con canela, sentir la brisa del río Hudson y oír las notas de una guitarra. Es difícil explicar el encierro para alguien que ve la libertad como algo natural, cotidiano y accesible.
Nos unía el interés por Mindanao.
Leslie era diferente. Al principio, no. Llegó muy cariñosa y me fue odiando conforme pasaba el tiempo. Tal vez el desprecio empezó cuando se dio cuenta de lo que significa limpiar cada palmo de un cuerpo que se niega a moverse, cuando los aromas de la suciedad se convirtieron en cosa de todos los días, aunque no creo. Sería injusto decir que alguna vez la vi morirse de asco al limpiarme la nariz, al cambiarme el pañal o al tirar las toallas sanitarias. Nunca me jaloneó al vestirme, jamás dejó que los meados se me secaran en la espalda y me serenaran hasta la mañana siguiente. Si la llamaba, aparecía dispuesta, sin importar la hora. Seguro fue que al hacerla entender las razones por las que odiaba a Dostoievski le quité la ingenuidad lectora, le robé algo de ilusión, le rompí en mil pedazos algo de esperanza. Me odió porque la sumí en mi estado, pero, ella era libre y yo no. Las demás cuidadoras se iban, Leslie se quedó. Pero empezó con una cantaleta eterna que siempre me espetaba cuando la requería: un momentico, me decía. Momentito, la corregía y ella se reía.
Por eso, por el odio que ya no disimulaba, me sorprendió que aquel día quisiera contármelo todo. Había adquirido la costumbre de decirme sanguijuela y uno que otro mal hábito, como fumar marihuana en mi cuarto y luego decirle a mi mamá que el olor a orines se estaba impregnando en las paredes. No me ha bajado la regla, me dijo muerta de risa. Hace cuánto que no te baja. Miró al techo y extendió los dedos de la mano izquierda, los recorrió con el índice: más de tres. ¿Más de tres qué? Más de tres meses. Ahora sí estas en problemas. ¿De quién es? Alzó las cejas y al sonreír se le formaron dos huecos profundos en las mejillas.
Tal vez sea tuyo, ¿te gustaría que te lo regalara? ¡Ay, pobrecilla, ¿qué harías si estás toda achantada? Tú que necesitas un bululú para que te ayude. Me chocaba que usara venezolanismos, bululú sí, pero a ti ¿quién te va a ayudar? Se reía y me decía: Dios dirá. Después de que me enteré del embarazo, nos interesamos más en Mindanao. Leíamos cuentos y fábulas. Había una que nos encantaba por sobre las demás: la de Diwata la ninfa de la naturaleza. Es una hada que se encarga de cuidar el medio ambiente, si eres de esas personas que violenta el orden natural, hace que te pierdas en la espesura del bosque y morirás. El relato narraba que Diwata se disfraza de montaña y que quien viaja a Mindanao y se acerca a ese monte puede sentir su presencia bajo el volcán durmiente, en los manantiales de donde brota el calor interno de la tierra. También nos gustaba la de Nuno Sa Punso , un viejo que vive en un hormiguero, es chiquito con una gran barba que se enfada muy a menudo y hace daño a aquellos que estorben en su hormiguero. Echa mal de ojo a aquellos invasores que destruyan su casa.
Leslie soñaba con Mindanao por razones distintas a las que lo hacía yo. Ella invocaba a Nuno Sa Punso para pedir que se le hincharan los genitales al hombre que hizo que se le hinchara la panza y yo a Diwata porque me gustaría saber lo que se siente estar perdida en un bosque. Pasó el tiempo, aumentaron los un momentico, los instantes en los que la vencía el sueño. Dejó de leer y de atenderme. El bululú aumentó y necesite un remplazo que me atendiera.
Creo que uno de los sueños de Mindanao se convirtió en realidad. No me tocó a mí, jamás me perdí en un bosque y cada día pierdo más facultades por lo que mis posibilidades de llegar a ver algo más allá que los aspersores del jardín de la casa, se vuelven más escasas. Dudo lograr sostener un buen libro, ahora necesito auxilio hasta para eso. En cambio, me temo que a ella se le cumplió el deseo. Veo a papá rascarse en la entrepierna y a mamá recomendándole que haga una cita con el doctor.