No soy optimista respecto a la viabilidad actual de la civilización de civilizaciones sugerida en este comentario. En las próximas décadas –quizás siglos, quizás milenios– se seguirán anunciando paraísos por aquí y por allá, y produciéndose infiernos también por aquí y por allá. El odio a la diversidad, la búsqueda del control político y socioeconómico sobre territorios y recursos, la creencia de que se es depositario de una misión superior y eterna, y el temor a los otros, a los distintos, marca con sangre y fuego las interacciones globales. Esta visión no es pesimista, sino realista, y en ese realismo reside el principio esperanza, la fuerza que en medio de la mediocridad y la mugre levanta excelencias y alegrías. Por la esperanza escribo, y por ella vivo y muero cada día.
«Tu muerte es mi vida»
Reitero lo afirmado en otras ocasiones: la capacidad destructiva del ser humano se asocia con la creencia de que una persona, institución o grupo de personas poseen la verdad absoluta, mientras que los otros son ignorantes, minusválidos mentales y espirituales, a quienes debe convertirse o hacer desaparecer. A través de este primitivismo emocional se busca construir el reino de una sola idea, una sola emoción, un solo lenguaje, un único liderazgo, un solo interés. Tu muerte es mi vida, grita el que mata mientras ejecuta la sentencia que, según él, ha sido dictada por la historia, por el líder, por el partido o por el mismísimo Dios, pero que en realidad se origina en la dialéctica amigo-enemigo que corrompe la política, la economía, la cultura.
Sin minorías
Con este marco histórico como telón de fondo, Manuel Valls sostiene una tesis válida no solo para Francia. Él habla, refiriéndose a su país, de un «apartheid social, territorial y étnico», donde se recluye a los más pobres y a los extranjeros. En los guetos franceses, donde la pobreza es tres veces superior a la del resto del país y la tasa de desempleo duplica la media, habitan cinco millones de personas. Es esta exclusión socioeconómica, la variable que junto a factores ideológicos, psicológicos y políticos explica la violencia y el terror. ¿Qué hacer? Es necesario abandonar el concepto de «integración de minorías» para centrarse en la noción de ciudadanía, de modo que toda persona, por el solo hecho de serlo, disfrute de una vida digna sin importar sus creencias o preferencias. Lograrlo no es sencillo, pero existe suficiente información y conocimiento para concretar un tipo de desarrollo que lo haga posible. El primer paso, sin duda, es vivir lejos del fanatismo, y en esta dirección conviene recordar algunos hechos y enseñanzas de la historia universal.
Unidad en la diversidad
A principios del siglo XX, Karl Theodor Jaspers sugirió que entre los años 800 y 200 antes de nuestra era, en China, la India, Persia, Babilonia, Egipto, Grecia y Roma, se desarrollaron vastas culturas cuya evolución las condujo a una fase que él denominó tiempo axial o tiempo eje, y fue cuando se colocaron las bases civilizadoras, aún vigentes, de una humanidad común y coexistente en su diversidad. Es también conocido que la cultura europeo-occidental, en sus orígenes griegos, no constituye un proceso por completo autónomo. Como bien explica Rodolfo Mondolfo las civilizaciones orientales sumeria y caldea o asirio-babilónica, irania, egipcia y fenicia interaccionan con las culturas prehelénica y helénica. Y es en las colonias de Mileto, Éfeso, Elea, Clazómenas, Samos y Akragas donde los presocráticos, en contacto con Oriente y antecedidos por Homero, Hesíodo, los órficos y las teogonías, cultivan la observación y el espíritu metódico y científico. El itinerario así iniciado conduce hasta un período conocido en Occidente como Edad Media, donde se relacionan tradiciones griegas, romanas, paganas, cristianas, judías e islámicas.
Hoy existen distintas civilizaciones, tales como la occidental, la ortodoxa, la china, la japonesa, la islámica, la hindú y la africana. Latinoamérica es una civilización de raíces indígenas, africanas y europeas, muy cercana a Occidente, pero no por ello asimilable a las experiencias europeas y estadounidenses, como lo prueban dos hechos: el primero, la tradición cultural griego-helenística es decisiva en Europa pero no tanto en Latinoamérica; y, el segundo, son distintos en Latinoamérica los modos de asimilar y cultivar las tradiciones científicas y tecnológicas asociadas al pragmatismo estadounidense.
Civilización de civilizaciones
Conforme a lo escrito, en el mundo no ha existido ni existe nada que sea por completo puro, formado desde sí mismo y sin interacción con otras experiencias. De ahí lo absurdo de creer que solo una civilización o tradición es el eje espiritual de las interacciones humanas. Se comprende, por lo tanto, la necesidad de avanzar mucho más allá de una simple mezcla o yuxtaposición de experiencias y culturas que se toleran mutuamente. De lo que se trata es de construir la unidad en la diversidad, no como discurso, ni como tolerancia, ni como incorporación de minorías, sino como experiencia cotidiana y envolvente, fundada en el reconocimiento recíproco de valores y méritos, al tiempo que se profundizan las evoluciones y singularidades, y se abandona el enfermizo objetivo de conquistar la mente y las emociones de los otros, de los distintos. Esto es lo que denomino «civilización de civilizaciones».
Que no se acostumbre el pie/a pisar el mismo suelo, dice León Felipe. ¿Dónde se inicia el sendero que lleva a la civilización de civilizaciones? En la educación, para no creerse superior y encarnación de alguna misión eterna, para no desear que cada persona sea la gemela espiritual e ideológica de cualquier otra en un mundo sumido en la petrificada uniformidad. Es imprescindible generalizar la cultura científico-tecnológica y humanista para que la verdad sea el descubrimiento de la investigación y el estudio, no el invento destructor del dogma, el odio y la venganza; aprender a reflexionar ateniéndose a los hechos y a la carga de la prueba, no sobre la base de emociones arbitrarias; interiorizar la diversidad no como concesión de Estados y Gobiernos, sino como un rasgo inherente a la condición humana que Estados y Gobiernos deben respetar y promover; saber que es bueno cambiar de opinión cuando la evidencia así lo exige, y que sin libertad y sin justicia la paz es irreal, porque ¿qué es la sociedad sin libertad sino una prisión para esclavos? Y ¿qué es sin justicia sino una cueva de ladrones? (San Agustín de Hipona)
Como escribí al principio de este comentario, no soy optimista con respecto a las posibilidades actuales de construir la civilización de civilizaciones; percibo que la barbarie envuelve las geografías con un odio profundo y ancho que reduce el planeta a un mapa de zonas de influencia, pero la esperanza me susurra al oído que nada es imposible, que todos los muros caen, que la oscuridad en torno no debe oscurecer la mente, y por eso escribo, y por eso vivo y muero cada día. La civilización de civilizaciones quizás mañana sea la realidad cultivada y querida. Ahora es la hora de la barbarie, y, por eso también, es la hora de la resistencia, de la libertad, de la justicia.