Nació en la ciudad de Salzburgo, Viena, en enero de 1756 para fallecer en 1791. Solamente vivió 35 años después de haber compuesto 600 obras musicales, entre ellas 22 óperas, 41 sinfonías y 29 conciertos de piano. Era además un virtuoso al piano y a los 6 años de edad dio su primer concierto en el Palacio Real de Viena, con gran éxito, tocando brillantemente varias piezas en un clavicordio (el precursor del piano), para deleite y admiración de los príncipes y cortesanos ahí reunidos, que en silencio lo escuchaban. Al terminar, el niño, en forma impetuosa, se dirigió al sitio donde se encontraba sentada la emperatriz María Teresa y de un salto se subió en los regazos de esta, le rodeo el cuello con sus bracitos y le dio un gran beso en la mejilla. El silencio reinó entre los cortesanos, pero a la emperatriz le hizo mucha gracias el gesto. Cuando salía del salón se tropezó y cayó. Una linda niña se le acercó para ayudarlo a levantarse y lo felicitó por su interpretación. El pequeño Mozart le dijo: *«Cuando sea grande, yo me casaré contigo». La niña era María Antonieta, futura reina de Francia.
Desde pequeño, su padre, que era un excelente músico le enseñó a tocar el clavicordio, pero no a componer; sin embargo, a los cinco años, aún antes de aprender a escribir, compuso un minué; a los 7 años, un concierto para clavecín; a los nueve años, su primera sinfonía. Nunca fue a la escuela ni a colegios, pues su padre lo «usaba» sólo para dar conciertos y cobrar. Por esa razón no conoció el mundo infantil o se relacionó con niños de su edad a jugar y hacer las travesuras acostumbradas. Tampoco el ambiente social corriente, como correspondía a un niño o jóvenes de su edad. Nunca tuvo ni se le permitió tener una vida normal ni amigos; en cierta forma fue explotado musicalmente por su padre, quien era su maestro, su agente artístico, su publicista, el organizador de sus conciertos y además administraba todos sus ingresos incluso de joven.
Solamente era llevado a casas de nobles y reyes a dar conciertos, al igual que su hermana, que era otra pianista infantil prodigio, pero no compositora. La falta de relación con otros niños lo convirtió en un inadaptado entre la nobleza con la que alternaba e incluso entre los de su clase, con los que raramente se relacionaba. De niño era obediente y tenía un carácter simpático y agradable. De joven era una persona delicada, soñadora y tímido, trataba de ser elegante, pero sus chistes eran vulgares y a veces era irrespetuoso, por falta de educación. Al principio inexperto con las mujeres, posteriormente se convirtió en mujeriego.
Desde pequeño su padre le organizó giras dando conciertos por toda Europa, sus giras eran un éxito artístico, pero al parecer no económico, ya que los nobles, en los palacios donde actuaba, lo colmaban de elogios, regalos y vestidos de lujo, pero era poco el dinero que le daban. En esos tiempos, los músicos no eran respetados como artistas, sino como simples empleados con pagas muy bajas. Desde entonces y a pesar de ser muy pobre, lo vestían muy elegante como la nobleza.
A los 14 años compuso su primera ópera llamada Mitrídates, rey de Ponto (título original en italiano: Mitridiate, Re di Ponto), estrenada con gran éxito y representada 20 veces en Italia. Sin recibir el propio autor ningún centavo. A los 20 años, el arzobispo Colloredo de Viena, lo invitó a su palacio a dar un concierto para él y sus amigos. A lo hora de cenar, cuando trató de sentarse a la mesa con los invitados, el arzobispo lo mandó a comer con los criados. Por esta humillación renunció a ser organista de la corte. Y decidió independizarse de su padre y casarse con Constanza Weber, quien le dio 6 hijos, pero solo dos le sobrevivieron.
La popularidad como compositor y concertista le permitió ganar dinero; sin embargo, su familia vivía muy modestamente. Había rumores sobre que era jugador de billar y apostaba mucho, algo que él negaba, diciendo que sólo eran pequeñas sumas. También era parrandero y gastaba mucho dinero en ropa de lujo para sus presentaciones. Él decía que como la mayoría de sus conciertos los hacía en la corte, los nobles pagaban muy poco.
Entre sus óperas favoritas (que se tocan aún en los principales teatros de ópera), se encontraban Las bodas de Fígaro y Don Juan, con un argumento basado en la novela española titulada El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina. Otras óperas de gran éxito fueron la ópera cómica Così fan tutte y La flauta mágica, consideradas muy bellas y avanzadas para su tiempo y presentadas antes de en la Corte, frente al pueblo que le dio su beneplácito.
Haydn, quien era el mayor músico de su época, decía que Mozart era el más grande compositor que había conocido. Lo mismo opinaba Beethoven. De hecho, de acuerdo con su enorme producción musical y su corta vida, nadie lo ha superado.
Se ha hablado mucho sobre los numerosos enfrentamientos que tuvo con Antonio Salieri, el director musical de la corte vienesa, debido a celos que éste le tenía pues la música de Mozart desplazó a las óperas de Salieri. Éste lo odiaba por la conducta tan vulgar de Mozart, aunque reconocía su talento musical. Hay una leyenda negra que dice que Salieri viejo y enfermo habría confesado haberlo envenenado. Sin embargo, no hay datos fidedignos que lo confirmen.
Mozart pertenecía a una organización de carácter liberal y fraternal, la masonería, integrada por intelectuales con ideales de hermandad y caridad. Compuso para ellos varias cantatas y otras piezas incluso cuando ya estaba enfermo. Mozart siempre se quejó que ellos nunca lo ayudaron, pese a que la ópera La flauta mágica, había sido considerada como un testamento de la masonería.
La sociedad de su tiempo no supo valorar su genialidad, pese a ser él músico más valorado de su tiempo, ya que murió en la mayor pobreza y abandonado por todos, la Corte, sus amigos, los masones, e incluso el pueblo de Viena al que tanto quiso. A sus funerales no asistió casi nadie, ni siquiera su esposa por estar enferma. Fue enterrado en una fosa común en los suburbios de Viena, por lo que nunca se localizó su cuerpo. Fue un genio optimista y trágico a la vez, sin tumba.
En setiembre de 1791, tres meses antes de morir, escribió una carta muy triste que decía:
«Estoy llegando al final de mi vida sin haber podido emplear mi talento.
La vida es muy bella, mi carrera se inició bajo felices augurios,
pero uno no puede cambiar el destino.
Nadie puede conocer la dimensión o medida de sus días;
uno debe resignarse a sí mismo, por lo que la Providencia
ha determinado para cada uno.
Estoy en el final de mis días, este es mi Réquiem,
que yo espero no dejar sin terminar».