Soy amante de las películas de Disney. Crecí con la idea romántica de encontrar a mi príncipe azul para vivir felices por el resto de nuestras vidas y ser siempre defendida y protegida por el hombre en armadura. Por otro lado, en mi época de adolescencia, la tía “solterona” o la amiga de la familia sin marido, era un motivo de crítica o preocupación (“qué tristeza, la pobre se va a quedar sola hasta su final”) y lo peor es que le atribuían su amargura a este hecho. Nos han enseñado a temer a la soledad, a huir del “estar solo” y sobre todo, a dejar en manos de otros la gran responsabilidad de nuestra propia felicidad.
Después de muchos años compartiendo mi vida con una persona increíble, a quien le confiaba incluso mis propias decisiones y de quien dependía emocional y, en ocasiones, económicamente, me encontré ante una encrucijada inesperada. Hace unos meses, y después de recibir miles de señales de la vida, tomé la difícil decisión de seguir mi propio camino sin ese soporte que pensé era el único que me mantenía a flote, y me encontré enfrentando una realidad que había evitado durante mucho tiempo: la de mi propia compañía.
El comienzo de esta travesía solitaria coincidió con un nuevo reto profesional y una intensa dedicación laboral que absorbía mis pensamientos, energía e incluso mi tristeza. Sin embargo, el desafío más abrumador se presentaba los fines de semana y tiempos libres, cuando me hallaba sola en mi nuevo espacio, que aún no me atrevía a llamar hogar debido a su falta de personalidad y calidez. Sin duda, estos momentos se convirtieron en una prueba de resistencia emocional, un período oscuro y lleno de incertidumbre.
Durante las primeras semanas, busqué formas de anestesiar el dolor y la tristeza para evitar enfrentar el duelo. Así que trabajaba hasta que el cansancio me venciera en la cama, aprovechaba mis días libres para recorrer mi nuevo vecindario sin disfrutar la vista, organizaba mi agenda, respondía correos o cualquier excusa que me mantuviera ocupada y el dolor a distancia.
Sin embargo, el punto de inflexión llegó una tarde y de la forma más “banal” que he experimentado en mi vida: al enfrentarme a la tarea aparentemente simple de doblar una sábana. Hasta hace poco, esta tarea había sido resuelta con la ayuda de otra persona. Pero esta vez, no había nadie al otro extremo para ayudarme a doblarla decentemente. En ese momento, la realidad se hizo evidente: la soledad se había convertido ahora en mi “sustento”, aquella que no tenía manos, pies ni un cuerpo en el cual apoyarme.
Me detuve unos instantes para darme cuenta de que esta situación me obligó violentamente a despertarme completamente de ese trance en el que había estado sumida hasta ese entonces. La sensación de vacío, pesadez y tristeza que experimenté fue desalentadora. Aunque siempre fui una persona sensible, nunca me resultó fácil llorar, pero algo en mí se desató y, después de varios minutos con las lágrimas nublando mi vista, reuní el valor y el instinto de supervivencia necesarios para arreglármela sola y enfrentarme a la tarea de doblar esa sábana por mi propia cuenta: la extendí en la cama, doblé las puntas hacia adentro y comencé a ir de un lado a otro para emparejar los dobleces hasta lograr el cometido. Me resultó increíble y a la vez absurdo cómo una situación tan simple y cotidiana me había confrontado tanto con mi propia vulnerabilidad.
Después de varios meses, este difícil proceso me ha enseñado que la soledad no se trata únicamente de la ausencia de otros, sino un desafío personal que requiere disciplina y autoaceptación. Aunque enfrentar esta nueva realidad ha sido extremadamente revelador, también me ha brindado la oportunidad de redescubrirme y construir mi vida con mi única compañía.
Ahora, esta es mi nueva realidad, mi versión transformada y aún sigo descubriendo cómo hacerle frente a este nuevo estilo de vida. Todavía no tengo todo resuelto y con seguridad me seguirá tomando un buen tiempo descubrir miles de cosas que la soledad lleva consigo. Por el momento, estas son algunas conclusiones y lecciones que hasta ahora me ha dejado esta gran maestra y tal vez, solo tal vez, algún día te pueda servir de algo:
- Permítete sentir incómod@ con la soledad; con el tiempo, como con cualquier otro cambio, aprenderás a sortearla. Confía en el proceso.
- Siente el dolor, vive el duelo. Mientras más lo ignores, lo anestesies o reprimas, más tiempo tardará en sanar. Llora, grita, pelea contra el mundo si así lo sientes, pero no te quedes ahí; siéntelo y suéltalo. Esto también pasará.
- Te sentirás sol@ en la medida que tú lo permitas. No todo el mundo ha pasado por esta situación, y muchas personas de tu círculo social se alejarán; algunas de ellas simplemente lo harán porque no saben cómo estar para ti y acompañarte en este proceso. Diles cómo te sientes y de qué forma te gustaría que te apoyaran. Muchas veces, con solo tener a alguien quien nos escuche es más que suficiente. Busca ayuda profesional, también te puede servir en gran medida.
- Escucha consejos y toma lo mejor de ellos, lo que más conecte contigo y tu forma de ser, pero no dejes de escucharte. Confía en tu instinto y en tu propia voz. La única persona que sabe cómo sobrellevarlo eres tú.
- Invítate a salir, haz planes contigo mism@, date mucho cariño, haz aquello que has estado postergando, sé tu propia prioridad.
Te darás cuenta de lo buena compañía que eres y, sobre todo, confía en que, en algún momento, encontrarás la mejor forma de doblar la sábana por tu propia cuenta.