Marzo ya se despide y nos deja con una gran mujer menos. El poder nos arrebata a una activista, feminista, mujer carismática y luchadora. Una que definitivamente rompió más de un molde. Una que se atrevió. Y aunque el tema que pensé para hoy no iba más allá de lo que ocurre a lo interno de la psicología femenina y a la forma en que interactúan las unas con las otras, por supuesto, en contextos mucho menos complejos que aquellos que llega a vivir una mujer activista social, luchadora por los derechos de la mujer negra en Brasil, aun queriendo hacer una reflexión sobre algunas limitaciones impuestas a la mujer por la cultura, no puedo dejar de mencionar a Marielle Franco, asesinada de nueve balazos el pasado miércoles 14 de marzo, en Brasil. Marielle me lleva a Berta Cáceres, también asesinada por su lucha por la preservación del medio ambiente, en Honduras, y desde ahí me quedé frente a los cuerpos de tres mujeres muertas a palos y golpes por luchar contra la tiranía trujillista en mi país, República Dominicana, las hermanas Mirabal. Las luchadoras en mi continente, si se atreven a ir un poco más allá, si rompen con el sistema impuesto, mueren.
Siempre demasiados golpes, demasiados disparos y demasiada humillación. Porque hay saña, hay ira y hay que transmitir un mensaje claro al resto. ¡Porque no puedes hacer eso que te has propuesto hacer!, diría para sus adentros el victimario, bajo la orden del verdugo. ¡Porque quién diablos te hace creer tener el derecho de meterte con semejante fuerza!, pensaría. Nueve balazos, el arma justo en la cara y cientos de palizas, para luego simular un accidente de automóvil. En cada uno de estos tristes eventos, el dolor no solo viene con la muerte, sino con el mensaje detrás de ella. No pueden. Ni se atrevan. No es asunto de ustedes. No es vuestro espacio. Y, por último, la advertencia de las consecuencias, por eso el golpe debe tener un lenguaje funesto y certero, para llegue a todas y logre amedrentar.
Luego de llorar y ofrecer los silencios necesarios ante tales circunstancias, pensé en esas mujeres comunes que van y vienen, que son «normales», porque solo trabajan en una oficina, o venden algo en una esquina muy transitada, o solo son pareja. Cuántas de ellas se neutralizan así mismas, sin saberlo quizá, por doctrina o costumbre, o peor, por el sometimiento de una sutil violencia, pero no balas o palizas. Más bien con el silente ejercicio de la culpa, que insertada en la mente como sello lacrado, hace a muchas mujeres vivir a mitad, nunca enteras. Me detuve a pensar en las mujeres dormidas de mi país, las que siguen dormidas. Pensé en aquellas que, huyendo del sol, se refugiaban bajo cualquier cosa que les proveyera algo de sombra, en medio de una pálida manifestación organizada en conmemoración al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Aún me encuentro buscando las razones del poco entusiasmo mostrado; será que muchas están ocupadas, sobreviviendo. Puede que otras tantas se justifiquen ante ellas mismas con el antipático pensamiento de: a mí no me pasan esas cosas. Recordemos pues que ese día conmemora la muerte de muchas mujeres en medio de luchas y reivindicaciones que hoy son derecho de millones, derechos que muchas dan por sentado, pero que costaron mucha sangre y lucha en todo el mundo.
En medio de mis cavilaciones, reduje un poco la intensidad de mi sentir y terminé pensando en las ataduras mentales que tenemos muchas mujeres y que, de no romperlas, siempre estaremos ocupando ese espacio de las normales, cómodamente adheridas al confort, como lo hace un tumor que no puede extirparse, pues compromete órganos importantes. Sé que hay y habrá otra Marielle, otra Berta, y una que otra Mirabal; deben de andar por ahí, escondidas, sin enterarse de su propio poder. ¡Si al menos intentaran, primero, romperse a ellas mismas, quebrar los propios patrones que le producen infelicidad vestida de cotidianidad, de costumbre! De hacerlo, estaremos más cerca de las conquistas que quedan pendientes. La liberación de la mujer no puede darse si no es manifestación genuina de una liberación interna, que puede incluir, entre otras cosas…
- Vencer la culpa por el placer
- Saber que solo ella es dueña de su cuerpo
- Vestirse para ella, no para complacer o competir
- Vivir el sexo en toda su dimensión, sin autocensura
- No permitir que alguien o algo la defina
- Elegir qué no quiere ser y qué sí
- Romper con la justificación ante ella misma y los demás
- No donarse, a menos que esa sea SU elección o decisión
- Entender que la súper mujer, la que todo lo puede hacer, no existe
- Dejar de pensar que está incompleta si no tiene un hijo
- Realizar su propia definición de éxito, e ir tras ello
- Amarse y reconocerse tal y como es
- Elegir mejorar para sí misma
- Darse el gusto de elegir
- Reír a carcajadas
- Darse permiso de soñar
- Elegir ser su propio punto de referencia
- Abandonar la autocrítica negativa
- Dejar de compararse con otras
- No acomodarse a los límites, no importa quién o qué se los haya impuesto
- Aceptar sus años, amarlos con todo lo que traen
- Dejar de sentir vergüenza por su apariencia
- No depender de la aprobación ajena
- No creerle todo al espejo
- Dejar de decir SI a otros, mientras clava un NO dentro sí misma
- Dejar de ver a otra mujer como su enemiga y competencia
- Entender que no es mejor ni peor que nadie, solo distinta
- Verse a sí misma como compañera del hombre, no como competencia
- Permitirse la libertad de cambiar de idea y opinión
- Dejar de pedir disculpas ¡por todo!
- Llorar sin pedir perdón
- Apostar por la unión entre pares
- No prestarse a la objetivación
- Decir no, y punto
Emprender luchas como estas no son menos importantes como la de Berta Cáceres de Honduras, Marielle Franco, de Brasil, o las de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, de mi República Dominicana, lo cual me remite sin duda a otra gran mujer dominicana, trabajadora de la tierra y luchadora de los derechos campesinos, Florinda Soriano Muñoz, mejor conocida como Mamá Tingó, y tristemente también asesinada el 1 de noviembre de 1974, durante segundo el gobierno de Joaquin Balaguer.
Estas luchas duelen porque el predicamento va por dentro y no hay reconocimiento. Son luchas libradas en el anonimato del propio silencio, creadas, alimentadas y reforzadas por la cultura. Imaginemos qué pasaría en el mundo si la mujer, de repente, despertara del sueño. Con orgullo vi los paros en España, Argentina, y muchos otros países. Cuando veo lo que ocurre con la mujer en mi país, con estadísticas de muertes por violencia machista creciendo cada año, cuando veo cómo se ahoga el grito de muchas compañeras de lucha que conozco en medio del ruido cómodo del espectáculo, donde muchas dicen: «¡no!, yo no me meto en esos problemas», porque les afectaría el rating, y entre el silencio cansado de la mujer sola que lucha por sobrevivir.
Hay quien dice que el futuro es femenino, yo lo pienso desde hace muchos años, pero también pienso y sé que separadas y sin autoliberación la lucha será más larga, más cruenta