I
Recibo una llamada en el despacho a las 13 horas. Es la Policía Nacional.
— El jefe ha salido y no volverá hasta las 3. Puede dejarme a mí el recado. Tomo nota —. Cojo rápidamente papel y bolígrafo.
— Localícelo. No podemos esperar hasta esa hora.
Ha aparecido un cadáver en la Barriada del Tinte, calle Angustias, número 1. Se requiere la presencia de mi jefe, el detective Juan López, y de su ayudante, Felipe Moreno, un servidor.
Sé que al jefe se lo llevan los demonios cada vez que la Guardia Civil o la Policía Nacional lo reclaman con tanta urgencia.
El muerto no va a revivir porque lleguemos antes, suele quejarse, con un tono en el que se mezclan la ironía y la rabia.
Pero, como yo digo, es nuestro trabajo; de esto vivimos. Además, si es a él al que recurren con más frecuencia, con el mal genio que se gasta, por algo será.
Consigo que me coja el teléfono y lo pongo al corriente.
— ¿No te han dado más detalles, Felipe?
— El que me dejó el recado fue muy parco en palabras, pero por su tono se apreciaba que era apremiante, jefe.
— Siempre es urgente, ¡carajo! Y digo yo que el muerto no va a resucitar por mucho que nos apresuremos.
— No sé qué decirle. A mí me ha parecido que en esta ocasión lo es de verdad — le insisto, porque es cierto que he notado algo extraño en la voz del policía.
— Casualmente, estoy cerca del Tinte. Recógeme en la avenida Reina Victoria, a la altura del primer semáforo. En la esquina de la farmacia te espero.
Cuando llegamos al lugar de los hechos, nos encontramos con la zona ya acordonada y a los distintos cuerpos de seguridad (Policía Nacional, Guardia Civil, médico forense, juez y resto de personal autorizado) en un movimiento frenético, yendo de un sitio a otro de la zona, tomando fotografías, recogiendo muestras de sangre, fibras, huellas y demás material que se añadirán al informe de la autopsia.
— Ya ha sido identificado el cadáver —nos comunica un agente antes de alcanzar el umbral de la casa —. El difunto es Ricardo Gómez González, de etnia gitana. Soltero. Según los vecinos, vivía solo. Tenía 70 años.
—Ay qué pena. El probe del Ricardo —solloza una vecina—. Con lo güena persona que era y lo agradable. Su casa siempre estaba abierta para tos los del barrio. ¿Quién habrá podido hacerle argo asín? Dios mardiga al marnacido que lo haya hecho.
Después de esta información previa, logramos entrar en el domicilio de la víctima. Uno de la Judicial viene rápidamente hasta nosotros.
— ¿Le suena de algo el nombre del difunto? —le pregunta a mi jefe.
— Así, de pronto, no me viene a la mente ningún Ricardo Gómez González.
— Lo que va a ver, Juan, le dejará con la boca abierta —le advierte.
Ya lo creo que lo ha dejado con la boca abierta. No solo a él, también a mí. Se trata de un asesinato poco común: una flecha clavada en el corazón. El muerto permanece sentado en un sillón orejero, tapizado en un tejido marrón oscuro bastante deteriorado. Parece ser que la muerte lo sorprendió viendo la televisión, con una lata de cerveza en la mano.
El detalle de la flecha como arma homicida resulta sorprendente, pero lo más sorprendente de todo es lo que la punta de esa flecha llevaba atravesado antes de impactar en el corazón del desdichado. Nos aproximamos lo suficiente para observar el objeto en cuestión y nos quedamos mudos, ante las atentas miradas de todos los presentes: una fotografía en papel fotográfico, tamaño 10x15, con el rostro de mi jefe: el detective Juan López.
II
Ha transcurrido un mes desde que sucedieron los hechos. La policía no halló huellas ni en la foto, ni en la flecha, ni en el cadáver. Peinaron los alrededores centrándose, principalmente, en el descampado que da a la ventana abierta frente a la que estaba el fallecido. No tardaron en encontrar el arco con el que habían disparado y, en él, las huellas de Manuel Vargas, vecino del barrio, que fue inmediatamente detenido. Mi jefe lo ha visitado varias veces en la cárcel. Manuel se deshace en juramentos, hasta por sus muertos, de que jamás había visto ni sostenido en sus manos semejante artefacto, y que para qué iba a querer cargarse a Ricardo.
III
Algo no cuadra desde el principio. Todo ha resultado demasiado fácil. Hemos llevado a cabo nuestras investigaciones hasta lograr encajar las piezas, y esta mañana me ha ordenado:
— Felipe, llama a la Policía Nacional. Vamos para allá. Caso resuelto.
Una vez en el despacho policial, mi jefe empieza a desgranar, con deleite, sus investigaciones y conclusiones:
— Ricardo Gómez era un hombre apreciado en el barrio, no he logrado encontrar a nadie que tuviese motivos para desearle la muerte. Mejor dicho, para anticipársela, ya que los vecinos eran conocedores de que le quedaba muy poco tiempo de vida porque el cáncer lo estaba consumiendo. El hecho de que apareciese una fotografía mía puede significar dos cosas: el culpable tiene alguna cuenta pendiente conmigo o se trata de una pista falsa.
» Mi ayudante y yo hemos hecho memoria y analizado uno por uno mis posibles enemigos y ninguno nos ha llevado a Manuel Vargas ni al fallecido. Esto me hace pensar que Ricardo ha sido una víctima elegida para que en la conciencia del criminal no pesara demasiado esa muerte, dada su enfermedad terminal. Debe tratarse de alguien cercano a él que conociese este dato.
» La siguiente pregunta es qué se ha pretendido con este crimen, lo cual me lleva al asunto de la foto y me conduce hasta Mari Paz Valencia, mi exnovia. La dejé hace un año. Solo ella tiene una igual a la encontrada en la flecha. Un par de semanas antes de cometerse el crimen, denunció que le habían robado el bolso. Con esta coartada, siempre podría argumentar que le sustrajeron la fotografía.
»Por lo visto, se ha aficionado a las drogas, en concreto a la cocaína. Este detalle puede relacionarla con la barriada del Tinte. Ella finge el robo y le entrega la foto a alguien. ¿A quién? ¿Por qué?
» Solo aparecen huellas en el arco. Alguien quiere llamar mi atención en una especie de burla. El disparo debió realizarse desde el descampado. Las dimensiones de la flecha y del arco indican que la persona que lo hizo tiene que ser fuerte y, además, poseer mucha pericia para acertar en el blanco. La conclusión más fácil es la que muestra la evidencia: Manuel Vargas es corpulento y las huellas lo delatan. Pero carece de móvil. Por otro lado, ustedes y yo hemos sido testigos de que no sabe manejarlo. Claro que cabe la posibilidad de que estuviese fingiendo.
» Hemos seguido a Mari Paz. En realidad, la ha seguido mi ayudante, porque a él no lo conoce. La ha visto salir tres veces por semana de un centro camuflado en un garaje, en el que enseñan disparo con arco.
» Mi exnovia se carga a ese hombre con el objetivo de que su muerte recaiga, de algún modo, sobre mi conciencia. Previamente, se ha enterado del estado de Ricardo en sus idas y venidas a la barriada del Tinte, en busca de la coca. Pero todavía queda saber por qué las únicas huellas encontradas son las de Manuel Vargas.
» Aquí tienen imágenes de Mari Paz, disfrazada con un atuendo acorde al barrio, en la entrada de un supermercado de la zona hablando con una señora de vestimenta parecida. Esta lleva gafas oscuras y la otra un pañuelo cubriéndole el cabello. Parecían discutir sobre algo en voz baja.
» Aquí, vemos a esa mujer entrando en su casa. Vive en la misma calle que el finado. Su nombre es Teresa Guerrero, esposa de Manuel Vargas. Es la misma que encontramos al llegar al lugar del crimen llorando amargamente.
» Mi ex se relaciona con Teresa para conseguir coca. Planean el crimen de modo que el acusado parezca el marido. ¿Por qué? ¿Cómo consiguió que las huellas del esposo estuvieran en el arma? Mari Paz le facilitó el arma a esa mujer; quien, aprovechando una ocasión en que el esposo estuviera dormido bajo los efectos de las drogas, pudo colocarle las manos sobre el arco en la posición que, previamente, le hubiese indicado.
» Quien disparó fue Mari Paz. El móvil de la cómplice fueron las palizas que le propinaba su pariente.
» Escuchamos una conversación en un bar del barrio. Los hombres no se explicaban las razones de Manuel para cargarse a Ricardo. En un momento determinado de la cháchara, uno de ellos dijo en tono jocoso: ¿A quién golpeará ahora que no tiene a mano a la parienta?
» Un reconocimiento médico a Teresa aportará las pruebas de lo que les digo.
» En conclusión, estamos ante un crimen perpetrado por dos mujeres despechadas, cada una por un motivo diferente.