En el pozo más oscuro de la consciencia, está tu remordimiento. En la profundidad de ese barranco, se ahogan las voces que te advierten de la maldad de esos hechos. Los brillos del espejo lo opacan todo. La imagen que ves es la misma que quienes te limpian las botas repiten sin cesar. Por ella te sumerges en las tibias aguas del regocijo. En esas mismas, encuentras la justificación que te permite ignorar la sangre que se escurre entre los dedos.
Consientes que el cristal impenetrable se trague cualquier vestigio de decoro. Te hundes en la complacencia que da esa satisfacción. Se ahogaron los escrúpulos y el buen corazón. Frente a la superficie fría, pierdes la mirada. Transformas la honestidad del vidrio. Confundes las formas al enmarcarlas con maderas preciosas, talladas con figuras complicadas. En el reflejo se distingue una bruma que no puedes ver. Lo elemental se difumina. Las sonrisas que te dedicas desdibujan la realidad que los demás pueden ver. No escuchas las voces que emergen de la tierra y reclaman tus acciones.
A tus pies, el cuerpo inerte tiene los ojos opacos. En el dorso, el corazón está quieto. Los pulmones se han vaciado de aire. Tiene la lengua pegada al paladar. Los labios están morados. El pelo es un pajar desordenado. Manchado. Se ve la herida que dejó la quijada de burro. Esas mejillas pálidas y la expresión final siguen mostrando sorpresa. ¿Quién lo iba a creer? Pidió vida y le fue negada. Precipitaste el sueño de la muerte.
La trama es tan vieja y desgastada que se esconde entre los polvos del tiempo. Por saberla de memoria, ha sido ignorada. Una vez más, la conveniencia marca los ritmos de la agenda. Lo que estorba, que se haga a un lado o sufra las consecuencias. El ímpetu de la sangre abre sus fauces. El cariño y la lealtad se vencen ante las voces del coro que alaban con preciosos atributos. Te llenaron de valor y hundiste el filo del hueso en la piel hermana. Siguen dando las evidencias que necesitas para asumir que estás por encima de todos y por eso te prefieren. Justifican tu proceder. Les crees.
No te enteras. El gusto por ti mismo te ha envenenado el paladar. Tienes fe en las capacidades que sobresalen y no mides con justeza el alcance de tus obras. Estás seguro que podrás edificar tu trono por encima de las estrellas. Nadie se atreve a despertarte de ese sueño. Estás seguro que el círculo de tus dientes causa terror, que tus estornudos son llamaradas y que de tus ojos salen las centellas que encienden carbones. Sé que crees que lo puedes todo y que no hay quien te cohíba. Tienes la certeza de que aún no ha nacido el que pueda poner freno a tus ímpetus.
Escucha lo que tengo que decir. Deja de mirarte al espejo. Presta oído a los suspiros que todavía retumban como eco en las paredes. Los últimos alientos se consumen mientras tú sonríes confiadamente. Ten cuidado, pon atención. Los rumores están cerca. Pronto inundarán tus noches y habitarán tu lecho. Las lágrimas mojarán tu almohada. El último círculo de infierno es muy frío. Bruto e Iscariote no son buenas compañías.
Te engañan esas voces melodiosas que te hacen creer que con la lengua dominarás por siempre. Imposible. Fíjate. Joroban la postura, inclinan la cabeza y te dicen: patrón, mi amo, y prometen lealtades al que acaba de traicionar. Date cuenta: te endulzan la oreja, de la misma forma que tú infiltraste veneno en otros oídos. Estás seguro de haber escalado las alturas del cielo y no distingues los de la cueva a la que has entrado. La penumbra avanza, se hace más grande: atrapa.
Pudiste ser luminoso, caminar por los senderos para los que fuiste creado. Decidiste. Desviaste el rumbo. Acogiste semilla perversa, la fertilizaste con abonos violentos y en el vértigo de las elecciones, precipitaste la caída eterna.
El estruendo de la evidencia ensordece. Los muros retiemblan. La tierra retumba. Pero no pierdes la concentración. Te gusta el brillo del espejo. Privilegias el oropel y crees fervientemente en el coro que sumiso vitorea a tu gusto los hechos abominables que te mancharon la piel. El reflejo te encandila y no te permite ver la verdad en esos rostros.
Te gusta ver a los que tiritan de miedo por tu voz destemplada. Te engolosinas con los que sonríen mientras reciben los beneficios que avientas a sus pies. Ya no distingues entre el mal y el bien. No te enteras que te glorias en la maldad y te conviertes en héroe de la iniquidad, estás ocupado contemplando los destellos de tu imagen. No hay forma de justificarte.
El vacío del alma es más peligroso que la temeridad del malvado. La iniciativa de un arrogante es más dañina que el fuego abrazador sobre la leña. ¿Qué será de ti el día de la angustia? Hoy, encuentras suculento el sabor del crimen. Cantas victoria y te enorgulleces en el triunfo. Cuán jubiloso te encuentras en el reflejo. Estás revestido de esplendor y magnificencia. No miras la sombra que acecha.
El brazo largo apunta a tu cabeza. La mandíbula de burro va en dirección al cráneo, el hueso traspasará tu piel. Pero tú sigues perdido en la figura del espejo.