Llego al aeropuerto de Fiumicino demasiado pronto, por miedo al overbooking: lo cierto es que son cientos de personas las que hoy, como ayer, han decidido de partir. Ceno en un decente wine bar, jamón y melón y cuatro copas de chardonnay, mientras enlazo una bella conversación con un empresario de prótesis estéticas que me confiesa que adora el trabajo de Piero Pizzi Cannella, un artista de la escuela romana; insiste en invitarme a la cena y finalmente termina pagando mi elevada cuenta.
El avión que me llevará a Praga está completamente lleno. Partimos. Me siento en el último asiento. Pido una cerveza y comienzo a escribir, un mixto entre Coniglio Viola y el señor de Bomarzo.
El viaje es como un rayo. En el aeropuerto no encuentro a nadie, saco dinero del cajero y tomo un taxi, 500 coronas. Poco después llego al espléndido palacio Liberty en la calle Vaclavce, 30. El maestro de casa me recibe y me muestra mi habitación. No veo a nadie más, solamente después sabré que se encuentran todos en el Castillo. Le explico que tengo que comer algo, beber, no puedo irme y ponerme a dormir. No nos entendemos, subo yo hacia la cocina y preparo. Luego intento conectarme a internet, no lo logro, entonces continúo con mi texto hasta que tocan a mi puerta: es una despampanante mujer rubia que me trae un beso.
Me voy a la cama tratando de dormir, pero la luz de esta ciudad no me ayuda, no hay cortinas en las ventanas, ya que perturban la armonía del dibujo. Duermo y unas horas después ya estoy despierto.
Llegué a Praga el día 3, hoy es 7, fui al castillo y allí me quedaré hasta el 9. Antes de llegar nos paramos en un supermercado, y hicimos compras para el castillo: 20 litros de leche, cinco kilos de pan, tres kilos de carne, tres bellísimos pollos.
Apenas llegado arrastro mis maletas a mi habitación y me doy cuenta que dentro es todo blanco y negro. Todo. Totalmente. Mi piel allí es la única cosa que tiene un color, me refresco un poco. En el castillo la cena está casi lista. Entro y salgo de mi pieza blanca y negra (obra de Eugenio Percossi). Luego degustamos una deliciosa cena.
Después de haber pasado diez bellísimos días regreso a casa, justo el tiempo que tardo en deshacer la maleta y ya estoy de nuevo en marcha, esta vez hacia centro de la Tuscia, cerca de Roma, en Blera, donde alquilo una pequeña casa, que es mi refugio (Blera parece bella, parece verdadera, parece una era).
Llegué ayer y ya generé y llené una bolsa entera de basura. Afuera llueve, pero el cielo es igualmente hermoso. Vacié dos botellas de agua de un litro y medio cada una, dos de vino, consumí una zanahoria, una cebolla, bacon, un cuarto de kilo de lentejas, dos maquinas de café, azúcar, sal y alguna que otra hoja de laurel.
Esta mañana me desperté con frio y un impresionante temporal acompañó mis dos horas de chat cotidiano. Recogí algunas hojas de viejos periódicos, elegí algunas ramas secas que habían quedado aquí del año pasado e intenté encender la estufa. Lo intento durante más de un cuarto de hora y cuando, extenuado por el esfuerzo, había ya decidido renunciar, veo al fin las luz roja de las ramas encendidas. Es emocionante aprender a encender un fuego, calentar la casa, usar la estufa como si fuera una chimenea. Abrí las ventanas, el aire era frío pero placentero, la casa estaba llena de humo, después todo volvió a la normalidad, el fuego encendido y la casa que se calienta lentamente.
Mis pensamientos intentan tomar una cierta dirección. Pensar en algo y moverse en esa dirección. He regresado de Praga desde hace ya una semana. Diez días pasados en el corazón de la Bohemia non son pocos y tampoco suficientes, pero sí puedo decir que fueron llenos. Mis huéspedes fueron extremamente amables y hasta que fueron llegando el resto de los huéspedes nos vimos solo para cosas especificas; salir. Llegar a la galería, saludar a los asistentes, controlar los vídeos, el sonido, revisar los subtítulos, las traducciones del inglés al checo. Comunicarse con gestos o conseguir la ayuda del traductor.
Salir a cenar y regresar después de apurar la última copa. Luego a dormir. En mi habitación en esta casa, Liberty, que es monumento nacional, hay demasiada luz, al menos para dormir, para despertar. No estoy acostumbrado. Descubrí el valor real al kit de viaje que algunas aerolíneas ofrecen desde hace tiempo, hago un buen uso de su máscara. Así estaré hasta el sábado, cuando lleguen María Rosa de Copenhague y otros invitados desde Bruselas.
A su llegada comenzamos un viaje con destino a la residencia para artistas que tienen mis amigos. Una hora de viaje. Lo que está enfrente es impresionante, Château Třebešice, un castillo del siglo XVII, con césped, un puente para llegar a la puerta del castillo, alrededor de un lago, un par de patos se mueven lentamente, estéticamente correctos, diría un conocido. Bastaría con decir armónicos. Virgola, el perro mascota mira más allá de la puerta de vidrio, salta de alegría al ver a su amo, nunca vi a un perro saltar tan alto. Entramos. Nos espera una maravillosa cena, preparada por una mujer de Moldavia que, dada la hora, ya no está. Nos asignan nuestras habitaciones. Hay hermosas obras por todas partes. Un jardín con cientos y cientos de flores nunca antes vistas, medidas desproporcionadas, colores radiantes, perfumes por todas partes. También hay una esquina para los olores de todo el mundo, salvia, perejil, menta, albahaca, verbena, cilantro, todas las ensaladas.
Al día siguiente, nuestra caminata matutina, en medio de esta infinidad de aromas, se vio interrumpida por una densa lluvia, sin embargo, ya era hora de comer y aquellos aromas se mezclaron con los que dos mujeres nos habían preparado. Mientras tanto, ponemos la larga mesa.
Alberto y Eugenio poseen este castillo desde hace años y han considerado oportuno convertirlo en una residencia de verano para artistas, muchos ya han estado aquí en estos cuatro años. Luego también son dueños de la Galería Futura, donde en breve estaré inaugurado la exposición Archivo Sur con dieciséis artistas internacionales:
Alexander Apóstol, Tania Bruguera, Patricia Bueno, Jota Castro, Donna Conlon, Alejandro Gómez de Tuddo, Regina José Galindo, Diango Hernández, Maria Rosa Jijon, Fabiano Kueva, Antonio Manuel, Ronald Moran, Carlos Motta, Iván Navarro, Giancarlo Pazzanese y Juan Esteban Sandoval.
Las obras que expongo tratan de establecer un juego de ideas sarcásticas y ambiguas, donde todo se transforma en cómplice. Ellas dialogan desde su declarada angustia existencial, se preguntan: ¿quiénes somos? ¿Somos los individuos detrás de las máscaras? ¿Es nuestra desnudez la que muestra nuestra confusión? ¿O es nuestra confusión la que nos desnuda y nos muestra? Quería evidenciar y resaltar estos trabajos como se resaltan y marcan las páginas de una novela que no queremos olvidar, al igual que subrayamos un versículo que queremos mantener en nuestra memoria, cuando cerramos el libro donde lo leemos. El público en la inauguración fue generoso y numeroso.
Es extraño cómo las personas que no saben quién eres, saben de dónde vienes, pero no te conocen, es hermoso este flujo, esta combinación de reuniones, diálogo, decir, sentir, pensar, imaginar, argumentar y afirmar, para ver, para vislumbrar. De mirar hacia atrás en el aeropuerto que te llevará lejos, que en dos horas aterrizará en otro aeropuerto y donde otras cosas, otras personas, otros diálogos tendrás que tener, otros viajes para comenzar de nuevo.
Anteayer allí, ayer en Roma, ahora en Blera. Mientras tanto, la noche cae en esta ciudad. Se puede oler la madera quemada, las chimeneas abiertas, los platos servidos alrededor de la nocturna mesa, como esas de otra época. El cielo se ha convertido en una oscuridad intensa, las estrellas parecen estar calcadas, subrayadas por una luz dorada, la luna un gajo, pero apenas puedo ver la colina frente a mi ventana. Espero que llegue Pasquale y me lleve a cena a la casa de un amigo. Y hay silencio alrededor.
Es tarde, pero, ¿por qué no llega Pasquale?
Al día siguiente estoy en Roma y el invierno parece haber llegado, hay un frio que entra en los huesos. Las copas están llenas, se llenan de a dos, a pesar de que ambos continúan a la vez haciendo cosas distintas. Paolo, el artista, revisa sus notas, los textos escritos sobre él, los diversos planes de estudio; El otro, Antonio, tiene la ansiedad de quedarse con la pluma e invadir el campo de batalla después de mucho tiempo, una página en blanco.
Hoy visitaron una exposición, el campo romano era espléndido; poco a poco entraron en otros mundos y otros mundos les miraron con curiosidad. El olor a madera cruzó las diferentes apariencias, la suave complicidad pero también el misterio. En los matices de una pintura, parecía reconocerse a sí mismo y por un momento se le encogió el alma. En esa oscuridad vio tristeza, lejanía.
Pensó que debería escuchar las palabras, eso que las palabras quieren decir, el mensaje, su comunicación, eso que nos pasa por la mente, las palabras que salen vanidosas, que vomitas, como queriendo presumir; plantear ciertas cuestiones , los derechos sociales, por ejemplo, o la de su urgente necesidad de amar, ver la puesta del sol, dejarse llevar por su imagen, ser esto y disculparse y dejar que las palabras viajen hacia la ceguera, hacia la soledad, tratando de no lastimarme de nuevo:
«Dejaré de impresionarme, dejaré de asombrar, de detener, de desconectar, de arrancar, de detener, de arriesgarme, de morder, de tartamudear, de prevalecer, de prevalecer sobre el uno y sobre los otros».
Las calles de piedra le tiraban la ropa, le pedían que se fuera, que descansara en el auto escuchando canzonette; mientras tanto, la ciudad comenzó a aparecer lentamente desde desde los suburbios periféricos hasta el corazón de lo que hoy es su ciudad.
Al oeste, la colina es verde y empinada.
Cuenta un sueño que tuvo la noche anterior, del intenso dolor en el cuello que no pasa con Aulin (el último veneno que descubrió ayer), y la imagen de ese vagabundo que se encuentra todos los días cuando baja la escalera automática de la estación, ocupado de escribir versos, recortar noticias, pelear con los guardias y decirle todo esto a las sombras del muro, este muro que vio pasar todo su ayer, su arrogante desnudez, amorosa incluso; y ese secreto candor, tu convicción aguda y seductora, tu certeza de hechicero; un pasado que lo ha visto cuantas veces dejarse llevar por el tiempo.
Los colores llenan su mirada, ella viaja entre los caminos de la policromía y mientras tanto el viento hace que las ventanas se cierren de golpe. Él y él en la misma casa comparten el vino, pero ambos continúan haciendo cosas distintas: tal vez alguien amplía la escena, habla de ello, lo comenta y lo proyecta como una película, grabándolo en su propio corazón, tal vez el el otro lo examina y sabiamente lo suaviza. Esta es la vida romana de un invierno que está a punto de comenzar y se ve duro, tiene frío, quiere vino. Deja de pensar que les gustaría volar a otra parte. Los deja aquí a pesar de intentar en vano de abrir las puertas, las ventanas, los rincones estrechos donde el viento pasa y se va.
En la parte superior del cielo no hay destellos, quedan rastros de la puesta del sol. Solo la luna persiste en herirlo, con su lanza, con esa mueca luminosa.
Esta noche tuve un sueño donde no había imágenes, solo palabras. Soñé que había soñado con Raúl Ruiz, aunque nunca lo vi en el sueño, sé con certeza que fue él, o un hecho que lo conectó de manera decisiva en mi sueño.
Él, me dijo Luisa, aunque nunca la vi, pero sé que era Luisa Eguiluz, había traído a un barbero al trabajo todos los días. ¿Traído de dónde? No lo sé, Imaginé en el sueño que venía del sur, que era un barbero del sur. ¿Desde el sur de dónde? Me imagino que el sur de Chile.
En el mismo sueño intenté traducir la palabra barbero y pensé en un peluquero, pero no es exactamente la traducción. En el mismo sueño recordé cuando Roberto me escribió y me pidió que le contara las diferentes maneras de decir detective en Chile. «Veamos si puedes ayudarme: ¿cuál es el nombre o el nombre de la policía de paisano en Chile? ¿Policía Judicial, Departamento de Investigación? Necesito una aclaración urgente». También: «¿Los muchachos que trabajaban allí se llamaban detective o tenían otro nombre, excluyendo el de los policías?».
Me di cuenta de que en el sueño, en el que ya existían Raúl, Luisa y el barbero, había entrado un cuarto elemento: Roberto. Todo esto gracias al vano intento de traducir la palabra barbero.
¿Pero por qué trajiste a un barbero para trabajar con él? (Me pregunté y allí pasa la palabra en la que gira todo el sueño). Para «amononarse», me dijo Luisa y juro que es la primera vez que digo esa palabra y es la primera vez que la escribo, sin saber siquiera si existe o es solo un recordatorio auditivo de cuando era niño.
Pero no, yo no existía en el sueño, incluso aunque fuese yo al que se le había dicho, se le decía, a quien se le preguntaba y quien, incluso en medio de ese sueño, cantaba una canción, como si fuera la banda sonora del sueño, exactamente un bolero, que a pesar del esfuerzo no puedo recordar. Ahora creo que era esta tarde vi llover, vi a gente correr y no estabas tu, pero no, la descarté, fue diferente y la frase fue mucho más corta. En el sueño, de hecho, intenté continuar, pero solo tenía una frase, el resto no lo recuerdo ahora y ni siquiera lo recordaba antes. Durante el sueño, pensé que cuando despertara mi ánimo estaría lleno de alegría, que recordaría la canción y algunos otros detalles, pero no fue así.
Me desperté con la ventana que abriste y el olor a fruta fresca. Te dije que durante la noche o muy de mañana tuve un sueño en el que no había imágenes, solo palabras. «Qué bueno», me dijiste y me preguntaste si me había gustado la obra que habíamos visto el día anterior. Dije que no quería entrar en la discusión porque quería seguir recordando mi sueño. «Te dejo solo con tus sueños», dijiste mientras te tomabas tu café. Me levanto y le digo que también es la primera vez que el sueño, fuera de la palabra barbero, había sido completamente en español. «Me matas», dijiste, sacudiendo la cabeza y yo, todavía en calzoncillos comencé a escribir lo poco que recuerdo de esto.
Entre una frase y otra voy al baño y me lavo la cara con jabón de aloe y, al hacerlo, trato de no hacerlo como siempre con la mano derecha, presto especial atención al uso de la mano izquierda, aprendí que tienes que usar la mano izquierda, de modo que parte del cerebro que no usamos salga de su letargo y dicen que todo funciona mejor. Lo hago. Luego vuelvo a la computadora y escribo la palabra barbero en Google. No sé por qué la búsqueda me lleva al diccionario de inglés:
barbero / barbujar / ver nota léxica → voy a la peluquería.
«barbero'»también se encuentra en estos artículos:
Italiano:
de
Inglés:
Barbero - barbero
en francés, y tal vez es el término que Ruiz pensó cuando debía asumir que es:
coiffeur
Perruquier, capilliculteur, barbier.
¿Qué diría un barbero del sur de Chile si alguien lo llamara perruquier o coiffeur?
Entre traducción y diccionario, llego a un texto que me parece la solución posible a mi solicitud:
Hos tu otiosos vocas inter pectinem speculumque.
(Llámalos ociosos estos entre el peine y el espejo).
Haga doble clic en él y el navegador se abrirá con el botón de Skype.
Y tú, hijo de hombre, toma una hoja afilada, una navaja de afeitar de un barbero. Tómalo y pásalo sobre tu cabeza y sobre tu barba.
Luego toma una balanza para pesar y distribuir los pelos.
Tauro
Esta semana debería ser para ti una suerte de premeditada premonición, es sabido, se teme siempre bañarse dos veces en el mismo Heráclito y no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño.
La luna aconseja realizar un largo viaje, donde trazar por fin el arquetipo de tu luz, el arquetipo de tu sombra.
La huella de la palabra que dejó en ti este vagabundear alrededor de todo.
Este es el horóscopo que escribí y publiqué en el Noreste (la vida peligrosa) mensual de Chile, en diciembre de 1987, hace mucho tiempo, pero que solo ahora volví a encontrar.
Todo el día de ayer celebramos el cumpleaños de Luigi, junto a un arroyo frio y fresco. Luigi Moio y Luca Sivelli, que mueven su investigación artística al borde de la paradoja, aprovecharon y me arrancaron una entrevista sobre Filiberto Menna, el gran estudioso de Salerno que conocí en Roma. Estamos pasando por alto Amalfi. Las montañas parecen abrazarnos, al frente se ve a Ravello. Esta mañana nos despertamos con el ruido de dos aviones forestales tratando de aplacar el incendio que se desató ayer en la montaña opuesta. Dos lenguas de fuego que crecieron visiblemente.
Luego estoy a bordo de la nave Partenopea para hacer el trayecto Nápoles / Catania.
La noticia de la repentina partida de Vettor Pisani me conmueve, me enteré de las noticias que escuché antes de irme.
«Es tan solitario, que las palabras se suicidan», dijiste.
El paisaje de repente se pone triste.