Hay que pensar en la palabra adiós, metérsela en la sangre.
Al amanecer o en medio de la noche.(Carlos Mellado)
Cuando terminaba de editar un hermoso poemario de Marisol, rescatado de treinta y nueve años de olvido, me entero del pasamento de Carlos Mellado (qué buena palabra galaico-portuguesa para su partida: pasamento, tránsito a la otra orilla, a la ribera de los poetas esenciales, de los hombres buenos y necesarios).
Me entero de su adiós de Ulises de las palabras y no puedo contener lágrimas de viejo amigo y compañero... Le conocí en 1978, cuando llegué a la Casa del Escritor con mi primer libro de poemas. Compartimos casi dos décadas de actividad, él en su reducto hospitalario de la Comisión de Cultura, donde nos amanecíamos en extensas veladas, aprovechando el artero decreto del toque de queda. Brillaban los envases multicolores de mostos y vinos y mistelas y guindados, entibiando las palabras, conjurando el desasosiego de la más negra época de este país de largas grisuras...
En septiembre de 1988 viajamos, Carlos, Marisol y yo, a la ciudad de La Serena, comisionados por el directorio de la SECH para entregar un reconocimiento al obispo de esa sede, Bernardino Piñera, por la colaboración del prelado con nuestra institución, cuando la dictadura nos negaba la sal y el agua. Compartimos una estada de tres o cuatro días, junto a una novia serenense de Carlos, marinero amante de cien puertos: «dejan una promesa/ no vuelven nunca más…».
Eterno enamorado, buscador de femenina hospitalidad y a la vez cobijo de musas y de amigos extraviados en esa caverna de cristales multicolores llamada «Comisión de Cultura», en el segundo piso, pasillo del Sur. Carlos Mellado fue un incansable gestor cultural, desplegando sus actividades con enorme generosidad, con singular modestia, como un poeta silencioso, pese a su indudable calidad estética, la que hoy volvemos a disfrutar gracias a Ediciones Lar y al acertado trabajo de edición de la poeta Andrea Campos, fiel amiga de Carlos, en Poesía Reunida (1962-2017), obra que iba a ser presentada en la Casa del Escritor cuando Carlos fue hospitalizado, para no regresar. Andrea escribe en el prólogo:
«Esta poesía reunida, desde 1962 hasta el reciente 2017, con más de un centenar de poemas inéditos, nos abre al goce gozoso de la vida cotidiana, del amor, que como en cada ser alterna con el miedo a la muerte y la esperanza, la soledad y el derecho al silencio, la ironía y el humor. ¿Acaso logra la patria? Aquella patria perdida, que pareciera ser sentido y origen en la poesía de Carlos Mellado: la patria del amor en todas sus formas».
Y Andrea precisa los alcances de este libro que, de manera póstuma, hace justicia al «poeta silencioso»:
«La compilación, transcripción, corrección y trabajos editoriales, de diagramación y diseño de este libro han sido un desafío mayor, el que nunca podría haber cumplido de no mediar el amor y la confianza, y desde luego la colaboración invaluable, primero, del autor, luego de mis queridísimos Omar Lara, poeta y editor; y del poeta y filósofo, Hugo Mujica, desde Argentina; de Isabel Mellado, escritora e hija del autor; del escritor y académico Miguel de Loyola; del poeta Juan Cameron; de los talleristas de nuestro Gredazul, de mi familia, amigos y escritores que compartieron su tiempo para leer, releer y ahondar lo más posible en esas hojas que Carlos Mellado me entregó…».
Puede que el destino perdurable del poeta sea sólo el constante recuerdo de sus versos.
En el caso de Carlos Mellado, su voz es como un permanente diálogo establecido desde un soliloquio de estructura sencilla, pero de hondo sentido existencial, como lo expresa en el poema Esto es una grabación, que leímos en su velatorio en la Casa del Escritor, el viernes 24 de mayo de 2019:
De tanta verdad sabida que tuve
y tanta verdad que creía esperándome,
voy sacando cortezas para un fuego quebrado
vuelto hacia atrás que se desparrama pegajoso.Sólo es cierto este segundo y las muertes que supone
lo que metódicamente digo es así
más con la piel y el ojo, mi propio líquido
o la satisfacción de la sal instintiva y certera.Sé que no bastará pero todavía basta;
como cualquier sistema, el juego consiste en eso.
vengo o vine a aceptar estipulaciones tan prestigiosas
que mi nombre es amén
así soy
que más quieren.
Militante comunista, como tantos poetas y escritores de esta doliente patria, Carlos Mellado fue fiel a los principios del socialismo y a la lucha por la libertad y la justicia social, en momentos difíciles y peligrosos. Optó, quizá, por el exilio interior y desde la trinchera de la cultura y del quehacer literario, mantuvo la llama esperanzadora. Fuimos testigos de eso y le acompañamos con la alegría de los sencillos camaradas.
Él estaba preparado para muertes y catástrofes, con el arma insustituible de su humor, ese que palpita y brota en sus mejores versos:
No soy Lihn: Cuando venga la muerte,
no estaré escribiendo de la muerte,
ni buscaré mi perdida, nunca existente lucidez.
Sin imprecaciones
continuaré escribiendo de mis perros
y zapatos, de tanta noche y rayo y tanto nada
siempre inasibles,
de mi vida, que fue apenas una sugerencia.
De esa vida, prolífica y de humilde grandeza, nos queda el recuerdo entrañable de su amistad y de su poesía de magistral y sutil sesgo irónico, de fulgores súbitos, de anhelos desgarrados que el poeta hacía aparecer como signos de humor esclarecido.
Te abrazamos, Carlos Mellado, amigo, compañero, secreto cómplice de brindis encendidos. ¡Hasta siempre!