Dalmacio González, sin duda alguna, es uno de los mayores referentes del bel canto en España, y en el repertorio rossiniano tiene fama mundial. Un artículo del periódico El País, del 1 de abril de 1983, cita:
John Rockwell, crítico musical del New York Times, definió a Dalmacio González con las siguientes palabras: «Un tenor rossiniano como no hemos tenido desde los tiempos de Cesare Velleti».
Y, en definitiva, lo es. A lo largo de su carrera ha estado siempre al lado de los mejores directores musicales y escénicos del momento y en no pocos casos, de todos los tiempos. Es raro por ello, en estos momentos de crítica transformación del genero operístico, encontrar intérpretes de cuando saber cantar era más importante que ser un sex-symbol o llenar los teatros gracias a los escándalos de la prensa. Desde luego que hay aún cantantes de esta talla, pero son muy pocos y cada vez son menos.
Afortunadamente hay muchas grabaciones sonoras de estudio y en vivo, lo mismo que vídeos de sus actuaciones. Una de mis favoritas es la del Stabat Mater, de Rossini, dirigido por Carlo Maria Giulini junto a un electo espectacular. Y de sus actuaciones en vivo, para los aún incrédulos, abajo podrán ver la grabación de Ermione, que montó el Teatro Real de Madrid en 1988.
Hemos tenido infinidad de conversaciones con el maestro Dalmacio González, siempre empapadas de su gran simpatía y amor por la ópera, de la que, luego de pocos minutos, cualquiera se da cuenta que es un conocedor excelso. Recientemente nos reunimos en Barcelona, en su estudio, y conversamos brevemente sobre algunos temas espinosos pero sobre los que cada vez más se hace necesaria una reflexión si queremos que este genero artístico siga gozando de buena salud.
A usted le tocó vivir parte de un período dorado en la ópera en donde habían gran cantidad de cantantes extraordinarios. ¿A qué puede deberse que hoy no abunden, sobre todo las voces masculinas?
Pues sí. Tuve la suerte de coincidir en el tiempo con algunos de los mas interesantes cantantes (tanto femeninos como masculinos).
Lo de que no abundan, en particular, voces masculinas, no sabría si es totalmente cierto. Es verdad que entre 40 o 60 años atrás hubo unas voces muy interesantes. Creo que lo que ocurre es como con los vinos: cada cosecha es distinta; unas veces sale excelente y otras simplemente sale aceptable. Los ciclos van y vienen.
¿Sucede lo anterior con los directores de orquesta que dirigen ópera?
No estoy muy al corriente de los directores de orquesta actuales; pero si he tenido la ocasión de trabajar con excelentes directores: Giulini, Abbado, Santi, Boninge, Levine, Marriner, Weiker. Y recuerdo que alguno de ellos eran excelentes repertoristas, acompañantes al piano acostumbrados a eso: acompañar al cantante.
¿Cómo era trabajar con los directores escénicos de antaño, como Jean Pierre Ponnelle o Franco Zefifrelli?
Pues sencillamente: eran exigentes, cultos y sensibles. Interpretar un personaje lo más parecido posible a la idea del compositor en época y lugar. A los citados yo añadiría a Pizzi.
¿Por qué será que la habilidad técnica y la belleza de la voz no es tan valorada en nuestros días como, por ejemplo, que un tenor pueda balancearse en escena sobre un balón y haga malabares con naranjas mientras canta Di aquella pira?
Como desagradable anécdota, recuerdo un Don Pasquale en la que el tenor debía cantar su aria del 2º acto dentro de una caja y arrodillado. Aunque lo peor vino cuando debió cantar la serenata y el duo con Norina. Mientras cantaba debía encaramarse a una escalera, portando un palo con una luna en su extremo y con la otra mano agarrándose a los escalones para no caer. ¡Lamentable!
¿Vivimos en la tiranía de los maestros escénicos superficiales?
Sin duda.
¿Necesita la ópera lo esperpéntico o extravagante para decir que está actualizada a nuestra época?
No. Solo necesita talento. Cuando me preguntan sobre este tema siempre me viene a la memoria la ópera Romeo y Julieta, que a mí me gusta ver situada en su época. Si quiero ver algo en plan actual miro West Side Story de Bernstein. Él escribió la música sobre la misma historia trasladada a la época presente. Claro que para hacer una cosa así se necesita mucho talento.
Usted se especializó en un repertorio belcantístico, con predilección hacia Rossini. En la actualidad, los cantantes de planta en un teatro están obligados a cantarlo todo, hoy Wagner y mañana Rossini. ¿Qué le parece esta política en el mundo de la ópera?
Eso solo conduce a estropear una voz. Creo que los teatros de opera tienen que bailar con los presupuestos y una de las maneras de ajustar los gastos es tener cantantes que sean «polivalentes».
¿Cómo ve usted el futuro de la ópera?
Pues como el futuro de otras artes. El gusto del público es cambiante. Unas obras perdurarán y otras pasaran al olvido. No creo que el futuro pase por ridiculizar a los cantantes ni dando mas importancia a lo que se ve en detrimento de lo que se escucha.
¿Qué es lo que usted más le recomienda a sus alumnos?
En primer lugar que estudien. No es un trabajo fácil ni un arte que se aprenda en dos días. Siempre les digo que deben estar preparados y con el billete a punto. El tren puede tardar mucho tiempo en pasar; pero si pasa y no se tiene el billete, no podrá subir al tren.