Aquella noche tuve uno de esos sueños que tienen vista periférica. Uno de esos en los que todo aparece como lo vería una gaviota que sobrevuela la bahía. Como lo vería un zopilote que va volando muy alto y entonces alcanzara a ver todo, pero no pudiera ver muchos detalles. Por eso, no me detuve a ver las dos manchas diminutas que iban avanzando entre las olas del mar. Por eso y también porque trataba de identificar la playa, no lograba saber de qué lugar se trataba.
Veo que la playa está vacía a pesar de que el termómetro marca veintiocho grados centígrados. Imagino que son poco más de las siete de la mañana, aunque el sol ya salió por completo y brilla por todo lo alto. Los bares y restaurantes que se adivinan a la vera del mar están totalmente desmantelados. La silla del salvavidas está abandonada. Hay un letrero que tiene signos que no puedo leer. Aproximo la visión, aumento la imagen de ese anuncio distante, como cuando enfocas un par de binoculares y me doy cuenta de que tengo poderes de vista espectaculares: los ojos funcionan como prismáticos. Puedo provocar un efecto de estereoscopia por lo que me resulta muy cómodo apreciar los objetos sin importar la distancia. 泳げることを禁じられている.
Desde luego, uno de los efectos positivos del escenario onírico es que puedes interpretar cualquier tipo de signos, aunque no domines el idioma en el que están escritos. 泳げることを禁じられている quiere decir: prohibido nadar. Es Tokio, me gustaría ir a Tokio, dice mi parte consciente que se entremete en el sueño. No puedes dejar de ver Tokio, anótalo en tu lista de sueños. Una voz que viene del mar me explica que después del primero de septiembre está prohibido nadar. Las autoridades sacan a los salvavidas de sus puestos de vigilancia y los tokiotas no se atreven a violar la ley. Por eso, aunque el sol es brillante y la temperatura es agradable, no hay un alma que quiera meterse al mar.
Por eso, porque son dóciles a la autoridad y no se atreven a desafiarla. Sólo un bárbaro sería tan tonto como para no tener en cuenta el comportamiento correcto que se ha establecido a través de generaciones por un amplio consenso. La voz me explica que la mayoría de los japoneses son muy conscientes de las cuatro estaciones y lo que es apropiado para cada temporada. Japón opera a través de estrictas normas sociales para lograr su notable cohesión social y que esta es, en gran parte, la razón de que este país de Oriente sea un lugar agradable para vivir. Muy enciclopédico, comento. Fíjate, continúa la voz que poco a poco quiero empezar a reconocer: no hay papeleros en las playas, ni en las calles. En general, los japoneses andan con su basura y la botan en sus casas. Ahí tienes sólo un ejemplo de los beneficios positivos de esta cohesión, para que veas que no soy tan enciclopédico.
Ese es el poder de una Kata. カタ, los signos japoneses de kata se dibujan en las nubes y a mí me parece de lo más normal. Kata es base a las artes tradicionales, como el karate o la ceremonia del té, los japoneses aprenden una variedad de esquemas o formas apropiadas de comportamiento para una variedad de situaciones que se aplican en la vida cotidiana, dice la voz que viene de mar. No ir a las playas después del 1 de septiembre o el cambiar a mangas cortas el 1 de abril puede ser un ejemplo de un kata. ¿Entiendes? La voz sabe que quiero decir que sí.
Trato de aproximar la imagen de los sitios en los que creo que está el origen de la voz, pero no veo más que nubes con signos japoneses, una playa desierta, rayos de sol que se transforman en los siete colores del arco iris. Casi podría decir que alcanzo a ver las ondas sonoras, pero no a quien las emite. Yo, como soy un simple Gaijin (外人) me puedo dar los lujos que los locales ni siquiera se imaginan que pueden darse. Esa voz, esa voz. Ser extranjero tiene sus ventajas, ¿lo sabes, verdad? ¿En serio? ¿Cuáles ventajas? Me ignora y sigue con su secuencia de pensamiento. La kata tiene sus razones, no creas que no. A esas alturas la voz y yo teníamos una conversación bastante fluida. Bueno, conversación es un decir. La voz hablaba y yo la escuchaba. La voz sabe que la escucho.
Hay otra razón por la que los japoneses dicen que no nadan en el océano después del uno de septiembre, míralas. Ajusto la mirada prismática. Veo unas bolsitas casi transparentes que tienen una cauda muy similar a un hilo, más bien a un estambre. Avanzan en el agua, se impulsan con contracciones rítmicas; toman agua, que se introduce en su cavidad gastrovascular y la expulsan, usándola como propulsor: medusas. En Japón, hay una firme creencia que las medusas vendrán y te llevarán después de Obon (お盆 ), es la festividad en la que celebra el culto a los antepasados. ¿De los muertos?, le pregunto por fin. Sí, de los muertos. Por eso no vienen a la playa después de Obon. Nadie viene después de esa fecha. Creen que los espíritus de los muertos nos ahogarían.
Reconozco la voz. ¡Ay, qué dices! ¿Estás muerto? No, yo no me puedo morir. ¿Y Cheques Pérez? Es mi compañero, morirá cuando me lo pida, pero mientras me quiera seguir acompañado, aquí seguirá. ¿Verdad, amigo? Escucho un estruendo que parece un gran ladrido. Las manchas llegan a la playa. Trato de acercar la imagen para verlos mejor, sin embargo, esas imágenes las veo borrosas. De todas formas, puedo distinguir que están apunto de tocar la arena de la playa.
Los veo. Es él y Cheques Pérez va a su lado. Tan pronto tocaron tierra El Mago y su perro bernés, comenzó a temblar. El sismo provocó un gran tsunami que venía poblado de gatos de todos colores. Las ratas que habitan Tokio sintieron una gran angustia. En su desesperación, muchas se tiraron al mar y fueron a dar a París. Por eso es por lo que los basureros de la Ciudad Luz están plagados de roedores que tienen los ojos en forma de almendra.
Te estoy escuchando, dije por no dejar. Estoy acá. Lo vi sacudiendo los brazos en forma de saludos. Te ofrezco una disculpa por los inconvenientes que puedas pasar. Ya llegué. No te preocupes. Quédate tranquila. Vine acá para descansar.
Desperté. Abrí los ojos para ver la Bahía de Santa Lucía. Acapulco en calma. Yo con un dolor de espalda fuerte, como si hubiera estado agitando los brazos, como si hubiera volado sin haber hecho calentamiento y eso me hubiera desgarrado los músculos. Suena la alarma del teléfono celular. Terremoto en Tokio. Gran Tsunami. Agito la cabeza. Ahora sí estoy despierta. Llega un mensaje de Whatsapp: Tempus abire tibi est. Claro, no podía ser de otra manera.