«La mentira es el hilo que articula las interacciones sociales».
Steven Arthur Pinker (1954-) es un científico y escritor de nacionalidad canadiense. Sus libros más conocidos –El instinto del lenguaje, Cómo funciona la mente, Palabras y reglas, Los ángeles que llevamos dentro, La tabla rasa y Las luces ahora, en defensa de la razón, el humanismo y el progreso – lo muestran como un pensador original y profundo. En lo que sigue establezco un diálogo con algunos de sus planteamientos.
Progreso, ideologías y redes de ignorancia
En la visión de mundo que presenta Pinker el concepto central es «progreso», entendido como un proceso de mejoras continuas. Este científico sostiene que el ser humano es más feliz ahora que hace cien, doscientos o trescientos años, gracias al incremento del bienestar en ámbitos como la solución pacífica de conflictos, la no violencia, la salud, la alimentación, el régimen de libertades, los derechos humanos, la no discriminación, el disfrute de la familia, el tiempo libre, la libertad sexual y otros aspectos de la vida cotidiana. Algunas estadísticas, que Pinker cita, corroboran su tesis. Si pensamos, por ejemplo, en la sociedad costarricense, los indicadores sociales, económicos y políticos evidencian una evolución positiva desde el año 1900 hasta la fecha, e incluso desde antes. En salud, educación, condiciones de trabajo, diversificación económica, diversión y recreación, y en muchos otros aspectos, no hay duda que esta sociedad confirma lo postulado por Pinker para el caso de la civilización occidental en su conjunto. A pesar de esto conviene introducir tres observaciones críticas al planteamiento referido.
Primero, las aseveraciones de Steven Pinker son por completo válidas cuando se miden indicadores en períodos largos o larguísimos de tiempo, de varios siglos y de milenios. Desde esa amplísima perspectiva temporal la situación actual es mucho mejor que la existente en los tiempos del Pleistoceno cuando, según dicen algunos expertos, los humanos que habitaban África se desplazaron hacia Europa y Asia. Si pensamos en la situación social y económica de muchos países durante la primera mitad del siglo XX, y la comparamos con la actual, es evidente que se han producido mejoras trascendentales; pero cuando se estudian las realidades en períodos de tiempo mucho más cortos, digamos de tres, cinco o diez años, pueden encontrarse variaciones abruptas, negativas y positivas, en la evolución de los indicadores de bienestar, muchas de las cuales no corroboran el planteamiento de Pinker. Es sabido, a este respecto, que los humanos afectados por la crisis económica del año 2008 retrocedieron de forma dramática respecto a su situación social a inicios del siglo XXI, y que la calidad de vida en Siria sufrió un retroceso monumental con el inicio de la guerra civil.
Segundo, existen otras consideraciones que aconsejan moderar el optimismo de Pinker respecto al progreso. Según dicen algunos expertos el coeficiente de inteligencia crece de manera constante, pero conviene distinguir entre inteligencia y racionalidad. Se puede ser inteligente en tanto se tienen habilidades para combinar distintas variables de forma simultánea, rápida y eficiente (dinero, trabajo, familia, política, empresa, emprendimiento, deporte, sexo, diversión y recreación) pero ¿puede afirmarse lo mismo de la racionalidad? Si por racionalidad se entiende la capacidad de comprensión científico-humanista de las realidades, lo que se traduce en un abandono progresivo de todos los fanatismos (religiosos y no religiosos), y de las mitologías ideológicas, es evidente que existen claros indicios de que se esta produciendo un descenso vertiginoso de la racionalidad. La creciente influencia de los nacionalismos exacerbados con su dosis de odio a los extranjeros, las carreras armamentistas asociadas a esos nacionalismos; así como los hechos de odio respecto a los hombres, a las mujeres o a los homosexuales, hacen pensar que ser inteligente y ser racional no es lo mismo. En las tiranías abundan personas inteligentes para negociar y tender emboscadas políticas a sus oponentes, pero sus niveles de racionalidad deambulan por debajo de los pantanos como es claro cuando se constata, dicho como ejemplo, el abandono del régimen de libertades o la creación de ficciones ideológicas y de ídolos políticos a los cuales se les rinde pleitesía como si fuesen dioses. Y ni que decir del gigantesco volumen de insultos que personas supuestamente racionales intercambian diariamente. El juego macabro de las potencias mundiales en Siria y el Medio Oriente tiene mucho de inteligente, pero casi nada de racional y de sentido común. Es el juego de un animal no reflexivo, sino dominado por puros instintos de poder, de venganza, de dominio, de orgullo.
A lo dicho debe agregarse -lo que es fundamental- la existencia en el mundo de un subsistema de manipulación de ideas y emociones cuyo efecto principal es reducir de forma acelerada los niveles de racionalidad, al tiempo que se eleva la influencia de lo instintivo. Bajo los efectos de ese subsistema de manipulación global las personas creen pensar y sentir por sí mismas cuando en realidad piensan y sienten lo que otros (unos pocos) les instruyen pensar y sentir a través de redes sociales electrónicas, correos, WhatsApp, revistas, periódicos, películas, documentales, agencias de noticias y otras instancias tales como las técnicas del mercadeo comercial y publicitario, del mercadeo de la geopolítica internacional y del mercadeo político local. La manipulación emocional a la que están sometidas millones de personas alrededor del planeta, implica un progresivo y acelerado atontamiento del ser humano, lo que explica en parte el ascenso contemporáneo del irracionalismo (fanatismos, nacionalismos, patrioterismo, proteccionismos comerciales, guerras comerciales y fundamentalismos religiosos). La mentira es el hilo que articula las interacciones sociales. Si Steven Pinker estudia este tema de la manipulación global, quizás encuentre indicios de que su optimismo histórico respecto al progreso debe relativizarse para ser más realista.
Tercero, las ideologías del progresismo y del conservatismo (de moda en los días que corren) configuran una trampa emocional que combina muy bien con la manipulación global referida en el punto anterior. Ambas ideologías se presentan como amorosas, pacíficas y tolerantes, pero en sus lenguajes y estrategias de control mental esgrimen constantes amenazas de violencia, discriminación y odio sistemático. En internet se escuchan audios, y se ven videos e imágenes que hablan de amor y de paz, pero de pronto, en el mismo audio, en las imágenes o en otra sección de la misma red social o de la página web, se habla de «matar canallas», y se insulta a los oponentes llamándolos «carroñeros», «ignorantes», «imbéciles», «fundamentalistas» y «fanáticos», al tiempo que se expresa el deseo de que tales ejemplares de «inhumanidad» «desaparezcan de la faz de la tierra», para así dejar libre el espacio a los «amorosos», «pacíficos» y «tolerantes» representantes del progresismo o del conservatismo.
Últimamente estas ideologías del odio están utilizando el nacionalismo y el patriotismo como lemas. Hay en el ambiente social «saludos patrióticos» y «saludos antipatrióticos». La disyuntiva patriotismo–antipatriotismo es otra estratagema inventada para dividir e introducir el odio en la sociedad. La doble moral de las ideologías del progresismo y del conservatismo es monumental y envolvente. Guardan silencio cuando les conviene estar calladas, pero se rasgan las vestiduras cuando les parece apropiado mostrarse escandalizadas, todo depende de cuales sean las preferencias políticas y militares. El progresismo esconde el rostro cuando se tortura, se reprime y se mata en regímenes políticos que le son afines o cuando cientos de mujeres cristianas, en Alepo, Siria u otras regiones, por el hecho de ser cristianas, se las amarra en postes para ser golpeadas sin descanso hasta su muerte; el conservatismo mira para otra parte cuando se reprime y se asesina a homosexuales o se restringen los derechos de personas consideradas rebeldes y heréticas respecto a las normas establecidas «desde la eternidad». Una sociedad infectada con estas ideologías no puede crear paz, no puede vivir sin odio. Si Pinker ahonda en el tema de la trampa emocional de las ideologías, y de sus muchos e intercambiables rostros morales, quizás concluya lo mismo que concluí hace muchos años: Las ideologías son excusas para no pensar, su sola presencia es una señal de subdesarrollo y postración, no de progreso.
El proyecto moderno aún no termina
Uno de los temas que más interesan a Steven Pinker es el de la modernidad, que él asocia a la ilustración europea, el liberalismo y el empirismo científico. Respecto a este asunto conviene precisar algunos aspectos que Pinker no menciona o lo hace de forma accesoria, secundaria, a pesar de ser muy importantes. Recuérdese, en primer lugar, que no existe un único tipo de modernidad, y que en general lo moderno se expresa en formas y contenidos distintos según sean las regiones y civilizaciones. Pinker no analiza este tema, de modo que su concepto de modernidad es tan sólo uno de los posibles. Si limitamos el análisis al concepto de modernidad tal como lo utiliza Pinker, entonces conviene recordar que las nociones de «libertad», «autonomía» y «autogestión» son claves en esa modernidad que se originó en la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII, cuyos antecedentes principales se encuentran en raíces griegas, helenísticas y judeo-cristianas, y aquí si es imperativo afirmar que Pinker es un brillante y agudo defensor de los méritos de la modernidad (ciencia, tecnología, humanismo, secularidad), y que identifica muy bien las corrientes sociales que en la actualidad se oponen a esa modernidad: los autoritarismos ideológicos y políticos, el nacionalismo y el patriotismo exacerbados, tendencias claves en las ideologías del odio (progresismo y conservatismo).
A pesar de esta coincidencia con la tesis de Pinker, estimo importante subrayar el hecho de que el proyecto moderno aún no ha terminado. Alcanzar el pleno desarrollo de la libertad, de la autonomía y de la autogestión, en la vida personal y comunitaria, es el objetivo estratégico de la modernidad, su horizonte utópico de emancipación, y este objetivo esta lejos de alcanzarse. Autonomía de la persona frente al Estado, los mercados económicos y la religión, u otras formas de poder tales como las burocracias públicas y privadas, o los medios de comunicación; autogestión en tanto la persona adquiere la capacidad de orientar su vida sin requerir instancias impersonales que le señalen los derroteros que debe seguir, llámese esa instancia partido político, ideología, mercado, Estado, raza, clase social o iglesia. En el proyecto de la modernidad cultural la autonomía y la autogestión constituyen señales inequívocas de libertad; y en este sentido puede decirse que la libertad es la única revolución permanente, por ella se trascienden los límites, cambian las circunstancias, se crean mejores realidades, y cada época encuentra la raíz de su evolución, el hilo conductor de su aventura, el horizonte de sus esperanzas. Por la libertad puede un día el ser humano liberarse de la manipulación sistémica que lo atiborra de información (y de desinformación), haciéndolo cada vez más ignorante e irracional, menos reflexivo y más instintivo. La mejor defensa de la modernidad referida por Pinker es profundizar y expandir sus méritos (ciencia, tecnología, humanismo, secularidad), a través de acciones que potencien la libertad, la autonomía y las capacidades de autogestión. El navío del peregrinar histórico aún no alcanza de manera completa esos territorios, aún es necesario encender muchas luces en la oscuridad.