Treinta y un años transcurridos entre la primera (Ediciones Logos, octubre de 1988) y la segunda (Ediciones Liz, junio de 2019) edición de este singular poemario de Luis Contreras Jara, escrito cuando aún no cumplía los veinte años de edad (octubre de 1973), prisionero en la cárcel de Chillán, a un mes de producido el cruento y feroz golpe militar que instauró en Chile la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Cuál fue el grave delito del joven poeta? Pertenecer y adherir a los sueños libertarios y de justicia social del gobierno legítimo del presidente socialista Salvador Allende (1970-1973).
En abril de 1988, el poeta autor de este libro, «Desde el Muro», llega a la Casa del Escritor, sede de la Sociedad de Escritores de Chile, en calle Simpson 7, Santiago capital. Tiene treinta y cuatro años y trae consigo el manuscrito de su obra, trazado en roja caligrafía sobre las hojas de un cuadernillo de pequeñas dimensiones, como convenía para ser ocultado del ojo avizor de carceleros y «sapos», para que un cura progresista lo metiera en su sotana. Hablamos sobre su edición, convinimos un sistema de financiamiento compartido, como se estilaba por aquellos días, y publicamos el libro bajo el sello de Ediciones Logos. Por aquel entonces escribí una crónica o comentario crítico, que apareció en el periódico Fortín Mapocho, uno de los escasos y modestos medios de prensa alternativos que a veces lograban sortear la férrea censura impuesta por los esbirros uniformados y mantenerse como fantasmas impresos en medio de la falaz versión oficial.
El pasado 4 de junio del presente año, presentamos, el poeta, ensayista y crítico literario David Hevia y yo, la segunda edición, en la Casa del Escritor, ante numeroso y entusiasta público, el autor, su compañera Gloria y uno de sus hijos, y las jóvenes y pujantes editoras del sello Liz. Entre los asistentes se destacaba Eduardo Contreras, ilustre abogado y combatiente civil, el primero en atreverse a interponer una querella judicial en contra del zafio dictador que usurpara el poder durante dieciocho interminables años de oprobio, para instaurar un régimen cuyos tentáculos aún se extienden y accionan, movidos por los poderes fácticos que el dictador consagró en la espuria Constitución de 1980.
Escuchamos resonar, en el salón de actos de la SECH, los versos desolados y vibrantes del poemario «Desde el Muro», en la voz de barítono de su autor, Luis Contreras. Un canto a la porfía, a la consecuencia política y a la esperanza. Tras aquellas sílabas resonaba el eco de otros luminosos encarcelados de la Historia: Cervantes, Wilde, Hernández, Pound…
Luis Contreras contó las peripecias de aquella escritura pergeñada en la soledad desnuda de los muros carcelarios y cómo fue posible liberar esos versos esenciales por mano del capellán de la prisión, que cauteló, durante varios años, el manuscrito que hoy disfrutamos y padecemos, en esa dualidad de dolor y gozo provocado por la poesía que brota de las entrañas del ser.
A continuación, sólo porque no ha perdido vigencia ni realidad estética, replico esa crónica, escrita y publicada por mí hace treinta años, bajo el título «La libertad de la palabra», con la dedicatoria al autor, tan actual hoy como necesaria: «Con la amistad que nace de la poesía, la tierra y la sangre….».
Desde el muro escribe este poeta de Quirihue, habitante de la provincia por su origen y cotidianeidad; ciudadano del mundo por el oficio poético y los imperativos de una circunstancia disociadora y traumática que invadiera, sin ambages, los más recónditos espacios de la patria asolada…
Dentro de los muros, tras ellos, en el atroz silencio forzoso, el hombre asume la precaria desnudez esencial. Así, el verso es una iglesia/ donde rezan las cosas/ y donde el hombre ofrenda/ lo que ama.
La ceguera del Poder no discrimina. En la desbocada paranoia de su prepotencia, suelen ser los escritores víctimas de aquellas garras crispadas sobre la inteligencia crítica, o acechantes del sospechoso camino de los sueños; más aún si pretendieron encarnarlos en una fraternal utopía… Desde el muro que fluye/ desde el redil que habito/ transitado de hoscas/ horas sin nombre y mudas/ estoy de pie a la oscura/ densidad de la noche/ para hablarte en silencio.
Consigo mismo habla el poeta, y al hacerlo –como nos enseñara Antonio Machado- conversará con los otros, porque ellos, sean hermanos de encuentros o desencuentros, moran en su corazón, viven en las hondas habitaciones de la memoria donde sólo el olvido podrá pronunciar las arteras sílabas de la muerte. Los propios sufrimientos no alzarán el odio ni esgrimirán el recurso fácil del anatema, porque sabe el poeta que su certeza es creadora, y la palabra afronta los riesgos de ese doble filo que poseen sus secretas armas, bruñidas en voces contradictorias que pueden traicionarnos…
Allí… donde hube nacido/ tantas veces/ la mano de la tumba/ se prolonga infinita/ llamando una a una las cosas/ ¡cuántas cosas!
Por los cauces del recuerdo intenta el poeta reconstruir su mundo escindido, a partir de esos muros que hoy, al escribir, lo cercan hasta la angustia, y que ayer fueron lejanas fronteras de un mal vaticinio, pues nada podrá parecernos sorpresivo o fortuito si aventuramos nuestros pasos a la medida de los caros anhelos. El auténtico poeta sabe que sus versos estaban ya escritos antes de pronunciar la primera palabra; él sólo aligeró aquel fluir sin tiempo con la íntima desgarradura de su canto…
Aquí/ donde los sueños son mis viajes/ se nos limita el ansia;/ aquí/ toda preciada forma/ no se toca./ Se contempla hacia arriba/ como a un Dios que no vemos.
“Versos breves, depurados en adecuada libertad formal, van configurando un solo poema, de ritmo sostenido y bien logrados acordes, merced a un oficio riguroso, sorprendente en un joven vate de diecinueve años, palpable incluso cuando las remembranzas tocan lo afectivo familiar, cuyos ámbitos suelen tendernos esas trampas de la ‘sensibilidad a flor de piel’, de las que previniera Rilke a los primerizos… Entonces, el tópico del ubi sunt dirige esos apremios al recuerdo de sus padres:
Cómo se habrán dormido/ los viejos esta noche/ y hacia qué estrella vueltos/ sus rostros impacientes/ habrán hilado el último Amén./ Dónde habrá lastimádoles/ el golpe de este día/ que, de turbio galope/ enluta tenebroso/ los manteles vacíos de la casa.
Este doble exilio interior, que constituye la cárcel civil del poeta, hará madurar su quehacer con los duros embates del cautiverio, enfrentándole a esas realidades últimas de la condición humana, de donde surge, sin disfraces, la lucidez:
Converso con el ansia/ vuelta noche/ y en el perfil del muro/ he llegado a/ encontrarme con la MUERTE.
El amor, los amigos, el paisaje, están más allá de los muros, y sus ecos percuten, dolientes, en el arcano péndulo del poeta. Pero, de algún modo, la palabra los devuelve, recreándolos, a la morada que el vate construyó para sí mismo y para los que ama, en esa victoria sobre la muerte que es el poema, ya viviendo lo suyo, liberado de quien lo pulsa, presto a agitarse como nueva creatura cada vez que pronunciamos ese cuerpo trémulo y sin nombre que se desliza en las estrofas, convocándonos a la magia de su inagotable fuego originario.
Desde el Muro, primer libro de Luis Contreras, se torna logro significativo en su pública trayectoria de poeta, la que no suele proporcionar a muchos una feliz conjunción entre editar tempranamente y trascender por obra de los méritos del oficio.
Nos alegramos, doblemente, por este amigo poeta y su bello libro, que nos invita, en los sencillos versos finales, a una convocatoria de fraternidad y esperanza:
Ven esta tarde
a estar en mi aventura
hecha de hierba…
Nos recuerda las palabras de Jorge Teillier, el querido e inolvidable poeta de Lautaro: El poeta derribado es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.
Salud, hermanos, por la poesía, la lucha y la esperanza!