La tradición de fabricar figurillas femeninas de cerámica surge en Mesoamérica hacia 1500 a.C., en el seno de las primeras aldeas de agricultores y declina al principio de nuestra era, cuando aparecen sociedades más complejas y teocráticas, como Teotihuacán y Maya.
Las más antiguas figurillas son las de Tlatilco, en el altiplano de México, seguidas posteriormente por las de Chupícuaro, en el extremo norte de Mesoamérica. En las tierras bajas de más al sur, las mujeres modeladas del estilo Providencia son de mayor tamaño, suelen estar articuladas y son más naturalista, este último un rasgo que heredarán las figuras escultóricas de sus sucesores, los Mayas. Las figurillas representan mujeres provistas de complejos tocados, faldellines y pintura corporal.
Sus anchas caderas, senos y sexo destacado, indican su condición femenina, así como la fertilidad que les es propia. Son todas diferentes entre sí, como si cada una se inspirara en un modelo distinto. Pueden haber sido imágenes de deidades femeninas, o simplemente, mujeres a las cuales se reverenciaba como fuentes de fertilidad en relación a los ciclos agrícolas.