En los meses siguientes las inscripciones para votar en el plebiscito aumentaron hasta cerca del total estimado de la población mayor de 18 años, lo que constituyó un primer éxito para la oposición. Treinta días antes del plebiscito se dio inicio por cadena nacional de televisión a la franja electoral en que ambas opciones, Sí o No a la continuación de Pinochet, dispusieron cada una de quince minutos en un espacio después de las diez de la noche: primera vez que la oposición tuvo acceso a la televisión con un programa propio. «Por primera vez en quince años — se empezó por decir al comienzo de la franja del No — quince minutos no es mucho...». Aún así, el efecto fue inmejorable: «Los resultados — diría tiempo después quien era entonces ministro del Interior de Pinochet — fueron lamentables. Al cabo de muy pocos días nadie pudo ignorar la evidente superioridad técnica de la franja del No: mejor construcción argumental, mejores filmaciones, mejor música».
No fue sólo eso: mayor que la superioridad técnica fue el acierto político, inspirado por la actitud, expectativas y persistencia de quienes por entonces empezó a llamarse la gente, pero que los realizadores de la franja del No tuvieron el enorme mérito de haber sabido discernir y la capacidad profesional necesaria para plasmarlo en imágenes, secuencias, testimonios, canciones, variación y reiteración de recursos, ritmo, claridad y precisión de síntesis: Vamos a decir que No...
Había confianza en lo que pudiera ser el resultado, aunque a la vez ninguna certidumbre. Se cautelaron todas las providencias posibles para salvaguardar la votación, incluida la preparación de dos sistemas paralelos e independientes entre sí para el recuento de los sufragios, uno más rápido, de base muestral, y otro basado en las actas de escrutinio de cada mesa de sufragios, para todo lo cual fue necesario organizar enlaces de personas con los apoderados de mesas y recintos electorales en cada lugar del país, y de distintos medios para asegurar la transmisión de los resultados a sus respectivos centros de acopio.
Debido a mis obligaciones de trabajo, debí ausentarme del país más de una semana antes del plebiscito. Antes de partir, por seguro no falté de pedir a mi familia, señora e hijos, que tuvieran especial cuidado en los días que seguían.
Estaba en Barcelona, en la barra de un bar de tapas, cuando en el televisor del local vi el regreso a Chile de Hortensia Bussi de Allende, Tencha, la compañera Tencha, con sus ojos luminosos y cambiantes de colores, filmada en el avión de su regreso mientras sobrevolaba la cordillera de los Andes con la misma entereza que enalteció siempre el exilio.
Volví al país dos días antes del plebiscito, y no alcancé por tanto a estar en la última inmensa concentración con que se cerró la campaña por el No. El día del plebiscito me levanté temprano, pero en mi casa ya no había nadie, ni tampoco auto. Mi señora e hijos habían partido para votar a primera hora y desempeñarse luego, según me vine a enterar tarde en la noche, a su regreso, la señora como abogada en un recinto electoral, los tres hijos en la operación de los sistemas de recuento. Fui a votar caminando para mejor observar el ambiente en las calles, que era de tranquilidad y claramente de gran afluencia a los lugares de votación. Y pasé el resto del día solo en casa, al pendiente de lo que pudieran ser las informaciones. Al regreso de mi familia, cada uno por separado, todos traían la información de un claro triunfo del No. Los primeros y tardíos recuentos del Gobierno indicaba sin embargo un triunfo del Sí, con lo que las incertidumbres sobre lo que podría pasar se habían acrecentado: media hora después del cierre de las primeras mesas, los cómputos de la oposición indicaban que, con base en el 10 % de los votos escrutados, el No ganaba con un 58 % frente a un 32 % del Sí; tres horas después, recién a las 7:30 p.m., el primer cómputo oficial del Gobierno señalaba sin embargo que, sobre un total menor de mesas escrutadas, el Sí ganaba con poco más de un 57 % contra un poco más del 40 % para el No. A su vez, a las 9 p.m. el comando de la Concertación informó que el No ganaba con más de un 58 %, en tanto el Sí tenía sólo un 41 %. Una hora después, a las 10 p.m., un segundo cómputo del Gobierno señaló más del 51 % para el Sí y menos del 47 % para el No; y se anunció además que el siguiente cómputo se daría a conocer a las 11:15 p.m., lo cual sin embargo no ocurrió.
En la oposición cundió entonces la impresión de que podía estarse fraguando un fraude; y se respondió entregando el último resultado de su propio recuento: poco más del 40 % para el Sí, casi el 58 % para el No. Habría sido alrededor de las 11 p.m. que el subsecretario encargado de los cómputos del Gobierno informó a Pinochet que el No tenía más del 53 % y que la diferencia ya era irremontable.
Estaba previsto que a las 10 p.m. se hubiera realizado en uno de los principales canales de TV un programa de análisis de los resultados, en el que participarían quien fue el ministro del Interior de la apertura al diálogo con la oposición en el Gobierno de Pinochet y presidente de uno de los partidos de apoyo a la dictadura, Onofre Jarpa, y el presidente de la Concertación, Patricio Aylwin; el que, en vista del retraso de los cómputos del Gobierno, se postergó hasta la medianoche. Aylwin reiteró durante el programa los resultados anunciados por el Comando del No y Jarpa, sin discutirlos, de hecho los aceptó: fue la primera señal definida de que el resultado se hacía incontrovertible.
Habría sido a la misma hora que se realizaba el programa, que Pinochet habría reunido a sus ministros tan sólo para anunciarles que el plebiscito se había perdido y pedirles a todos de inmediato sus renuncias; tras lo cual convocó a los integrantes titulares de la Junta de Gobierno, los comandantes en jefe de la Marina y de la Aviación, y el director general de Carabineros: seguía sin embargo sin haber ninguna información ni menos reconocimiento público del Gobierno sobre el resultado.
El comandante de la Aviación, Fernando Matthei, al que los periodistas abordaron mientras caminaba antes de entrar a La Moneda, declaró sin embargo: «Tengo bastante claro que ganó el No...». Hubo distintas versiones sobre lo que habría ocurrido en la reunión de Pinochet con la Junta, incluso de parte del propio Matthei, quien no obstante años después reveló, de viva voz, que ya el día anterior al plebiscito, Pinochet le había señalado que«"si el No tenía ventaja, él iba a deslegitimar el proceso»; que en la reunión les había pedido sucesivamente «sacar las fuerzas a la calle» y, ante la negativa, que firmaran un acta «para entregarle todo el poder a él» renunciando «al poder legislativo y constituyente de la Junta», a lo que también se negaron, y que «en el fondo» lo que Pinochet quería era «un nuevo golpe de Estado».
Sólo a las 2:30 a.m., después de la reunión de Pinochet con la Junta, el Gobierno dio a conocer su último cómputo, opuesto a los anteriores: 44,3 % por el Sí, 53,3% por el No, porcentajes que en definitiva fueron 44 y 56 respectivamente, con una participación de sobre el 97 %.
Apenas se terminó de dar a conocer el resultado aceptado por el Gobierno, el júbilo se desbordó en el mismo edificio del anuncio y en las calles de todo el país, hasta la madrugada y durante el día siguiente, al término del cual, ya en la noche, Pinochet se dirigió al país por cadena nacional declarando: «Reconozco y acepto el veredicto mayoritario expresado en el día de ayer por la ciudadanía; respetaré y haré respetar ese resultado en consonancia con mi norma invariable como jefe del Estado...».
Durante la larga noche anterior, mientras aún las informaciones eran inciertas y luego que se confirmaron, recibí llamadas de México, de Japón y de Italia, para inquirir primero qué estaba pasando y luego para festejar el triunfo.
Un par de días después recibí también un llamado de Sofía, y hablamos largo sobre lo ocurrido, cómo y por qué se había hecho posible, lo que se había celebrado en su país, lo que podría ocurrir en adelante.
— Tengo algo más que comentarte -agregó luego — sobre lo que no quise hablarte antes, pensando en lo que estarías...
— A saber... - puedo haberme interesado.
— He leído todos tus escritos -declaró entonces — y quisiera hacerte una observación...
— A saber... - debo haber repetido, con interés.
— Lo que llamas amor platónico -declaró entonces — es sólo una deformación del pensamiento de Platón.
— Como -alegué — así se le dice.
— Se le dice -convino — pero no es lo que Platón verdaderamente pensó sobre el amor.
No sé si volví a repetir: A saber, pero se explicó.
— Para empezar, lo de «amor platónico» no pasa de ser una expresión imprecisa: puede querer decir inalcanzable o imposible, romántico o idealizado...
— Bueno -la interrumpí — pero algo de eso es lo que me pasaba a mí...
Me llamó por mi apellido y me conminó: ...aquí no se trata de ti, sino del pensamiento de Platón. Y continuó:
— Para Platón, el amor se relaciona con la belleza del alma, pero no sólo con la belleza del alma de a quien se ama, sino con la que alcanza el alma propia aunada a la de quien se ama. La belleza del alma trasciende la de la persona física que se ama, pero la comprende: el amor del alma y el amor físico no son categorías orgánicas, diferenciadas, sino momentos metódicos del concepto mismo de amor... .
— Como en Gramsci -me atreví a decir — sociedad política + sociedad civil... .
— Lo mismo -aceptó —. Y el amor se consuma en su realización de pareja, que trasciende a ambos, los fusiona y constituye el verdadero amor, lo que para Platón es el amor.
Ahí sí, no me atreví a decirle que era lo mismo que por mi cuenta había llegado a pensar sobre el amor...
— Cómo puedes saber tanto... - le dije en cambio.
— Los antiguos -precisó —. Los antiguos sabían todo. .
— De dónde viene entonces la disociación - pregunté.
— Ah, de bastante después -respondió —. Tal vez se empezó a gestar desde los tiempos de Constantino, quien legalizó el cristianismo en el Imperio romano; y después, de Teodosio, que lo decretó religión oficial del Estado; tuvo un hito con Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín, quien siguiendo reinterpretaciones de Platón opto por el ascetismo, contraponiendo el amor carnal a la salvación del alma; y ya después, con el desarrollo de la escolástica, hasta Tomás de Aquino, más conocido como Santo Tomás, quien relacionó a Aristóteles con la fe católica para establecer el primado de la fe sobre la razón, y de la teología sobre la filosofía.
Ahí me acordé del Anti-Dühring: «La dialéctica es lo opuesto de lo absoluto». Pero ya se hacía tarde, y fuimos concluyendo la conversación.
Tras el plebiscito se convocó a elecciones presidenciales y de parlamento para diciembre del año siguiente. Se convinieron algunas enmiendas constitucionales que fueron aprobadas en un nuevo plebiscito. En la Concertación había diecisiete organizaciones políticas entre partidos y movimientos, y hubo distintos candidatos a asumir la postulación presidencial; finalmente se designó por consenso a Patricio Aylwin. Los partidos que apoyaron la dictadura optaron por nominar a Hernán Büchi, quien fue ministro de Hacienda de Pinochet desde 1985, había restablecido las políticas neoliberales en la conducción de la economía y terminó por aceptar su candidatura tras haberse inicialmente rehusado y luego de haberla incluso declinado durante la campaña. La participación electoral en la elección presidencial fue esta vez del orden de un 95 % de los inscritos; Aylwin ganó con poco más del 55 % de los votos, contra menos del 30 % de Büchi y algo más del 15 % para un tercer candidato, Francisco Javier Errázuriz, populista de centro derecha. En las elecciones parlamentarias realizadas simultáneamente con la presidencial, la Concertación obtuvo 22 senadores contra 16 de la derecha y 69 diputados contra 48 de la derecha y 2 de otras fuerzas de izquierda.
El 11 de marzo de 1990 se restableció el Congreso Nacional y, en sesión plenaria del Congreso, Patricio Aylwin asumió la Presidencia de la República, con lo que se dio inicio a la transición a la democracia. Los años transcurridos desde la preparación del plebiscito hasta la instalación del Congreso y la presidencia de Aylwin fueron de intensa dedicación política, reorganización de los partidos, esclarecimiento de visiones y perspectivas políticas; se reactivaron las fuerzas sindicales, las organizaciones populares y estudiantiles, la proyección de las organizaciones no gubernamentales y centros de estudio, las acciones colectivas; fui elegido integrante de la directiva del sector económico de mi actividad; tras el plebiscito, la revista Convergencia se distribuyó a quioscos en todo el país.
En fin, para quienes llevados por el economicismo primario suponen que las crisis económicas producen de por sí crisis políticas, que lo peor favorece lo mejor, conviene señalar que durante los años previos al plebiscito y hasta la elección parlamentaria y de Aylwin, tras la crisis económica de 1982 a 1985, durante los cuatro años entre 1986 y 1989, el producto interno bruto creció constantemente a una tasa promedio en el orden del 7 %.