Marxismo y Psicoanálisis son dos campos del saber distintos uno de otro, que marchan por caminos diversos. Pero, de todos modos, hay mucho más paralelismo entre ellos que divergencias.
En algún momento, hacia la década de los 60 del siglo pasado, hubo un intento serio de unificarlos, de articularlos; de allí surgió lo que en su momento se conoció como freudomarxismo. Más allá de las buenas intenciones, el esfuerzo no prosperó; pero ello no quita su valor. La idea de unir dos pensamientos revolucionarios sigue estando presente. Quizá hoy día, a partir de aquella experiencia, puede verse que es imposible construir un discurso único que los integre, pero el valor de ambos pensamientos subversivos, absolutamente contestatarios, sigue vigente. Y para quien desee tener una visión crítica de la realidad, es imprescindible conocerlos en detalle.
Si bien marxismo y psicoanálisis no tratan directamente del mismo objeto, en definitiva ambos están diciendo algo similar: denuncian la alienación del sujeto humano, dando vías para su liberación. Ambos muestran con tremenda profundidad algo que está oculto, desenmascarando lo que la cotidianeidad, la pretendida normalidad oculta. «Si usted quiere, puede», dirá el discurso oficial, tanto refiriéndose a las posibilidades de ascenso social («el millonario es tal por su propio esfuerzo personal») como a las de «ser feliz» («todo es cuestión de actitud»). Marx y Freud, con fuerza demoledora, denuncian esas falacias, evidenciando otras lógicas en juego: «No es la conciencia la que determina el ser sino el ser social el que determina la conciencia», dice el marxismo. «Nadie es dueño en su propia casa», enseña el psicoanálisis.
El marxismo es un profundísimo pensamiento revolucionario que desmonta la verdadera estructura de las sociedades de clase, mostrando que el trabajo es el único generador de riqueza, y que la explotación del trabajo de una clase por otra (de la clase propietaria de los medios de producción –tierras, industrias, dinero–, por tanto explotadora) es el resorte que permite su acumulación y poder, habiendo en todo ello una injusticia de base (la riqueza no es natural, la crea el ser humano, y en una sociedad de clases, se distribuye muy desigualmente). Solo a través de una revolución político-social-económica y cultural, las clases explotadas podrán liberarse del yugo. Estudia toda la historia humana, pero básicamente el sistema capitalista.
El Psicoanálisis es también un profundísimo pensamiento revolucionario que muestra que la conciencia, la razón, el Yo o la voluntad (como se las quiera llamar), son solo una parte constitutiva del fenómeno humano, y que no explican toda su complejidad. Las rarezas humanas son parte definitoria de la llamada normalidad, pudiéndose así entender el comportamiento en una clave más compleja que sanos y enfermos. Abre una nueva perspectiva ética, poniendo el énfasis en el terror que mantenemos en tanto seres finitos, incompletos, lo cual se evidencia en los interminables rollos que nos muestran la sexualidad y el poder. El límite aterra. El Psicoanálisis es liberador.
Si bien hablan de campos distintos, ambas teorías presentan la posibilidad de revolucionar lo humano, rompiendo ataduras, instaurando nuevos modelos de relacionamiento.
¿Por qué un psicólogo debe estudiarlos? Porque un psicólogo es un ser social (¡imposible ser de otra manera!), por tanto ubicado históricamente, comprometido con su mundo, quiera que no (la apoliticidad no existe). Y al ser un sujeto social, que sufre las penurias de la sociedad en que vive (70% del gremio NO vive de su profesión) debe entender por qué pasa lo que pasa.
¿Por qué sufrimos? ¿Por qué deseamos? ¿Por qué la sexualidad es nuestro talón de Aquiles? ¿Por qué el poder fascina? ¿Qué hacer con todo esto? Las respuestas a todo ello las provee el Psicoanálisis.
¿Por qué hay diferencias económico-sociales en el mundo? ¿Por qué nos reprimen cuando protestamos contra las injusticias sociales? ¿Cómo trabajar contras esas asimetrías? Las respuestas a todo esto las provee el marxismo.
¿Por qué la salud mental es el pariente pobre del campo de la salud? ¿Por qué hay tanto estigma con nuestro ámbito de trabajo? (locura) ¿Por qué persiste esa incorrecta (más bien nefasta) división entre Psicología Social (¿quizá marxista?) y Psicología individual (¿Psicoanálisis? ¿Habría que agregar «caro y para gente pudiente»?) ¿Por qué en la formación académica de los psicólogos se estudia tan recurrentemente un manual de Psiquiatría y no tanto textos de pensamiento político-social o filosófico, obras humanísticas, artísticas? ¿Por qué al padre de la Psicología moderna, ese médico vienés que revolucionó el campo del saber, se lo conoce (mal) solo por Wikipedia?
Es común decir de ambos pensamientos que «están pasados de moda», que «fueron superados», que «son elucubraciones afiebradas de mentes enfermizas del siglo pasado, y que hoy esas teorías perdieron vigencia». En otros términos: que están muertos. Pero, ¡curioso cadáver el del marxismo y el del psicoanálisis!, porque hay que estar sepultándolos continuamente. A los muertos se les entierra una sola vez; con eso es suficiente. Si la inhumación debe repetirse continuamente, eso algo indica. ¿Ladran Sancho?, como dicen que dijo el Quijote. Ladran Sancho… señal que cabalgamos. Y no solo cabalgan: es un galope furioso, indetenible.
Sin dudas, el sistema se encarga cotidianamente de tratar de “domesticar” cualquier pensamiento díscolo, contestatario, alternativo. La salud mental se atiende, básicamente, con estas recetas del «si usted quiere, puede». O con medicación psiquiátrica. Y los conflictos sociales, ahora son abordadas ya no con Marx en la mano, sino con Marc’s: métodos alternativos de resolución de conflictos. Pero… ¿se resuelven los conflictos de clase –explotadores y explotados– con una negociación seria? No parece, pues cuando las cosas se ponen al rojo vivo, salen a relucir las bayonetas.
Todo lo cual lleva a preguntarnos si lo que evidencian marxismo y psicoanálisis (la alienación del sujeto humano) realmente terminó. ¡Y es más que evidente que no!
Estudiar marxismo y Psicoanálisis es una forma de sentar bases para empezar a concebir de otra forma la práctica: ¿cómo entender la salud pública? ¿Cuál es el lugar del psicólogo? ¿En qué medida puede el gremio de trabajadores de la salud mental contribuir a un cambio social?