Aprender, sentir que aprendemos, es un buen indicativo de que estamos haciéndolo bien, de que sabemos cómo funcionan las cosas, de que estamos vivos y de que aprovechamos la circunstancia privilegiada de estarlo.
Aprendo cosas, incluso aprendo a aprender. Y lo hago bien: aprendo con la misma fuerza con la que me atrae la gravedad y además lo hago a una velocidad uniformemente acelerada. Aprendo, luego vivo, luego existo. Manejo mis recuerdos como debe hacerse, eso también es evolucionar, luego es igualmente aprendizaje: recuerdo y dejo que fluya lo vivido y deposite en mí su poso de conocimiento, poco más.
Consigo no buscar una trascendencia exagerada ni sentidos rocambolescos y así, de esa forma, desdramatizo y logro cosas, como por ejemplo no estropear lo ya hecho todavía más cuando en algo haya fallado. El aquí y ahora es consecuencia del aquí y ahora, y aunque no lo fuera, así debo tratarlo y abordarlo. Todo aquello, la niñez, los momentos en los que se absorben los valores, buenos y malos, el tiempo en el que que se reproducen los modelos, la equivocación de la juventud, todo lo que sucedió, no importa tanto a la hora de la verdad, o en todo caso, aunque tenga una importancia enorme, lo hecho hecho está, por tanto necesariamente ahora deja de tenerla. Está bien recordarlo o sentirlo, pero como algo externo, algo que no condiciona, más bien un algo que pertenece al mundo, no a uno mismo. Un algo universal, como un poema que ya se ha leído muchas veces y que se seguirá leyendo por siempre, un olmo viejo de Machado, la primera guitarra del mesón de los caminos.
Realmente no sabemos nada, no tenemos ni idea de cómo funciona el universo. Si fuéramos por un rato una partícula subatómica sumergida en un entorno cuántico tal vez nos sorprendería advertir que el tiempo fluye al revés, entonces no importaría haber aprendido mal: sabríamos desaprenderlo , distinguiríamos lo que nos conviene. Pero eso por ahora es ciencia ficción. No es ciencia ficción lo que busco, lo que realmente hoy por hoy considero valioso es vivir aprendiendo. Y hacer las cosas a mi manera, no me interesan los moldes impuestos. En cuanto al pasado, ése está muerto, puede servir para jugar recordando, eso sí: jugar es igual de valioso que aprender. Jugar con los recuerdos, así no los perdemos pero tampoco los retenemos. Los recuerdos son importantes, casi reliquias, mientras haya memoria hemos de traerlos de vez en cuando, pero con la finalidad de jugar con ellos, nunca para responsabilizarlos y usarlos como coartada.
Jugar siempre.
Yo aprendo sin olvidarme jamás de jugar, a ser posible como los niños, es decir, sin sentir vergüenza. Es tan importante no sentir esa vergüenza torpe e innecesaria que hasta puede que su ausencia sea el verdadero fundamento de la libertad, no me parece una idea descabellada. Los niños lo consiguen, lo hacen de fábula, es su deber y su derecho. Los que ya no somos niños, si sabemos hacerlo bien, vivimos, aprendemos y jugamos. Enloquecemos por un rato, nos contagiamos las risas unos a otros. Juntos nos disfrazamos, sin sentir apuro alguno, para ser otro sin dejar de ser uno, para tantear cómo son otras verdades.
Creo, más bien estoy segura, de que esto realmente funciona así. Cada uno con su ingrediente, sea compasión, lucha ética, indiferencia hacia ese tipo malintencionado, amor romántico o espontaneidad. Cada cual con sus cosas, dejándose llevar sin que nunca importe el que dirán, sólo el qué diré yo. Reírse mucho, desde el abdomen, sin forzarse; y cantar desafinando, y decir lo que se siente, sin tapujos, llorar en público, abrazarte a la perrita y besarla en el hocico, tocar el violín sin adornar la melodía con vibrato, hacer todo lo que yo quiero siempre que no dañe. Y hacerlo con la única premisa que nos hace libres: no sentir vergüenza.
Ponte un uniforme de bombero, de policía, de enfermera, de médica -sólo una bata blanca y un fonendo, es fácil-, de fontanero, de controlador aéreo, de sacerdotisa, de cristalero. Y observa cómo te miran estupefactos. ¿Te divierte jugar, reír? Pues que nada te importe un carajo: simplemente hazlo. La vergüenza puede que no sea sino un estado de conciencia equivocado y tremendamente boicoteador además del mayor obstáculo para seguir aprendiendo y evolucionando. Que piensen los que les apetezca, y punto. Yo estoy aquí, me divierto, río en voz alta y aprendo algo nuevo. Como nos dijo Freddy Mercury poco antes de irse: I feel good, I feel right, nobody’s gonna stop me now. Don`t even try.