La presente reflexión imbrica historia y cultura centroamericana, con los hechos estructurales y supraestructurales que imprimen cohesión a las miradas puestas en el acontecer de estos países, cada uno con su propio modo de identidad, pero aunados en un solo istmo geográfico rodeado por dos mares, percepción que, en 2006, la crítico y curadora de arte Virginia Pérez-Ratton, tildó de Estrecho Dudoso, en relación con la muestra del mismo nombre en varios espacios expositivos de la capital San José de Costa Rica y que tuvo alta resonancia en el panorama cultural de la región.
Para que la historia registre hechos en el libro donde se escriben los acontecimientos de una nación, implica la continuidad y permanencia en el paso del tiempo de tal perfil, como también consolidar el tejido de eventos multirrelacionandos, dispuestos para ser narrados y asimilados por todos los miembros o ciudadanía, en cuya conformación participan no solo la sociedad y lo que caracteriza su idiosincrasia, sino también lo que hoy se aplica en términos de estrategias comerciales o económicas como «Imagen País». Se trata de una superestructura de negociación y atracción de las miradas externas hacia las bondades y/o fortalezas nacionales, actitud de reforzar asimilando sus ligámenes con la memoria, en todas sus manifestaciones crítico-creativas como lo son el arte: lo visual, musical, literario, escénico, e incluso hasta gastronómico en concordancia con los productos que ofrece el hábitat, el cual influencia o determina ese genuino modo de ser.
En un compendio como el que se focaliza no parece tan contradictorio referirse al fenómeno cultural y social ocurrido en Costa Rica desde finales del Siglo XIX, el cual influye en las expresiones creativas del arte contemporáneo de inicios de este siglo; hablo del cultivo del banano, con el establecimiento de la United Fruit Company en las naciones centroamericanas luego de los procesos independentistas acaecidos en 1821, cuando se pisan los umbrales de la celebración de sus 200 años de Independencia de España. Otro de los evento que disparó los acontecimientos inicia con la llegada en 1872 de migrantes jamaiquinos para trabajar en la construcción del ferrocarril que reúne la costa caribeña con la zona metropolitana central, poniendo las bases del también importante legado afrocaribeño en la vida costarricense, provocando además un reacomodo en su estructura social y cultural.
Breve esbozo de la memoria
La United Fruit Company (UFCO o Yunai -como fue nombrada en el país esa compañía-), multinacional estadounidense fundada en 1899 por el millonario Minor Keith para producir y comercializar frutas tropicales y, en especial, el banano, de la noche a la mañana se convirtió en un referente político y económico en el siglo XX, influyendo además en los Gobiernos acomodadizos o complacientes del istmo para mantener vigentes sus operaciones, incluso auspiciando golpes de Estado y sobornando a políticos de turno.
Costa Rica era entonces un país dependiente de la agricultura, y Keith, interesado inicialmente en la explotación ferroviaria, se estableció desde 1871 con la Northern Railway Company, pero en tanto el tráfico de pasajeros y mercancías no le era rentable, en la década de 1880 apreció la oportunidad de cultivar bananos para la exportación a Norte América, iniciando la explotación de importantes territorios selváticos naturales de enorme riqueza ecológica para sus fincas o plantaciones en el Caribe costarricense, y que años después controló gran parte de la producción de esa fruta en América Central y resto del continente, de ahí el término Bananas Republics. Se recuerda que en 1970, aquella compañía bananera fue declarada en quiebra, y al reorganizarla se fundó la «Chiquita Brands International» la cual aún mantiene operaciones diversificando la exportación de diversos productos agrícolas en esta misma zona de la provincia limonense.
Remezones creativas en la cultura local
En la primera parte del siglo XX -1940 para ser precisos-, el costarricense y dirigente de la izquierda Carlos Luis Fallas (Calufa), escribió y un año después publicó su primer novela titulada Mamita Yunai; focaliza la intrincada política local tanto como las labores de los trabajadores bananeros, quienes además habitaron territorios fangosos acechados por la pobreza y la malaria, allá en la provincia caribeña de Limón, donde se ubica uno de los principales puertos del país: Puerto Limón. Las plantaciones se extendieron hasta los confines con la República de Panamá. Trasciende que Chile -gracias al apoyo del poeta Pablo Neruda-, fue el primer país latinoamericano en reeditar la novela de Calufa sobre la actividad bananera en el istmo, quien trabajó como liniero a la vez que sindicalista, denunciando injusticias sociales infrahumanas en que vivían los subordinados a la Yunai; «la que da y quita», según palabras de ese célebre escritor. También han tocado el tema de lo afrocaribeño en la cultura nacional el célebre novelista Joaquín Gutiérrez, (1918-2000) entre otros, quien publica su libro Cocorí y Murámonos Federico.
Artes visuales
Quizás el personaje de mayor producción crítico-creativa en el país, y uno de los primeros en abordar el tema –junto con la artista visual Victoria Cabezas-, fue Joaquín Rodríguez del Paso (1961-2016), quien en una entrevista que le cursé un año antes de su sensible deceso y que publiqué en mi blog de la revista española Experimenta Magazine, respecto a su muestra «Super Moderno» en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), comentó sobre el establecimiento de estas compañías:
«Latinoamérica siempre ha estado inmersa en ese carácter de conflictos políticos. Primero, al ser conquistados por españoles, germinó una amplia dominación sobre los pueblos vernáculos, que ellos llamaron “indígenas”, término que de alguna manera tensa esos polos hegemónicos. Luego vinieron los conflictos con los filibusteros quienes intentaron apropiarse de los territorios al Sur del Río Grande, y eventualmente anexarse inclusive Centroamérica. Como sabemos se inmiscuyeron en la política de Nicaragua y conocemos la historia de William Walker de apropiarse también de Costa Rica, intentos reprimidos en la hacienda de Santa Rosa y finalmente derrotados en Rivas, Nicaragua, lo que se conoce en el país como la Campaña Nacional de 1856. Por otro lado esa confrontación revela el rol del multimillonario Cornelius Vanderbilt, dueño de los grandes ferrocarriles en Estados Unidos y otras empresas dedicadas al transporte marítimo, quien adversa a Walker, y decide poner en aviso a nuestro presidente de entonces don Juanito Mora de la amenaza y penetración filibustera».
(Quirós, Joaquín Rodriguez del Paso. 'Super Moderno'. «Experimenta Magazine», 2016. )
Otro de los artistas nacionales que refuerza esta percepción es Oscar Figueroa (1986), en la primera de sus distintas exposiciones en Sala Poligráfica de TEORéTica (2014), curada por Inti Guerrero, planteó como sujeto material y simbólico los «durmientes», clavos y otros componentes extraídos de las líneas ferroviarias remanentes en el istmo. Ése fue un abordaje analítico característico del trabajo de campo de un estudioso interesado en el proceso antropológico social de la región, quien inserta aquellos maderos horizontales sobre los cuales se clavaron los rieles de las ferrovías, asociadas además a la expansión del comercio del café que tanto aportó a la economía costarricense de inicios de siglo pasado. Intrincan en un mapeo de actuaciones que originaron la identidad de estas naciones en tiempos postcoloniales; recuerdan tanto los flujos migratorios que propiciaron como las fieras luchas sindicales por parte de los obreros bananeros, discriminados y marginados, quienes sacaban la fruta a pesar de las condiciones insalubres en que operaba la Yunai, y la marca de opresión de aquella actividad explotadora de nuestros recursos no solo humanos sino naturales.
Para Figueroa, el término «durmiente» presenta contradicciones con las nociones de progreso y desarrollo a partir de la red ferroviaria en la mayoría de los países de América Latina; se podría leer el efecto «durmiente» por su horizontalidad, que asemeja a los tantos muertos que produjo la construcción del ferrocarril y la economía salvaje practicada en aquel enclave.
Para la Novena Bienarte (Bienal Costarricense de Artes Visuales) 2013 en el Museo Calderón Guardia, como también en su muestra en salas 3 y 4 del MADC 2014, Figueroa filtró la reflexión histórica acerca de la construcción ferroviaria caribeña, con el desarrollo cultural, social y económico que conllevó, a pesar de tantos choques raciales y de nacionalidades que lo forjaron; contradice el nombre dado a esas enormes piezas de madera pues se trata de una historia nada «durmiente» la cual soporta el peso del tan recordado transporte, y sobre las cuales este artista talló a gubia y formón las inscripciones tomadas de un texto de Harper’s Monthly Magazine en 1885: (inferior race by virtue of [its] subjugation) frase de la época en que se construyó la ferrovía.
El arte en esta propuesta se volvió un objeto de sentencia, el que se carga hasta el patíbulo para que sea nuestro propio verdugo, (dis)continuidad que resonó con varios ligámenes durante la X Bienal Centroamericana de Arte, 2016, dirigida por la crítico de arte, la cubana Tamara Díaz Bringas, hoy radicada en Madrid, cuando Figueroa recubrió el edificio de la UFCO en Puerto Limón con una membrana de plástico, precisamente en el epicentro mismo de aquellas tensiones sociales de finales del siglo XIX e inicios del XX. Me parece útil citar también en esta perspectiva bananera al crítico español Aimar Arriola, quien publicó ecos de esas resonancias en el blog CONCRETA, con el título Ojos táctiles, ojos blandos, tercer ojo: una mirada compuesta a la X Bienal Centroamericana, que entre otros aspectos comentó:
«Óscar Figueroa cubría la fachada del edificio de la United con los plásticos azules bañados en plaguicida que en la actualidad se utilizan para cubrir los racimos de banano que Costa Rica exporta al mundo».
(Arriola, 2016. CONCRETA )
Quizás para concluir con esta primera parte y a manera de preámbulo para la próxima entrega, diría que lo que nos queda de esta reflexión enmarcada en la historia ístmica y que suma a nuestros saberes es que sí, afirmación que me permite una mirada crítica a los acontecimientos sociales de la segunda mitad del siglo XIX y su proyección en la primera del siglo XX que son temas y abordajes para los artistas contemporáneo, y marcan un punto de inflexión en la historia reciente de los países de la región enmarcando esas eternas pugnas del poder hegemónico.
En la segunda parte serán observadas otras instancias creativas con un carácter quizás hasta jocoso, cuando los artistas asumen el tema bananero desde las prácticas contemporáneas que son tan efusivas como lúdicas, y desprenden el aprendizaje de la comentada historia local, con obras que implican nuestros saberes y valorizaciones, y que estamos comenzando a valorar y ver hacia o por dónde fluyen. Comentaré el trabajo de artistas costarricenses como Roberto Guerrero, Victoria Cabezas, Marco Guevara y del guatemalteco Moisés Barrios quien en 2017 realizó una importante muestra en todas las salas del MADC titulada Potasio. Las consecuencias de la abundancia, refiriéndose al banano como componente de la nutrición mundial.