Los venezolanos demócratas y/o no «enchufados» hemos caído de nuevo en un estado de tristeza ante el estancamiento en la lucha por la transición a un régimen de libertades. Como tantos otros ciclos de lucha en el pasado, el iniciado por el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, cuando se «encargó» del Ejecutivo Nacional, pareció cerrarse ante el fracaso de los extraños sucesos del 30 de abril.
Cuatro meses de avances con un gran apoyo internacional y un renacer de la esperanza de las inmensas mayorías han entrado en un preocupante letargo. A pesar de ello, en las concentraciones en torno a Juan Guaidó en el interior del país, las personas siguen asistiendo en multitudes. No ha bajado el apoyo al principal liderazgo opositor, pero nada muestra que el fin del régimen autoritario esté cerca. Lo peor de todo es que el deterioro social no se detiene, en especial fuera de la capital: la hiperinflación acelera el empobrecimiento con la desnutrición de importantes porcentajes de niños, los apagones de luz duran en promedio más de 6 horas diarias por no hablar del abastecimiento de agua.
Ahora se suma la escasez de gasolina que obliga a las personas a realizar colas de más de 3 días para poder llenar el tanque. Han aparecido alimentos en los mercados, pero las mayorías no pueden comprarlos. La historia parece repetirse y es inevitable comparar con regímenes autoritarios de larga data que viven en una profunda pobreza, siendo Cuba el mejor ejemplo.
Las grandes diferencias con Cuba u otros sistemas autoritarios es que en Venezuela se tuvo una larga experiencia en democracia. Desde 1928 se inició una lucha que tuvo avances institucionales y en la cultura política desde 1936, con un salto «experimental» desde 1945 hasta 1948 y cuatro décadas desde 1948 que ha consolidado a nivel de la sociedad las preferencias por el sistema democrático-liberal. Pero lamentablemente las instituciones democráticas no se han fortalecido y la vieja tradición personalista y pretoriana renació una vez más de mano del socialismo autoritario. Por no hablar de los intereses extranjeros que buscan mantener al chavismo-madurismo en el poder debido a las facilidades que éste les ha permitido: obtención de recursos e influencia en Venezuela: Cuba el primero (al cual se le abastece de petróleo sin retribución alguna), Rusia, China, entre otros.
Esta larga experiencia democrática se refleja en la mentalidad de los jóvenes, que no han vivido en dicho sistema, pero que han heredado de sus padres las preferencias por todo lo que significan las libertades. En estas dos décadas muchos se han incorporado a los partidos políticos y a las diversas actividades de resistencia, y en general han rechazado las prácticas autoritarias promovidas desde el poder. Si de algo siempre careció el régimen fue del apoyo de las juventudes.
Una muestra de ello son los resultados de una encuesta informal que realicé en la primera clase de Historia de Venezuela de dos de mis cursos de la principal universidad pública del país. Les consulté sobre cómo evaluaban estos 20 años de chavismo con las opciones de: muy buenos, buenos, más o menos, malo, pésimos. Ninguno lo consideró ni muy buenos ni buenos, solo 7 como más o menos, 20 como malos y 60 como pésimos. Es decir que menos del 10% podría ver algo relativamente positivo acompañado de lo malo. Pero lo que más me impresionó fueron sus respuestas ante las preguntas por las causas de estos 20 años y el aprendizaje de los mismos.
En lo relativo a las causas la inmensa mayoría identifica a la ignorancia, la propaganda y el socialismo como las principales. Es decir, hay una percepción de engaño por parte de una ideología. Algunos hablaron claramente del estatismo y el populismo, y de un líder carismático que los sedujo. Al señalar la ignorancia y ser estudiantes universitarios me sentí aliviado, porque era una importante muestra del valor que le dan a la formación para ser ciudadanos. En la pregunta relacionada a los aprendizajes generados por la experiencia de lo vivido en estas dos décadas prevaleció por encima de cualquier otra respuesta que «el socialismo no sirve», que a la hora de votar se debe hacer con consciencia y a valorar el trabajo y la austeridad («ahorrar para sobrevivir»). Por ninguna parte aparecieron los argumentos que da la propaganda oficialista: sanciones, «guerra económica», «el imperialismo yanqui» y «la burguesía apátrida».
Si estos resultados son una verdadera muestra de lo que piensan la mayoría de los jóvenes, dudo mucho que el régimen pueda sostenerse por largo tiempo. El problema está en la organización. Las encuestas formales desde hace tiempo identifican un creciente rechazo al gobierno de Nicolás Maduro que hoy está entre el 80 y el 90%. De allí la negativa del régimen por hacer elecciones libres con supervisión internacional. Pero mientras esas grandes mayorías no estén organizadas y el chavismo tenga los instrumentos del poder, la transición se demorará. ¿Hasta cuándo puede durar esta situación con el creciente deterioro social? No lo sé y creo que nadie lo sabe, pero si la juventud mantiene esta claridad no parece que sea por mucho tiempo.