No cabe duda de que toda tiranía que termina debe ser motivo de alegría y, sobre todo, si el logro no ha sido por medio de la eliminación sistemática del poder vencido. Bashar al-Assad escapó a Moscú, o prefirió hacerlo, lo que poco importa ahora, y hasta algunos de sus colaboradores han mantenido vínculos con el movimiento Hayat Tahrir al-Sham (HTS) que ha terminado victorioso.

Fue sorpresiva la rapidez con la que un régimen de 54 años como el de la familia Assad (24 de los cuales corresponden al propio Bashar) en menos de una semana debió dejarlo todo, luego de más de 14 años de una feroz guerra civil. Varios grupos opositores procuraron derrocarlo, a veces unidos como también luchando entre sí. Por su parte, se enfrentaron a un gobierno extremadamente represivo que utilizó todo su poder para mantenerse.

Finalmente, el país ha quedado en ruinas.

Una gran variedad de facciones, de muy distintos orígenes y creencias políticas y religiosas, lucharon activamente. Destacan los islamitas del HTS que, por ahora, controlan el poder. También están las fuerzas del Ejército Sirio, el tradicional ESC, aliadas a fuerzas turcas, que no ocultan sus aspiraciones. Asimismo, y enemigo de Turquía, está el Grupo Kurdo (PPK), que lo califica de terrorista, además de grupos menores como los de creencia maronita.

Varios contaron con la abierta ayuda militar y financiamiento de potencias foráneas, como Irán, Rusia, Turquía y, en ocasiones, Estados Unidos, sin olvidar los múltiples movimientos islámicos radicales, siempre activos en esa región. Israel ha actuado selectivamente y se ha posicionado en las Alturas del Golán sirio, precaviendo nuevas hostilidades, considerando que hay grupos que buscan eliminarlo, como se enuncia en sus proclamaciones fundacionales.

El grupo HTS tiene un origen similar, inspirado en otros de triste memoria, como las ramas del Daesh o Al Qaeda, basados en el Salafismo yihadista que actúa en la región norafricana del Sahel, emparentados con ISIS (Estado Islámico), donde han militado o todavía militan muchos de sus líderes que dominan territorios sirios.

El caso más visible lo representa Al-Julani, que no es un desconocido, particularmente para los servicios de inteligencia occidentales, y que ahora se presenta como un dirigente moderado, dispuesto a dialogar, afirmando que no actuará bajo las rígidas reglas islámicas habituales. Resulta auspicioso, aunque la apuesta mayor es si mantendrá esta apertura o volverá a las prácticas fundamentalistas. No es una interrogante fácil de responder, pues hay otros ejemplos de diferentes posiciones entre facciones donde los islamistas radicales que participan, terminan por imponerse a los demás. El caso de Afganistán lo deja en evidencia, posiblemente como uno de los ejemplos más retrógrados en pleno siglo XXI, y que no muestra ninguna posibilidad de que cambie.

No se trata de un capricho momentáneo de quienes participan, como tampoco de una posición oportunista por razones políticas o sociales. Obedecen a una raíz mucho más profunda, pues algunos movimientos se basan en profundas convicciones religiosas que no pueden contradecir ya que ellos mismos serían condenados, las que se reflejan en una gran variedad de movimientos existentes, muchas veces integrados por drásticos opositores unos de otros. Precisamente, por estas diferencias no han logrado unificarse, pese a algunos intentos.

Por lo general en estas situaciones, se imponen aquellas posturas más extremas, las que califican a quienes no los siguen de impíos o infieles, lo cual tiene un enorme significado y puede traducirse en luchas fratricidas.

Por ahora, manifiestan señales de apertura y tolerancia, dada la inmensa tarea prioritaria de recuperar la gobernabilidad y la economía de Siria, profundamente necesitada y comprometida. Los viajes de autoridades europeas demuestran esta confianza. Les corresponde no defraudarla.