Entre 600 y 1000 DC, se produjo la expansión militar e ideológica de los poderosos imperios Wari y Tiwanaku, de la sierra y el altiplano central, respectivamente. Legitimados por un sistema de creencias, ritos e imágenes religiosas, estos pueblos desarrollaron el tráfico y el intercambio de ideas, bienes y recursos entre la costa, la sierra y la ceja de selva.
Establecieron colonias en lugares donde coexistían poblaciones de variadas procedencias, lenguas y tradiciones. En este contexto, los textiles de estos imperios andinos desempeñaron un rol unificador esencial, imponiendo estilos comunes de representación sobre un universo étnico heterogéneo.
Algunos atuendos fueron emblemas de la autoridad política y religiosa de sus dirigentes, destacando especialmente las camisas o unkus decorados mediante fina tapicería o con diseños teñidos con reserva de amarras, junto a cintillos y gorros de cuatro puntas confeccionados con red anudada. El tejido fue uno de los medios con que estas culturas expresaron su pensamiento, manifestándolo con gran maestría a través de una iconografía regida por la lógica de la simetría, las oposiciones y la repetición de complejas imágenes. Se representaba con ello el legado de sus héroes míticos y antepasados tutelares.