Las mujeres suelen ser las peores víctimas de las maldiciones bíblicas en el Génesis. Se las hace un producto de la costilla del hombre y se les condena por hacerlo comer del fruto prohibido. No solo ella obtiene que los echen del paraíso, sino que recibe el peor castigo: parir con dolor.
Como de la costilla del hombre es creada la mujer, se infiere que ella está destinada al acatamiento. Esta tesis es promovida primero por Pablo y luego por otros patriarcas de la Iglesia cristiana como Santo Tomás de Aquino. El matrimonio es, entonces, distinto para el hombre y para la mujer. La obediencia es prescrita para ella y no para él.
A pesar de que esta visión es ya parte de la cultura occidental, ninguno de los patriarcas de la Iglesia, o los mismos teólogos, leyeron, en su original en hebreo, el Viejo Testamento. Cuando se lee el hebreo original, aparecen varios problemas con las reglas del género y la famosa costilla. En el hebreo original, la palabra tsela es más cercana a «costado», o sea una parte simétrica del cuerpo. La creación de Eva es más que todo la división de un ser humano andrógino en dos partes sexuadas, sin que una se derive de la otra. Esto va en contra de la interpretación de sumisión.
En Génesis, otro castigo es por comer del fruto prohibido (que se culpa a la mujer por inducirlo). Ambos son expulsados y Adán es condenado a obtener los alimentos por el sudor de su frente, un castigo más leve. Sin embargo, con la invención de herramientas, él logró aminorar la condena.
No se puede decir lo mismo de las maldiciones para la mujer. Solo durante la historia moderna, por ejemplo, que la Iglesia ha mirado favorablemente sobre cualquier intento de aliviar el dolor extremo del parto, en vez de sentenciar a las mujeres a experimentar la medida completa del castigo heredado de Eva. En algunos países occidentales, los médicos que intentaron aliviar los dolores del parto fueron atacados no solo por sus colegas y educadores, sino también por los religiosos debido a que «el uso de anestesia en el labor del parto [es] un intento de oponerse a los decretos de la Providencia, por lo tanto [es] reprensible y herético».
La maldición que pesa sobre Adán no es menor que la que pesa sobre Eva. Aunque no se haga explícito, la relación en el Edén ha sido, como postula Lacan para toda relación humana, entre tres. La serpiente no es un actor secundario. Sin ella, no habría ni genitales ni sexo. Ella es la que nos habla y la que nos produce el deseo. Desde ahora en adelante, ella se convierte en el pene de Adán. El castigo para Adán es tener una voz interna que no es la suya y que nunca podrá controlarla: se levanta en las circunstancias menos apropiadas y suele fallar en las que se le requiere. La impotencia será el tormento y castigo permanente del varón condenado a depender de la suerte o del Viagra.