El performance es una manifestación del arte contemporáneo que conlleva dar algo de sí, lo mejor de sí mismos en un determinado momento, que emerge de lo profundo del artista hacia el observador, quien mira con atención, reacciona y juega como un espejo proyectándolo a la sociedad, en tanto reinterpreta sus necesidades y/o problemáticas. Consiente un interaccionismo simbólico portador de la esencia del arte, capaz de provocar en los demás, en el público, detención, reflexión, toma de consciencia y por ende asumir una postura ante el cuestionamiento que implica, y que tiene que ver con la trascendencia de la vida, la sociedad o la naturaleza.
El arte de esta mujer centroamericana estimula dos caracteres de internamiento, ambos provocadores del pensamiento: uno, cuando se manifiesta como actividad contemplativa y el medio portador puede ser el video o la fotografía, con locación o escenario propio, e incluso, hasta un guion curatorial que observa un desenlace como si se tratara de una filmación. El otro, cuando la acción es en vivo, en una plaza, museo, galería, el público participa y rompe cualquier planeamiento, pero válido en tanto se asume una postura representativa respecto al cuestionamiento.
La artista guatemalteca Regina José Galindo (1974), desde sus inicios en la segunda parte de los años noventa del siglo anterior, devela estos escenarios del arte implicados por lo político, que son por naturaleza «confrontativos», y que internan en una reflexión que nos ofrece alas al interpretar. Antonio Arévalo en esta misma revista WSI, comenta acerca de la obra de Galindo:
«En Galindo esto sucede a través de sus performances, donde transforma su propio cuerpo en el teatro de un conflicto permanente y donde el cuerpo femenino se convierte en un espacio de praxis política».
(Arevalo, A: Regina José Galindo. Poética de la resistencia, 2017)
En la biografía de su página web, la artista cita a Loris Romano, quien la acredita como *«una artista que presiona más allá de sus propios límites, a través de performances radicales, inquietantes, y éticamente incómodos».
Los performances de Regina José Galindo
El acto perfomativo provoca, nos confronta a nuestras propias vivencias, pero, sobre manera, cuando somos parte del problema a tratar. Importa que el observador reaccione, critique y documente con sus propios medios como puede ser la cámara del celular, pues de lo contrario no permanece esa sustancia que llamamos arte, y que implica al espectador estimulándolo a dar también algo de sí y regenerar las memorias personales o colectivas.
Una de las piezas que más me impactan de esta autora es precisamente La Intención, 2016, realizado en la Comune di Novoli, provincia de Lecce, Italia, curado por Giacomo Zaza, el cual se refiere a la caza de brujas. Evoca escenas del medievo, cuando algunas mujeres eran quemadas, por la misoginia, conductas de la misma iglesia, como es el caso de la Inquisición. Estimula a reflexionar sobre la condición de la mujer en aquellas épocas de tinieblas cuando cundía un machismo exacerbado, y que, pensadas en épocas actuales, dejan advertir nociones como la xenofobia, el odio hacia los migrantes, racismo, homofobia, entre otras implicancias psicológicas y sociales.
En esta acción, ella, dispuesta en una plataforma rodeada por la hoguera a punto de encender, encuentra el momento propicio para extender una mirada evaluadora, que transparenta el significado de la manifestación artística, y en tanto la locación del evento halla el mejor escenario.
Me recuerda, de alguna manera, el Campo de’ Fiori en Roma, sitio donde Giordano Bruno fue quemado acusado de hereje, condenado por el Santo Oficio, en cuyo monumento se lee:
*Bruno -el siglo que predijiste- aquí donde ardió la hoguera.
Con su mirada puesta en las vicisitudes del tiempo, la artista revisa las acciones personales, la conciencia, la memoria. Importa preguntarse ¿qué preocupaciones advierte ella en esa cavilación al filo de el abismo?, ¿qué corre por ese encadenamiento pensante y ve en la pantalla de su visión?, ¿qué significa llevarla a una escena limítrofe entre la evocación y la realidad que, nunca será ficción, aunque se parece a la irrealidad de un acto artístico?
El Gran Retorno
Recién presentó en ciudad de Guatemala El gran retorno, 2019. Desfila hacia atrás sobre la sexta avenida de la zona 1, iniciando en la 14 calle y 6 avenida, frente al Ministerio de Gobernación, para llegar al Palacio Nacional. Conformó una banda musical interpretante de conocidas marchas militares. Me detuve a constatar si era que el video corría en reversa, pero no, los transeúntes de la ciudad caminaban hacia adelante sólo la banda andaba en retroceso. Aspecto que me constató la disciplina y concentración para no caer de espaldas, y mantener esas rigurosas distancias en los desfiles militares, o como ocurre en la vida misma ante las contingencias de la vida.
La conformación de una banda posee una estructura que consta de las secciones de bronces, maderas, vientos, y percusión, metáfora de un aparato como el gobernante en ese país que tiene un conductor. Fue ahí, en esa línea del pensamiento crítico, cuando cuajó la comprensión, y me dije: ¡Qué inteligente! Pensar en la nación guatemalteca que sufre deterioro y retroceso democrático.
A fuego cruzado
La violencia, y la incertidumbre que la provoca, tan arraigada hoy en día en la sociedad de la última parte de la segunda década del siglo XXI, alcanza muchas formas de perpetuarse. Las migraciones y desplazados se abren paso a toda costa tras un Norte, atravesando incluso a pie la geografía del istmo, buscando el sueño o modelo de vida quizás no tan estrecho como el que experimentan en sus países de origen. Pero también asecha el trasiego de drogas, la carencia de empleo, la corrupción engendrada en los aparatos estatales y, todo eso provoca un desgaste social que busca reparo. Se habla de desaparecidos, presos políticos, víctimas de ajustes y trata de personas para la explotación sexual.
Esa contracorriente no es nueva en esta faja de tierra que reúne dos grandes bloques continentales: el Norte y el Sur de América. Trasciende que, ya en el siglo IX y X de esta Era, debido a remezones sociales que provocaron rupturas, se dieron grandes migraciones que llegaron a poblar la frontera sur de Mesoamérica: la costa del Pacífico nicaragüense y guanacasteca de Costa Rica.
En excavaciones arqueológicas en la zona costera del Pacífico Norte costarricense, se encontró cerámica policroma con la iconografía maya de la serpiente emplumada, testimoniando aquellos desplazamientos poblacionales. Pero en la situación actual, el Norte añorado entroniza aquel ojo del Big Brother, que hablaba Georges Orwell en 1984. Un ojo que no solo controla con sus tácticas hegemónicas, sino que criminaliza, y acusa de invasores a los desplazados repelidos con armamento militar.
A mediados de la década de los noventa del siglo anterior, aprecié las primeras acciones de esta artista, explorando los detonantes provocados por las injusticias sociales, éticas, políticas, relacionadas con discriminaciones raciales, étnicas, género, abusos u otras implicaciones y desigualdades en las relaciones de poder. En el año 2005, Regina, fue merecedora del León de Oro, otorgado por la 51 Bienal de Venecia, en la categoría de artista joven, rompiendo el paradigma de legitimización y circulación del arte: Una joven mujer guatemalteca recibía el codiciado galardón, rompiendo ejes de dominación como el Este-Oeste y Norte-Sur.
Dije -en un artículo de mi autoría en la revista digital La Fatalísima-, que la conocí en los liminares de su carrera, cuando realizaba sus primeras intervenciones en ciudad de Guatemala a mediados de los noventa. Tengo en mente aquel performance en uno de los centros comerciales de la capital chapina, donde ella se consumía en el agua de una tina de baño, aguantando, hasta gastar todo el aire de sus pulmones. Emergía casi ahogada, en una reflexión sobre su propio cuerpo y el aguante de la mujer en las relaciones de poder que enfrascan cotidianamente en el propio seno familiar, simbolizadas no por la arena o el ring, sino por la bañera cuyas aguas representaban la vida misma.
Pero fue en Temas Centrales, 2000, cuando comprendí la naturaleza de sus cuestionamientos y provocaciones, observadas en la actualidad como un arte de implicaciones político-sociales. En una de las torretas en la muralla perimetral del centro (también conocido como Museo de los Niños, que fuera la Penitenciaría Central de San José), Regina, desnuda, lacerada, con una mascarilla de oxígeno adosada al rostro, se abandonó en el interior de aquel redil, para decirnos: «Todos estamos muriendo», 2000.
A partir de ese evento de inicios de la primera década de este siglo, que desplegó un abanico de propuestas en torno a la violencia, y las adversidades sufridas por los migrantes centroamericanos al enrumbarse hacia el Norte. En todos esos trazos manifiestos en su modo de expresión, corre la connotación agresiva de la sangre, redibujando en el horizonte la línea hirsuta de la última instancia: la muerte. Son tremendas las percepciones de esta artista, y en todas se vislumbra una mirada al tiempo como la dada en Novoli, motivando su pensamiento crítico, a interrogar su conciencia en cada cuestionamiento: ¿Qué hace el arte para paliar el flagelo si no motivar al espectador a hacerlo?
Inminentes y eternos conflictos
Los ejes de dominación de ayer, y, de siempre, se trasladan a nuestras latitudes mesoamericanas y del Caribe, sirviéndose de otros lenguajes, focalizaciones y cartografías. El retrato del enemigo es cada vez más difuso, aunque a pesar de todo, sea el mismo de siempre.
A propósito de la notable participación de Regina José Galindo en la Dokumenta de Kassel, 2017, en una entrevista transmitida en DW de Alemania, la artista apeló:
«Nosotros exportamos vida, exportamos seres humanos que están buscando un destino distinto porque nuestros países han sido destruidos por guerras en las que se usaron armas que provenían del primer mundo. De lo que no se habla es de lo que ellos exportan a nuestros países. Nosotros exportamos vida, ellos exportan muerte».
(Entrevista disponible aquí)
En Kassel, Galindo se colocó en el interior de una sala, y el espectador, desde afuera, solo podía verla a través de la mira de un arma de alto calibre. Con ello nos motiva a meditar sobre el poder que impele a quien tiene acceso al gatillo, a disparar contra aquel o aquella que está en la mira. Otra de las fotografías de sus performances, ella corre delante de un tanque militar, desesperada, perseguida por la bestia: la incertidumbre, el poder.
Artistas como migrantes
Las respuestas a estos cuestionamientos, y con esto concluyo, hay que buscarlas en el seno de las propuestas de la Galindo. Apreciar en retrospectiva una larga lista de participaciones en bienales, y muestras personales, antepone la pregunta: ¿No son también los artistas migrantes en busca de una territorialidad que dé contenido a sus búsquedas, que una vez conquistada, nos devuelve una nueva estocada retornando a los inicios, cuando todo comenzó? Es algo así como subir a la rueda de la fortuna, la cual rota sin detenerse, y a veces nos toca estar arriba, tocar la gloria, pero en otras, estar en el sitio más bajo, pero es ahí por donde pudimos entrar.
En su acción titulada Sangre de cerdo, 2017, que, en particular, me evoca los happenings del austriaco Hermann Nitsch, tratando los lenguajes execrables, surte una pregunta insidiosa, con una respuesta quizás no menos estrecha, que ha sido tratada como abordaje a bienales y grandes muestras internacionales, como lo fue Estrecho Dudoso, 2006, en diversas sedes de San José, Costa Rica, curada por la extinta Virginia Pérez-Ratton y Tamara Díaz-Bringas. ¿A quién implica bañar de sangre?, ¿qué intenta abordar con ese gesto de dejar bañar su cuerpo con ese fluido animal, lo cual, además, es alimento, en tanto ingerimos sus carnes e incluso sangre?