La cantidad de personas que no viven juntos en pareja aumenta, como aumenta también la cantidad de separaciones y divorcios. Las suma de estos grupos, incluyendo también a los viudos, superan numéricamente, en muchos países europeos, a las personas que viven en matrimonio, representando alrededor del 60% de los adultos. Al mismo tiempo, la fertilidad sigue bajando y la cantidad de mujeres sin hijos crece. Sobre todo, entre las altamente educadas.
En Italia, por ejemplo, las personas no casadas en edad de hacerlo, son 5 millones. Una cifra que se ha duplicado en los últimos 25 años. Las fotografías de matrimonios «felices» con 3 o 4 hijos son parte de un remoto pasado y estas nuevas e innegables tendencias «demográficas» hay que entenderlas, para comprender lo que sucede a nivel social, comportamental y de consumo.
Por otro lado, la institución del matrimonio está haciendo agua por todos lados, ya que este, el matrimonio, estaba basado en la subordinación de una persona a otra y estas condiciones y predisposiciones, objetivamente, han cambiado y la relación exige paridad, que para muchos es insoportable, presentando el dilema de cómo administrar una interdependencia, conservando un amplio espacio para pequeñas libertades y una proyección profesional hacia el futuro, que requiere tiempo y representa, una de las prioridades.
Muchos sugieren que el bienestar económico de las mujeres, su independencia material, no es compatible con la lógica del matrimonio tradicional y que nuevos modelos para esta institución tardan en presentarse como posibilidad y, por ende, la única alternativa disponible es el vivir solo. Al mismo tiempo, los sueños han cambiado. Ninguna mujer se percibe a sí misma como dueña de casa y las labores domésticas han pasado a otro plano. La lavadora, lavaplatos, espiradora, comida preparada entre tantas otras, han permitido a muchas mujeres combinar ambos frentes: trabajo y casa. Pero los conflictos se han multiplicado y las expectativas de los varones no se han adaptado a los nuevos tiempos, condiciones y exigencias.
En estos últimos decenios, las mujeres han avanzado educacional, social y económicamente. En varios campos han superado a los hombres y los modelos de relaciones todavía no han sido actualizados. Al menos no radicalmente y esto ha impactado violentamente el matrimonio y/o las relaciones de pareja. La sexualidad contemporáneamente se ha diversificado y los jóvenes buscan relaciones basadas en amistad, reconocimiento mutuo, igualdad, respeto, complicidad e independencia. De la subordinación material o económica, las relaciones de pareja se han desplazado hacia lo sentimental, a los intereses personales y al apoyo reciproco, agregando a esto una revalorización del ser subjetivo y de la individualidad, que reduce la disponibilidad al sacrificio por los hijos y familia.
En pocas palabras, el matrimonio, entendido tradicionalmente, en este contexto, no tiene fuerza ni sentido. La secularización, escolarización y las posibilidades que ofrece la vida moderna han vaciado su razón de ser y lo que las estadísticas y datos demográficos nos muestran es lisa y llanamente la lenta muerte de la institución.
Aumentan los singles, separados y divorciados, aumentan los viudos y se reduce el porcentaje de niños en la población. En algunos países la fertilidad por mujer ha llegado al 1,2, sabiendo que para mantener la población constante, este parámetro tendría que ser 2,0. La edad media de la población en Italia ha llegado a los 45 años. El capítulo que se abre con la lenta muerte del matrimonio se centra cada vez más en nuevos modelos relacionales y estos, por su dinamicidad, cambian de persona a persona y de momento a momento, haciendo que la perspectiva temporal de los nuevos modelos sea limitada y breve.