A la edad de 18 años, emprendí mi largo y gratificante viaje en la docencia. Inicié en una prestigiosa institución nacional, equipada con una infraestructura ambiciosa y apasionante. Aún recuerdo mi primera clase; el aula lucía impecable y elegante, y todo armonizaba de manera perfecta, promoviendo en cada detalle el clima idóneo para el aprendizaje. El aula estaba provista de un dispositivo de proyección que exhibía en una enorme pantalla todo lo que yo iba explicando en el monitor de mi computadora. Además, contaba con dos televisores estratégicamente ubicados para que los alumnos fueran testigos de cada detalle. Era, sin duda, una propuesta disruptiva para su tiempo; me sentía privilegiado y eufórico de formar parte de ello.

A pesar de mi incipiente experiencia, identifiqué en poco tiempo lo que necesitaba hacer en clase para que mis alumnos aprendieran de manera efectiva. Así fue como desarrollé una metodología y un estilo propio, que fui ajustando y mejorando con los años. Fueron tiempos en los que todo parecía girar en torno a la ofimática. Microsoft aún no había logrado la hegemonía de este tipo de herramientas. El hardware era grande y pesado, el software se distribuía en disquetes de 3 ½”, y el Internet no estaba en el radar.

Han ocurrido muchos cambios en el panorama tecnológico desde entonces. El hardware se volvió cada vez más compacto y poderoso. El software migró progresiva y lentamente de nuestros discos duros a la nube. El Cloud Computing se llevó buena parte de los servidores organizacionales, y la omnipresencia de Internet fue inminente. Todo ello cambió definitivamente las reglas del “juego”. La docencia, por supuesto, no escapó a esta vorágine de cambios, sobre todo con el advenimiento de la modalidad virtual, que transformó significativamente la manera de hacer pedagogía. Pasamos de las aulas convencionales de clase a los recintos exclusivos de la intimidad del hogar.

En la actualidad, sigo ejerciendo la docencia en tecnología, usualmente de forma virtual. No obstante, esta modalidad me lleva a reflexionar frecuentemente sobre la necesidad que tenemos los docentes de adaptar probadas metodologías pedagógicas al contexto del aula virtual y sobre la obligatoriedad de forjar una colección valiosa de herramientas tecnológicas, sin las cuales no se debe ni se puede ejercer una docencia virtual efectiva. Y es que desarrollar un surtido número de actividades de clase es fundamental, más allá de las habilidades de comunicación efectiva, un espíritu empático y fuertes destrezas didácticas que todo maestro debe tener. Todos estos factores son imprescindibles y preponderantes para el éxito de la enseñanza bajo esta modalidad.

Siempre he visto la práctica pedagógica como una puesta en escena; un show académico que despliega una performance de conocimientos, actividades y experiencias que busca encantar y embelesar a los alumnos. Este rasgo lo he replicado en la docencia virtual a través de una exhibición de plataformas en línea, herramientas digitales, actividades interactivas, software de streaming y hardware de transmisión en vivo. Hoy en día, no concibo hacer una clase desprovista de estos recursos.

Le dije adiós a PowerPoint y empecé a utilizar herramientas de despliegue de contenido interactivo como AhaSlides para involucrar a los participantes en todo el proceso. Refuerzo cada sesión de clase con cuestionarios que implemento en la plataforma WooFlash, con la finalidad de ofrecer una experiencia de retroalimentación cautivadora. A ello le sumo actividades de glosario de términos, con los que busco construir un vocabulario de tecnicismos y palabras relacionadas al curso. Estos glosarios son implementados a través de flashcards que invitan al alumno a una experiencia gamificada de aprendizaje en el entorno interactivo de Particify.

Los casos de estudio los abordo en plataformas participativas como Nearpod, y las actividades de nubes de palabras, lluvias de ideas y preguntas de discusión las realizo en el escenario digital de Wordwall. Cierro mi clase con una actividad 3-2-1, que plasmo en una pizarra colaborativa diseñada en Padlet, a fin de que los alumnos manifiesten: 3 cosas que les parecieron interesantes de la clase; 2 cosas que podrían empezar a aplicar; y 1 pregunta que aún tengan.

Todas estas herramientas son el producto de una ardua búsqueda en la que evalué decenas de opciones en base a criterios como usabilidad, interfaz amigable, experiencia de usuario, alineamiento andragógico, innovación, creatividad y estética. Luego de varias semanas, hallé lo que hoy configura mi repertorio de herramientas pedagógicas, que me han garantizado un modelo de docencia interactivo, altamente participativo, que promueve el enfoque y coadyuva al logro de objetivos sin descuidar el entusiasmo de los participantes. Sin duda, la pandemia nos dejó una gran enseñanza acerca de lo importante y necesario que es adaptar nuestra praxis profesional para alinearnos con las nuevas demandas, expectativas y desafíos en un mundo en constante evolución. El verdadero poder de la educación radica en nuestra capacidad de adaptarnos y reinventarnos, inspirando a cada estudiante a alcanzar su máximo potencial.