El pasado mes de diciembre tuvo lugar el estreno global en internet del documental ULU. Un latido universal, una recopilación de entrevistas con denominador común: el reencuentro con uno mismo a través del corazón.
El proyecto surgió en 2009 cuando una voz interior instó a Joan Muñoz a hacer «una película sobre el corazón». Un par de años antes, Muñoz, empresario del sector de las nuevas tecnologías durante quince años, había entrado en un callejón sin salida a nivel vital, afectando y deteriorando sus relaciones personales, sociales y profesionales. Emprendió entonces un viaje iniciático que le llevó a lugares tan dispares como Seattle o Varanasi. ULU es el fruto de ese proceso de introspección y reconexión con su esencia, así como un alegato sobre la importancia de recuperar «la belleza en la comunicación».
Partiendo de una campaña de crowdfunding, la vida tiró de creatividad para poner en marcha un proyecto audiovisual que nació con la única pretensión de no tener pretensiones, más allá de dar voz a la propia existencia a través de aquellas personas alcanzadas de forma natural por el radar del proyecto.
Las sincronías fueron encadenándose, poniendo en el camino a Federico Mayor Zaragoza, presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex director general de la UNESCO, con quien se inició la ronda de entrevistas sin guion en enero de 2010. María Pinar Merino, Emilio Carrillo, Juan Ramón Galán o Joan Antoni Melé son algunos de los donantes de historias y experiencias vividas tras tomar la decisión de abandonar el control y confiar en los dictados del corazón. Personas corrientes provenientes de diferentes ámbitos (educativo, de la salud, la banca) cuyas vidas dieron un giro radical propiciado por la comprensión de aquello que religiones, místicos y figuras globalmente reconocidas como activistas en pro de la paz llevan siglos intentando transmitir: el corazón es la raíz de la vida.
En los últimos años la filtración en nuestra cotidianidad de inquietudes trascendentales como descubrir el sentido de la existencia o la recuperación del equilibrio hombre-naturaleza ha puesto sobre la mesa el reconocimiento colectivo de la necesidad de un cambio a todos los niveles. La educación formal sobrevive a duras penas bajo un sistema de encorsetamiento mental irreconciliable con el eslogan de nuestro tiempo: sé tú mismo; muchas empresas llevan años o empiezan a reestructurarse a fin de humanizar la relación con sus empleados o clientes y para reducir el impacto ambiental de sus sistemas productivos. Una corriente de cambio que, sin embargo, necesitará de constancia y tenacidad para erosionar el muro de inconsciencia que todavía representan los poderes político y económico del primer mundo.
Parte de la población mundial sigue muriendo a causa del hambre, en guerras prefabricadas o por enfermedades perfectamente tratables; otra se refugia en la fantasía y las adicciones para canalizar la desidia o la neurosis fruto de una existencia a la que no encuentra significado, mientras que otros se dejan amordazar por el miedo que destilan los medios de comunicación de masas. Es por esto que iniciativas como ULU, ideas genuinas concebidas desde un estado de confianza plena en la vida deben materializarse y fluir por cualquier canal posible, porque aquellos educadores, políticos, banqueros, etc., que ya visualizan el cambio saben, como cantaba Scott-Heron, que «la revolución no será retransmitida por televisión».
La revolución del siglo XXI está en manos de las amas de casa, los asalariados, empresarios o estudiantes que transformen su percepción del mundo, que asuman que la responsabilidad del cambio recae en sus pensamientos, palabras y acciones. Cada individuo, independientemente del contexto en el que se mueva, tienen el poder de plantar las semillas de una nueva referencia social.
Hace más de cuatro décadas Jacque Fresco, ingeniero norteamericano fundador del Proyecto Venus, afirmaba que «todas las maravillas de la tecnología y los prodigios mecánicos son solo toneladas de chatarra a menos que mejoren la vida del hombre». La razón por la que recurrir a las máquinas era, a su juicio, liberar al ser humano de la dictadura del automatismo a fin de disponer de su tiempo para formarse en las artes, las ciencias y conectar con el sentido de su propia existencia.
A lo largo de la historia conocida han existido visionarios dispuestos a proclamar que el paraíso en la Tierra es posible, solo hay que decidirlo. El miedo colectivo los acalló durante milenios, pero hemos llegado a un punto sin retorno en el que demasiadas personas han tomado conciencia de su poder personal. Saben que no necesitan libros de instrucciones porque vivir solo requiere amar la vida, han comprendido que la revolución del corazón se libra cada día desde nuestra interacción con los demás, desde nuestras miradas y sonrisas sinceras. Muchos ya no necesitan hablar de revolución porque ellos mismos la personifican. El cambio está en el aire, depende de nosotros anclarlo en nuestro presente.