Los acontecimientos culturales del pasado permiten mirar a trasluz y trasparentar registros que arrojan la existencia de lapsos cíclicos en la historia del arte costarricense, como lo fueron los años treinta, cincuenta, setenta, e incluso noventa, en tanto transparentan un particular ahínco puesto en su devenir. En el artículo anterior, Discontinuidad y Contradicciones: Bienales de Arte en Costa Rica, referí a eventos acaecidos el siglo anterior, como los Salones Anuales de Artes Plásticas de los setenta y algunas bienales. En los treinta se realizaron los Salones Nacionales en el Teatro Nacional, huellas a encadenar cuando se buscaba inventar el paisaje costarricense y el tratamiento del retrato, pero que en tiempos presentes se volvieron temas carceleros de la creatividad, e inhiben la investigación y/o experimentación con materiales y lenguajes actuales.

Respecto a los salones de los treinta, los historiadores Ileana Alvarado y Efraín Hernández comentan:

«Estas “contiendas” mostraron la lucha de los artistas jóvenes por comprender y dominar las orientaciones y las concepciones del arte moderno y su deseo tesonero de cambiar la identidad plástico-estética del arte del país dominado por la academia».

(Alvarado, I; Hernández, E. «Diversidad e hibridación: arte costarricense en la colección del MAC», 2013. P.19)

En los cincuenta regresaron al país artistas enfilados en corrientes del arte internacional, distanciando aquellas reminiscencias de la academia. Hablamos de Manuel de la Cruz González, Felo García y Lola Fernández quienes exhibieron en 1958 -tal y como aprecia la historiadora Eugenia Zavaleta-, abrieron el panorama al arte moderno en el país (citado por Díaz-Bringas, T. 2003 P.16); dicha fortaleza unió en 1963 al Grupo 8 con nuevas prácticas en pintura y escultura. Otra artista que experimentó en los cincuenta una de las décadas más fructíferas de su carrera fue Margarita Bertheau, se deduce de su muestra Inédita, 2017, Museo de Arte Costarricense, curada por Sofía Soto-Maffioli.

Setentas: bienales y salones

No deja, de guardar interés la bienal del 71 (contexto de 150 Aniversario Independencia), y la del 92, comentadas en la anterior entrega. Los salones de esa década abrieron las puertas a los nuevos lenguajes dando oportunidad al ímpetu de jóvenes emergentes en esos tiempos; Gerardo González estimulado quizás por la Nueva Figuración, cultivó un arte sazonado por las experiencias con distintas técnicas, fue galardonado con Medalla de Oro del Cuarto Salón Anual, 1974; él mismo comenta que la serie Se acaba el pez, 1974, mixta sobre papel y aráceas, asumía la reflexión ante la escasez pesquera en el Golfo de Nicoya de esos tiempos, y él como porteño -oriundo de Puntarenas-, evidenciaba tal preocupación.

El Salón de 1977 abrió aún más el interés por la asunción a los nuevos lenguajes y tratamientos materiales, la Medalla de Oro del Séptimo Salón la recibió Rafael Ottón Solís, con el tríptico Al Norte con Nicaragua, 1977, del cual mucho se habló entre corrillos por la irrupción de lo político como abordaje del arte. Tamara Díaz-Bringas, agregó acerca de los salones que «estos certámenes se realizaron, con algunas interrupciones y altibajos desde 1972 hasta 1993, convocándose por disciplinas: pintura, dibujo, escultura, grabado» (Díaz-Bringas, T. En el trazo de las constelaciones, 2003. Centro Cultural de España. P. 50).

Esta crítico y curadora pone su dedo en la llaga de la problemática: los salones regresaron a inicios de los noventa pero volvieron a desaparecer, hasta 2016 cuando el Museo de Arte Costarricense (MAC), anunció la convocatoria al Salón Nacional de Arte, 2017. En perspectivas anteriores a estos salones, el Centro Cultural Costarricense Norteamericano había convocado a la Bienal de Arte Experimental Francisco Amighetti, 1991, muy de carácter objetual y tendencia del momento.

Bienales L&S

Con auspicio de la empresa privada -de fundamental importancia-, la I Bienal de Pintura Lachnner y Sáenz, 1984, premió un batik de Lil Mena, chispa que encendió la discusión en segmentos tradicionalistas, al ver profanado el sacro imperio de la pintura por técnicas y experimentación en las cuales fluían encabritadas aguas del río del arte, que no volverían a su curso en tanto los lenguajes traían disensos y transformaciones que abrieron la producción creativa al arte contemporáneo en Costa Rica de los noventa, predios liminares del Conceptualismo, el cual implica un pensamiento divergente y crítico, posturas beligerantes ante las grandes problemáticas que sacudía la estructura social a finales de la Guerra Fría. Para la segunda edición de la L&S fue premiado Luis Chacón con una pintura, y quien años después saltaba a experimentar espacios y objetos intervenidos.

Bienales CCR

Si las cuatro ediciones de la L&S iniciadas en 1984 y concluida diez años después -sumaba también la Bienal Centroamérica y Panamá de 1992-, caldearon los ánimos del arte doméstico, las seis convocatorias de La Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica, con el acceso de la instalación, rompieron definitivamente con el arte del siglo XX: El Premio Único del Salón Abierto lo ganó Virginia Pérez-Ratton, con la instalación De vidrio la cabecera, 1994, crítica al enraizado machismo, evocaba una canción ranchera, dando sentido a la fragilidad y fragmentación tan presentes en las investigaciones de lo contemporáneo de esos años. Para la siguiente edición el Premio correspondió a Otto Apuy, Transformación del rostro, 1995, un «autorretrato tridimensional» que instaló, jícaros, cuerdas, objetos, sesgo que intensificó el discurso de la identidad y las culturas vernáculas ante a las garras de la globalización. Pedro Arrieta también fue distinguido con el Premio Único, del Salón Abierto de la III Bienal CCR, por la instalación Amor punzante noche tras noche, 1997. Para el Salón de Invitados de la IV 1999, Pérez-Ratton presentó otra pieza minimalista: Juego de muda incompleto, conjunto modular de vitrinas en metal, vidrio, espejos, entre las cuales desperdigaba fragmentos de su cuerpo fundidos en bronce con baño de plata, y rosas blancas; connotando que en la vida y en la misma sociedad, a pesar de su tersura y fragilidad, las rosas también tienen espinas.

Otros eventos que sumaron al acontecer del arte local en la coyuntura de cambio de siglo y milenio fueron la Bienal de Escultura 2000, de la Asociación Costarricense de Artistas Plásticos (ACAP), con el patrocinio de la empresa BTC. La Galería Nacional, Centro Costarricense de Ciencia y Cultura, organizó el certamen El artista a través de los objetos, 1999, ganado por Guillermo Tovar, encendiendo la polémica por el uso de la carne en proceso de putrefacción, como uno de los materiales simbolizando una descomposición social sin tregua como la vivida hoy. En esa década, la Galería Nacional también organizó Confrontación en el Arte, Cuatro Curadores, 40 Artistas, la cual replicó años después. Tuvo lugar, además, el Certamen de dibujo de la CCSS.

Bienartes, Empresarios por el Arte

Un grupo de empresarios nacionales y homólogos centroamericanos retándose mutuamente se propusieron organizar una bienal por país, que en el caso local se llamó Bienarte, iniciada en 1997; en principio de pintura, para constituirse después en Bienal de Artes Visuales Costarricense. Los seleccionados por cada país irían a competir al Premio de la Bienal de Artes Visuales Centroamericana, turnándose las sedes en cada capital del istmo. Sin lugar a dudas fue un evento constante, abriendo brechas para los artistas, seis por edición, e invitando a importantes curadores, galeristas, críticos de arte, aspecto que sumó a la necesaria visibilidad y circulación de nuestros creadores en el terreno internacional. Entre otros miembros de jurado se recuerda a Gerardo Mosquera (Segunda 1999), Santiago Olmo, Rachel Weiss (Tercera 2001), Luis Camnitzer (Tercera 2003), Pablo Helguera (Cuarta 2005), Oliver Debroise (Quinta 2007).

Para cada edición se producía catálogo y documentación relativa, apuntando a su profesionalización. Quizás el gesto de contradicción que agita las aguas del río del arte, fue la recién pasada Décima Bienal, 2017, la cual gestionó un modelo y metodología diferente a lo anterior -con la dirección de Tamara Días-Bringas-, quien invitó a un curador por país, para que con anterioridad abordara el trabajo de los colectivos y artistas elaborando un discurso fehaciente dentro de las manifestaciones contemporáneas, trayendo a personalidades, curadores y críticos del mundo del arte, para que actuaran como observadores, así valorar lo expuesto en varios puntos de la capital San José: Parque Central, Museo Nacional de Costa Rica, Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, Centro Cultural de España, Museo Calderón Guardia, Teorética, y una sede en Puerto Limón, entre otros en las antiguas oficinas de la United Fruit Company (UFCO), que activó trascendentales comentarios como el de Aimar Arriola en el Blog Concreta. Sin embargo, infiltró la paradoja: apenas concluida la “Décima, trascendió la noticia de que los Empresarios por el Arte retiraban el apoyo.

Salón Nacional de Artes Visuales 2017

Una vez más el Museo de Arte Costarricense convocó al Salón Nacional de Artes Visuales 2017.

, invitando como jurados a las curadoras Katya Cazar de Ecuador, Rosina Cazali de Guatemala, y al historiador Hervé Vanel de Francia. Fue otra espacio para hacer fluir la reflexión del espectador ante el significado de esas expresiones del día a día en el laboratorio del arte, para que los estudiosos rastremos registros a anudar y ampliar lo que se sabe de la visualidad contemporánea costarricense: hoy, cuando cualquier jugada repercute en el contexto y nos afecta a todos.

MADC: Inquieta Imagen

En 2002 el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo convocó al certamen Inquieta Imagen, los artistas emergentes atendieran a los criterios de jurados internacionales respecto a los nuevos medios. Es uno de los pocos terrenos de confrontación que perdura, el año pasado se abrió el ii17 Ultracontaminados. En ese momento opiné: son paisajes disímiles, detonantes políticos, construcciones opuestas y orquestaciones de disensos cuando el arte contemporáneo antepone desafíos a la interpretación sumando al crecimiento y evolución del arte.

Conclusiones

Mi crítica es que salones y bienales edifican una enorme estructura, con algarabía y vítores se encienden los artistas, los organizadores, la prensa, y engendra el síndrome bienal -situación similar al recién pasado FIA 2018, o vista para el Traspaso de Poderes 2018-, levantan una edificación de tres o cuatro pisos que no es más que una escenografía ficticia y onerosa hecha con tubos, sarán y luces; pero gastado el fuego de los vinitos, acabada la pólvora del buscapié, todo sigue igual, no mella, ni da seguimiento a los artistas quienes se quedan mirando al cielo a ver si por ahí les llega algo.

Respecto a la X Bienal trascienden ecos de discordia, el investigador cultural Miguel Flores publicó un comentario en uno de los medios guatemaltecos, citando opiniones suyas y de varios artistas involucrados quienes dicen saber qué y quién mató al evento estrella del arte contemporáneo en el istmo (sobre todo en esta última edición que innovó la producción cultural en el istmo).

Mi criterio es que no busquemos responsables, valoremos las fortalezas y cala de esos frutos para tener un futuro evento de discusión y reflexión donde reinventarnos todos: artistas, curadores, críticos, historiadores, mecenas o empresarios por el arte. En los noventas cuando inició Bienarte, criticábamos a los artistas quienes desbordaron los lenguajes y ensayaron el nocivo efecto bienal, con obras voladas pero sin anclar con las prácticas cotidianas; consumían videos y revistas para estar en forma y prepararse para ser parte de aquel escenario y de la bulla que consienten.

Hoy en día, de cara a la celebración del Bicentenario de Independencia Centroamericana en 2021, el germen de la incertidumbre traza un desdibujado panorama con su signo de interrogación cargado de retos y contingencias; es normal que sea de esa manera. Sin embargo, mientras existan artistas habrá nuevas propuestas, discusiones, desafíos, reflexiones, deducciones, contradicciones, metodologías, opciones de formas de documentación; como diría Gerardo Mosquera «son el condimento de la sopa del arte», y una bienal o salón, sea del lado de la empresa privada con éstos o nuevos mecenas, o con la organización del aparato estatal -y, a pesar de la aguda economía que nos amedrenta, será una celebración para la cual destinen presupuestos, pienso que convergerá el espíritu que aliente a circular o a ventilar tan intensas y críticas propuestas.