El Taco Dinamita es mi barbero aquí en Querétaro. Lleva ese nombre porque me pidió proteger su identidad y porque el sobrenombre es una adaptación de cómo lo llamaban en el ejército sus compañeros. Durante dos años y tres meses fue parte del Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Decidió ingresar a los 18 años, motivado —jamás por coacción— porque algunos amigos suyos de la misma edad querían entrar por tradición familiar y por «querer ayudar, no solo al pueblo americano sino a la gente que vive en los sitios de conflicto». Esta decisión no se la contó a sus padres o a su abuelo, que en ese momento vivía allí, hasta que ya había empezado la preparación para ser soldado, que le tomó ocho meses, aproximadamente. Cuando se los reveló, ellos lo apoyaron, lo que no ocultó la preocupación que pudieron sentir en ese momento.
Taco nació en México hace 25 años, a los 14 llegó al país vecino, a Denver, Colorado. En su época escolar, recuerda cómo le inculcaban mucho el amor por su nuevo país y la voluntad de servir, voluntad que podría llevar a alguien a ser parte de instituciones como la policía, alguna de las militares o entrar en el cuerpo de bomberos, por ejemplo. Al ingresar al ejército, hizo parte de ese 5% estimado que conforman inmigrantes o ciudadanos naturalizados, según cifras de la misma institución.
Durante esos dos años y tres meses estuvo en Afganistán, en Irak —a donde llegó con su grupo por error, se enteró al revisar su posición con sus compañeros— y en Alemania, donde lo enviaron para que se recuperara de una lesión en un pie, fruto de una mala bajada de un helicóptero Black Hawk en la que se enredó con la cuerda por la que descendía. En ese lapso perdió muchos amigos, realizó varias misiones en las que no tuvo que usar su arma, escoltó a un periodista y, de nuevo, perdió muchos amigos. Él enfatiza que su entrenamiento y su razón de ser no se basa en disparar a diestra y siniestra, como muchas personas creen, en varios casos específicos requería permiso para usar su arma. Tampoco niega que lo entrenan para estar preparado para defenderse porque habría momentos en los que todo se reduce a un él o tú.
Muchos aquí en México le preguntan por ese tiempo. Los interrogantes pueden ir desde «¿qué arma usabas?», hasta «¿cuántas personas has matado?». Para él, es una actitud incómoda. «No entiendo por qué las personas tienen morbo sobre las armas, la sangre, la guerra, sobre matar», dice. «El ser humano no está listo para saber eso». Taco sabe que si las responde, la gente cambiará su percepción sobre él de manera inmediata, y no tienen ningún interés en revivir eso. Incluso el reconocimiento de los estadounidenses por su tiempo de servicio le incomoda. Y de aquella época no extraña muchas cosas, salvo la hermandad que se creaba entre quienes estaban allí.
Al final de esos dos años y tres meses era sargento de segunda clase, rango que nunca ejerció porque se le concedió justo antes de salir. Él no desertó. Un hecho específico, que no puede revelarme y por el que tampoco puede contarme a que unidad pertenecía, llevó a que sus superiores le permitieran salir, si él lo deseaba así. Dinamita decidió que quería otro estilo de vida. Tan pronto fue civil de nuevo, buscó soporte en los grupos de apoyo que el Ejército estadounidense tiene para sus excombatientes. Muchos recurren a ello porque es una manera de dar explicación a cosas que vivieron, para trabajar en la culpa, me cuenta. Esto fue por unos meses, antes que decidiera regresar a México, con su familia. Desde que está aquí, no ha requerido más de esas ayudas profesionales, sus padres y su hermana lo han apoyado bastante. «Tener el amor incondicional de una familia es importante», afirma.
Aquí estudio administración de empresas, pero prefiere su oficio de barbero, el cual aprendió gracias a su primer empleo. Ayudaba en una barbería y, con el paso del tiempo, le enseñaron y permitieron arreglarle el cabello y la barba a los clientes. Cuando le pregunté por qué no tomaba algún empleo más cercano a su carrera universitaria, habló de la importancia de controlar su estrés, de no llevarse al límite. Nunca ha tenido un episodio para lamentar y prefiere que se mantenga así. Para ayudarse con esto fuma, considera que es su placebo para la ansiedad. Y no revela síntomas de un fumador compulsivo
Para quienes quieren saber cómo es la vida real de un soldado, recomienda el documental Restrepo (2010), en el cual Tim Hetherington y Sebastian Junger acompañan al Segundo Pelotón de la Compañía B, del segundo batallón 503rd del Regimiento de infantería (aerotransportada), y del equipo de Brigada de combate americana 173rd de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, en el valle Korengal, Afganistán.
Taco quiere tener hijos, y si alguno quisiera entrar al ejército, él lo apoyaría.