Parece que hemos llegado a puerto. Y es que los fenicios, aquel pueblo formado por comerciantes y viajeros a los que debemos la introducción de la escritura -fenómeno sin par, como el descubrimiento del fuego o del mismo Internet-, conocían los papiros como lámina imprescindible para poder elaborar sus contenidos. Lo curioso del tema es que no quedan restos ni prueba alguna que reafirme la existencia de estas primerísimas inscripciones.
José Ángel Zamora, responsable del área de Historia Antigua de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, señala al respecto que, tras haber estudiado grafitos -trozos de cerámica- en los que se incluían representaciones gráficas fenicias de hace cerca de 3.000 años, sus autores primero habían tenido que aprender a realizarlas en papiros.
Según este experto, aquella civilización que arribó a la Península Ibérica en el siglo IX antes de Cristo y que conocía el Mediterráneo antiguo al dedillo, fue la que realmente tuvo el conocimiento necesario para crear un sistema de signos que duró más de 700 años, llegando a convivir incluso con el latín de los romanos. Una idea que refuerza el concepto que siempre se había sospechado: a esta comunidad, marinera por excelencia y con tantos puertos a sus espaldas, se le debe que los diferentes lugareños a los que se acercaban en sus periplos adaptaran sus lenguas a sus propias representaciones, ya fuera sobre papiro o sobre cerámica.
Es decir, en la Hispania prerromana fueron naciendo distintas escrituras con la misma raíz fenicia: el tartésico -situado en el suroeste de nuestra geografía- que desapareció en el siglo IV antes de Cristo, el ibero, -desde Andalucía oriental hasta el sur de Francia- y el celtibérico -desde Burgos a Teruel, pasando por Cuenca, Zaragoza y Soria-. La explosión del uso de estas antiguas escrituras se puede observar tanto en el ámbito privado y personal como en el espacio público, ya sea en monumentos, piedras funerarias o monedas. Pero la llegada del imperio romano a Hispania tuvo como consecuencia la desaparición de estas formas de escritura paleohispánica entre mediados del siglo I antes de Cristo y comienzos de nuestra era.
No obstante, aquí se encuentra el verdadero quid de la cuestión ya que para Zamora, «a diferencia de los griegos y los romanos, casi todo lo que escribían los fenicios se ha perdido porque lo hacían sobre soportes perecederos y, una vez derrotados e integrados en la civilización romana (en occidente, tras las guerras púnicas), no tenían a nadie que copiase sus textos, salvo algún raro pasaje».
Además, los problemas para entender y rescatar del olvido las lenguas derivadas -que solo se comprenden todavía parcialmente- son similares a los del fenicio. Esto es, que la mayor parte de lo que escribieron iberos, celtíberos y tartésicos también se ha perdido, pues lo hacían en papiro, tablillas enceradas, pieles, cortezas: «La escritura era común, habitual sobre soportes que no se han conservado. En algunos casos se han perdido las tablillas, pero conservamos el punzón de bronce con el que se escribía en ellas”», declara por su parte Francisco Beltrán, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza.
«Así que el resto de lo que se conoce es a través de la epigrafía, unos testimonios que han sido suficientes para descifrar el alfabeto fenicio, ya en el siglo XVIII, y a partir de ahí la lengua, aunque no todos sus textos se comprenden bien. Por eso es tan importante encontrar más epígrafes, esos escritos que pueden aparecer en materiales duraderos como piedras, cerámicas o metales; entre los que hay piezas monumentales u objetos preciosos, pero también platos o vasos más humildes en los que alguien escribió breves textos (por ejemplo su nombre) o trozos sueltos de esos materiales que se utilizaron en lugar de los papiros o las pieles para hacer apuntes, bien porque estaban más a mano, bien porque eran más baratos», asegura en este sentido J. A. Aunión, especialista en el tema.
Más concretamente, y para dar fuerza a la teoría del papiro en la Península Ibérica, han sido dos arqueólogos -Juan Miguel Pajuelo y José María Gener- los que han proporcionado el argumento final al encontrar en el Teatro Cómico de Cádiz cinco bulas fenicias (sellos de arcilla empleados para cerrar documentos a modo de lacre) del siglo VIII antes de Cristo. «Esto demuestra que existían textos invisibles fenicios, que esta civilización escribía y escribía mucho, aunque no queden demasiados restos que lo atestigüen», concluye Zamora.