En días pasados, el buen amigo Iván Hernández, artista innovador, apasionado del Body Paint Performance y constante investigador del arte, me envió un artículo que hablaba del Índice del dolor de Schmidt. Cuando hacía mi maestría en el Departamento de Entomología de la Universidad de Georgia, por allá por los años ochenta, Justin O. Schmidt era ya una leyenda. Yo comenzaba mis estudios sobre avispas solitarias y avispas parasíticas, él era conocido por sus «experimentos» probando el dolor que causaban las picadas de hormigas, abejas y avispas. Eventualmente, desarrollaría su famoso Indice …, no por una curiosidad masoquista, sino por su búsqueda de una hipótesis que explicara el origen de la sociabilidad en esos insectos.
La evolución de la sociabilidad en Hymenoptera, pareciera depender de la evolución de venenos que sean no solo dolorosos, sino tóxicos. El dolor de la picada es solo un anuncio del daño que podría infligir un individuo a su posible depredador. Las moléculas que producen dolor son diferentes a las tóxicas y causantes de daño. Proveer solo una señal de dolor por parte de un individuo haría que posibles depredadores, suficientemente inteligentes, aprendan la falsedad de dicha señal luego de exposiciones repetidas. En esencia, dolor que «venga solo» no es un verdadero daño. De manera que los himenópteros solitarios, primitivos, teniendo solo el dolor como recurso, apenas tendrán chance de escapar de algún depredador que los ataque.
Viéndolo así, para cualquier depredador, un insecto solitario no proporciona una recompensa que motive gasto de energía. Sin embargo, con la evolución de la sociabilidad entre himenópteros, muchas especies se han agrupado en colonias. Estas poseen grandes números de individuos, haciéndolas alimenticiamente ricas, características deseables para diversos depredadores. Si los individuos de las colonias de insectos de este orden Hymenoptera (hormigas, avispas y abejas) no tuvieran ninguna defensa, estos grupos estarían totalmente indefensos y los depredadores los devorarían sin problema, eliminando así la posibilidad de originar tales grupos sociales.
Sin algún mecanismo de defensa, la sociabilidad entre himenópteros no sería beneficiosa. De manera que para que haya habido evolución de la sociabilidad, los himenópteros necesitaron una defensa que fuera más allá de una picadura dolorosa. Esta picadura debía ser un anuncio de daño y de toxicidad. Al poseer una picadura tóxica, los himenópteros podían evolucionar hacia la sociabilidad.
Pero volvamos al Índice. Justin Schmidt definió cuatro niveles de dolor, los cuales serían redefinidos por el amigo y entomólogo, también exalumno de la Universidad de Georgia, Christopher Starr. En la escala, «0» representaría básicamente «ningún dolor». La picada de varias abejas de la familia Halictidae, muchas solitarias, algunas semisociales, conocidas como «abejas del sudor» o Sweat bees por su costumbre de «pegarse» al cuerpo de los humanos para «lamer» el sudor, estarían en la categoría «1» (picada de dolor tan suave que no es disuasivo). Las sociales hormigas de fuego sureñas o californianas, Solenopsis xyloni, estarían también en esta primera categoría. Algo más fuerte (1.2) sería la picada de su «prima» la hormiga de fuego roja importada, Solenopsis invicta. En la categoría «2» (picada dolorosa) encontramos las picadas de avispas tales como las Yellow Jackets de los géneros Vespula y Dolichovespula (Vespidae). Avispas como Polistes canadensis, de color marrón rojizo, conocidas como «matacaballos» en mi país de origen, Venezuela, tienen una picada más dolorosa que entraría en la categoría «3» (picadura pronunciada y ciertamente dolorosa).
Ya entrando en «palabras mayores» recuerdo un viaje que hicimos por toda Venezuela mi buen amigo el entomólogo, hoy dedicado al comportamiento de aves, Colin Hugues y yo. Nuestra misión era colectar varias especies de avispas sociales, para los también entomólogos Joan Strassmann y David Queller, con el objetivo de estudiar su ADN e intentar dilucidar el origen de la sociabilidad entre avispas. Paramos en uno de los centros de visitantes del Parque Nacional Guatopo, cuando unos guardaparques, sabiéndonos entomólogos, nos pidieron ayuda para eliminar un enorme nido de avispas del género Epipona, que ya habían atacado a varios visitantes. Colin y yo planificamos la estrategia y colectamos varias avispas, pero el nido estaba muy alto y no pudimos alcanzarlo. Dos avispas lograron picarnos. A Colin una avispa le picó en la punta de la nariz, a mí, otra me picó en el cuello. El dolor que sentimos al ser picados nos hizo sentir una agonía que nunca habíamos experimentado. Luego de un rato, adoloridos, nos despedimos de los guardaparques, disculpándonos por no haber podido eliminar el nido. Emprendimos rumbo a Caracas. Ese tramo de viaje nos tomó unas cuatro horas, el dolor iba y venía, bajaba someramente para acentuarse como campanadas, nos dolía el cuerpo, la cabeza, no podíamos hablar del dolor, había momentos en que era difícil ver y no quejarnos. Colin estaba aún peor que yo. Sin duda, en los índices de Schmidt y Starr, la picada de estas avistas debe estar en el número «4» (traumáticamente dolorosa).
En esta ultima categoría incluye Schmidt a la avispa cahicamera (Synoeca surinama y similares), cercana a las Epipona. También incluye a las avispas caza tarántulas de la familia Pompilidae. Mención especial le merece la hormiga Paraponera clavata, conocida en inglés como Bullet Ant, pero en nuestros predios tropicales de las Guayanas y Amazonas venezolanos las llamamos «Hormigas veinticuatro». Schmidt le asigna a su picada el valor de «4+» y describe su dolor como:
«… pure, intense, brilliant pain... Like walking over flaming charcoal with a three-inch nail embedded in your heel».
El explorador Richard Spruce (1817-1893), buen amigo de Alfred Rusell Wallace(1823-1913), durante sus exploraciones por la selva amazónica de Brasil y Venezuela, tuvo la desventura de encontrarse con una colonia de «veinticuatros». Esto escribiría en su diario:
«… I was in agonies, and had much to do to keep from throwing myself on the ground and rolling about as I had seen the Indians do when suffering from the stings of this ant… I can only liken the pain to that of a hundred thousand nettle stings. My feet and sometimes my hands trembled as though I had palsy, and for some time the perspiration ran down my face from the pain. With difficulty I repressed some inclination to vomit… Many times have I been stung by ants and wasps, but never so badly».
Sin duda, los insectos nos presentan todo un mundo fascinante, fascinación que se hizo patente en el arte y la imaginación de Salvador Dalí (1904-1989).
Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Doménech, Marqués de Dalí de Pubol, nacido en Figueras, en el noreste de Cataluña, en el Reino de España, fue pintor, escultor, grabador, escenógrafo, escritor, representante indiscutible del Surrealismo, pero con habilidades, dotes, influencias y estilos sumamente eclécticos. Dalí es, sin duda, uno de los pintores españoles más excepcionales y el biólogo Víctor Monserrat lo define como:
«Activo, provocador e imaginativo como pocos artistas del siglo XX, utilizó su obra y estilo para sobrepasar toda lógica personal y artística. Fue un artista cosmopolita e investigador infatigable, esperpéntico y genial, y ofrece en sus obras, casi de forma obsesiva, representaciones de artrópodos por doquier. Cangrejos y arañas, pero especialmente insectos, y dentro de ellos, hormigas, moscas, mariposas y saltamontes están profusamente representados en sus obras».
Allá por el siglo XIII sucedió un curioso prodigio. Durante el asedio a Gerona por las tropas de Felipe II de Borgoña, el sepulcro de San Narciso fue abierto por los soldados franceses. De su interior saldría una nube de moscas que sembraría el terror entre los asaltantes. Estos huirían, salvando así a la ciudad del dominio extranjero.
Para Dalí, las moscas eran fascinantes. Dalí amaba las moscas. Le gustaba untarse aceite de dátil en sus bigotes y ponerse unas gotas de miel en las comisuras de los labios. Buscaba atraer a las moscas, aunque no cualquier mosca, sino a:
«las moscas limpias elegantes, como las de Port Lligat, que se perfuman en las hojas de los olivos y parecen que van vestidas de Balenciaga».
A las moscas les dedicaría cuadros y textos, para Dalí las moscas eran precisamente el rebaño de Belcebú, el señor de las moscas, insectos, que, según Platón, tenían alma inmortal:
«... son las musas del mediterráneo. Llevaban la inspiración a los filósofos griegos que pasaban las horas muertas, tumbados al sol cubiertos de moscas».
Una mosca y varias hormigas aparecen en su obra más celebre, La persistencia de la memoria, junto a los reconocidos relojes blandos; se notan claras en Singularidades, se intuyen en Laocoonte atormentado por las moscas. En El torero alucinógeno varios Sarcophagidae se originan de discos que van proyectando sus propias sombras, y se sugieren en cantidad sobre la imagen de la Venus de Milo que se diluye formando la cara del torero.
Detenerse a observar las obras de Dalí, es una experiencia alucinante que nos lleva a presenciar extrañas y curiosas escenas, donde frecuentemente aparecen animales, muchas veces insectos, entre los más comunes están las hormigas, posiblemente puestas allí tan solo para confundir al espectador. Aparentemente, alguien le preguntó alguna vez sobre la presencia de las hormigas en sus cuadros, su respuesta fue, sin duda, muy daliniana,
«… las pongo para que quienes las vean se rompan la cabeza y piensen: ¿por qué están ahí?».
Pero son harto conocidos diversos episodios sobre sus encuentros con insectos, que ciertamente deben haber marcado e influido en su manera de ser, de pensar y de expresar su arte. Uno de sus grandes desencuentros sería con su padre, quien luego que el artista se afiliara a las ideas del surrealismo, decidió echarlo de su casa a fines de 1929, desheredándole y prohibiéndole regresar jamás. Alguna de sus tantas biógrafos comenta que de él su padre vaticinaría que:
«… moriría solo, sin amor y lleno de piojos».
En el reconocido primer cuadro surrealista de Dalí, el estudio para La miel es más dulce que la Sangre, pintado en 1926, y el lienzo del mismo nombre, pintado en 1927, hoy desaparecido, se notan burros muertos en proceso de descomposición y rodeados de una nube de moscas. Se intuyen, además, hormigas que se acercan a devorar los cadáveres.
En artículo que publicaría en 1929, Dalí relata una experiencia que dice haber vivido cuando apenas comenzaba a tener uso de razón:
«Recuerdo ahora haber tenido, a los tres o cuatro años, la visión de un lagarto descompuesto y erizado de hormigas».
En su libro autobiográfico Vida secreta de Salvador Dalí, narra el artista otros episodios. Recordando un evento sucedido a sus cinco años, escribe:
«… llegando a casa, mi primo... salió a recibirnos (...) su otra mano mostraba un objeto a nuestra vista (...) era un pequeño murciélago, (...) lo puso en un pequeño cubo de hojalata y me lo regaló (...). Me fui corriendo al lavadero, que era mi lugar favorito. Tenía allí un vaso bajo el cual guardaba algunas mariquitas, de verdes destellos metálicos, sobre un lecho de hojas de menta. Puse a mi luciérnaga en el vaso, que coloqué dentro del cubo, donde el murciélago permanecía casi inmóvil. Estuve allí unas horas y recuerdo que hablaba en voz alta a mi murciélago...
»En la mañana siguiente, me esperaba un terrible espectáculo. Cuando llegué a la parte de atrás del lavadero, encontré derribado el vaso, desaparecidas las mariquitas, y el murciélago, aunque medio vivo todavía, cubierto de frenéticas hormigas...».
Tales impresiones de infancia parecen haber quedado grabadas en esa Impronta daliniana que lo llevó a recorrer caminos del arte nunca recorridos por otros. Motivando así, probablemente, que varios insectos pueblen sus cuadros. Las hormigas aparecerán por vez primera en su obra en 1929 y tendrán, en general, una participación que siempre está relacionada con la muerte, la putrefacción, pero también de un intenso deseo sexual.
Durante sus años de estudiante en Madrid, enviado por su padre a estudiar a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de donde sería expulsado, y luego a la Academia Libre de Julio Moisés, conocería a Federico García Lorca (1898-1936), con quien parece haber tenido una apasionada relación, y a Luis Buñuel (1900-1983), con quien exploraría los misterios del cine.
Al cineasta le contaría acerca de un sueño que había tenido en el cual un grupo de hormigas cubrían una mano. Buñuel le replicaría con un sueño personal sobre una nube atravesándosele a la luna y una navaja cortando un ojo. De ambas visiones nacería una película sin argumento, pero llena de imágenes emotivas e inquietantes, Un Chien Andalou. Las hormigas utilizadas en la escena de la mano fueron requeridas, desde París, al Museo de Ciencias Naturales de Madrid, encargo que llevaría al joven biólogo Carlos Velo (1909-1988), luego reconvertido en ilustre cineasta, hasta la Sierra de Salamanca, para recolectar una colonia de Formica rufa.
También en 1929, se adscribe Dalí a los surrealistas liderados por André Breton (1896-1966) y conocerá a su musa, Elena Ivanovna Diakonowa, Gala (1894-1982), casada entonces con el poeta Paul Éluard (1895-1952). Pintará ese año sus primeras hormigas en Les accomodations des déssirs, que sería expuesta en la parisina Galería Goemans.
Aunque las hormigas de Dalí son pintadas de manera realista, enfatizando el detalle, ellas son, definitivamente, dalinianas, no se parecen en absoluto a ninguna especie en particular. Entre 1929 y 1931, Dalí pinta sus hormigas con cuatro patas, pero a partir de 1932, un tercer par de patas aparecerá en estos insectos derivados de la «paranoia crítica», método interpretado como el «conocimiento irracional» basado en un «delirio de interpretación» que según, el artista utilizaba. Esto lo diferenciaba de otros surrealistas, quienes producían sus imágenes de manera «espontánea sin la interferencia del pensamiento racional».
También los grandes ortópteros obsesionaron a Dalí. Estos saltamontes estaban entre los insectos que más detestaba. Le generaban repugnancia y les tenía harta fobia.
«¡Cuando menos se piensa, salta la langosta! ¡Horror de los horrores! … En el momento culminante de mis mas extáticas contemplaciones y visualizaciones, la langosta saltaba. … Langosta- ¡asqueroso insecto! Horror, pesadilla, verdugo y alucinante locura de la vida de Salvador Dalí …
»Tengo treinta y siete años, y el miedo que me causan las langostas no ha disminuido desde mi adolescencia. Diría que, si ello es posible, ha aumentado todavía. Aun hoy, si me hallara al borde de un precipicio y una gran langosta se lanzara sobre mi y me pegara al rostro preferiría saltar al abismo que soportar este horror».
La imagen de saltamontes o langostas en los cuadros de Dalí suelen estar asociadas a animadversión, terror, miedo, aunque también respeto a personajes por los cuales sentía un gran desasosiego. Su padre, en primera instancia, pero también el poeta Paul Éluard, a quien respetaba y admiraba, pero cuya presencia le perturbaba y despertaba «una aterradora rivalidad».
En El gran masturbador vemos la evidencia de represiones y alegorías sexuales. Aquí, el rostro sin boca esta conectado a una gran langosta en descomposición cuyo abdomen está lleno de hormigas. Rostros similares aparecen en La profanación de la Ostia. Estos saltamontes dalinianos son, sin duda, surrealistas y algunas, aunque aparecen con seis patas, otras solo tienen cuatro.
Aunque Salvador Dalí partió hace casi tres décadas, continúa siendo un personaje curioso, enigmático, y hasta carismático. Los insectos estuvieron conectados a vivencias, reales o inventadas, que tuvo siendo niño, o adolescente, o durante su maduración como artista, y quizás, hasta en su muerte.
Casi a fines del 2017, el sepulcro de Dalí, localizado en su Teatro Museo en Figueras, debió ser abierto. Una jueza había ordenado la exhumación del cadáver del artista, para realizar una prueba de paternidad. Al abrir la cripta, los forenses se encontraron con el bigote de Dalí intacto, señalando las «diez y diez» como acostumbraba tenerlo. Quizás fue el aceite de dátil y la miel los que permitieron su conservación. No se tienen detalles del hecho, ya que no se permitieron cámaras en el recinto. Sin embargo, el escritor, guionista y periodista español Miguel-Anxo Murado imaginó que la escena debe haber transcurrido de esta manera:
«…los forenses, sudando dentro de sus batas y sus mascarillas, con las pinzas en la mano, observan asombrados el milagro del bigote incorrupto de Dalí, cuando, de repente, se abre la boca del difunto y, como en una versión en miniatura del milagro de San Narciso, sale una única mosca, volando en zigzag en medio del silencio húmedo de la cripta».