La psicología clínica que se va imponiendo mundialmente busca tratamientos rápidos, efectistas, centrados básicamente en la desaparición de síntomas y en la pronta reincorporación del sujeto padeciente a la normalidad convencional, con una fuerte presencia de la ideología biomédica y psiquiátrica apoyada en la “rigurosidad” de las neurociencias. Planteos como el psicoanálisis, que buscan desentrañar causas profundas de las afecciones, para lo que se hacen necesarios tratamientos en general prolongados, ocupan un lugar marginal, sin que se vislumbre la posibilidad de su crecimiento. Las políticas públicas de salud mental se muestran psiquiatrizadas y no ponen el acento en la prevención, entendida como la posibilidad de hablar de los problemas, rompiendo mitos y prejuicios (única “prevención” posible en el campo de la salud mental, dado que no se puede prevenir el conflicto, el malestar intrínseco a la condición humana). La psicología, en términos generales, es arrastrada por esta tendencia a la dulcificación, a ser una “técnica de readaptación”.

Tal como van las cosas, todo indica que la psicología, aún con una dispersión enorme de escuelas y tendencias tal como se da hoy día, se encamina cada vez más a ser una técnica a) de reeducación/adaptación (en lo individual): coaching, autoayuda, consejería, fomento de la resiliencia, o b) de manejo de multitudes en los ámbitos sociales como la publicidad, la formación de opinión pública y el desarrollo de neuroarmas (armas que sirven para influir directamente sobre la conducta humana a través de la alteración de funciones del sistema nervioso central, manipulando procesos cognitivos y emocionales, influyendo abiertamente sobre ciertas capacidades humanas tales como la percepción, el razonamiento, los valores éticos o la tolerancia al dolor), o c) un mecanismo de control del personal asalariado, dándose el ampuloso nombre de “organizacional” (los trabajadores pasan a ser “colaboradores” de la gran familia empresarial).

La tendencia general de la psicología no parece estar sirviendo para ninguna liberación, sino para profundizar la opresión. Ojalá esta ciencia, o práctica, sirviera para ayudar a producir emancipaciones en el ámbito humano; de todos modos, como vemos que van las cosas en este campo, eso no parece muy posible. Los procesos de liberación social siguen pasando indefectiblemente por la práctica política. El psicoanálisis, que guarda relación con el materialismo histórico en tanto pone el acento en la “alienación”, en el “no ser dueño en la propia casa” (eso es el inconsciente) y, por tanto, en un llamado a la “liberación” de ataduras, no está precisamente en expansión, como sí sucede con las técnicas de adaptación (de raigambre estadounidense en lo fundamental). Las neurociencias y las terapias cortas van invadiendo todo. Los seguros de salud no cubren tratamientos largos; el psicoanálisis, en esa perspectiva, puede quedar como un cierto “lujo” para determinados sectores sociales.

El psicoanálisis surgió con el siglo XX, justo cuando las preocupaciones por la conducta humana, por la subjetividad, por la forma anímica de ser que tenemos, comenzaban a constituirse en objeto de estudio con la pretensión de erigirse como ciencia. En el medio del laboratorio experimental de Wilhelm Wundt, en Leipzig, Alemania, de los perros de experimentación de Iván Pavlov en Rusia y de las ratas de John Watson en sus laberintos, en Estados Unidos, surge en Viena, Austria, la figura de un médico, Sigmund Freud, que instaura algo totalmente novedoso: el psicoanálisis.

No quedan dudas de que esa genial formulación —que podría resumirse como el descubrimiento del inconsciente, en tanto una escena en la dinámica humana que va más allá de la conciencia, de la voluntad racional— inaugura una visión completamente novedosa del sujeto humano, de su forma de actuar, de sus motivaciones más profundas. Esa formulación, que abre una nueva forma de concebir nuestra subjetividad, posibilita al mismo tiempo una nueva forma de actuar en términos de clínica. Es decir: cuestiona la psicopatología del momento, derrumbando la visión biológica que primaba, así como la noción de yo racional que dominó todo Occidente desde Aristóteles hasta ese entonces.

“Nadie es dueño en su propia casa” (Freud: 1992, p. 135), dirá el creador del psicoanálisis, subvirtiendo de ese modo lo que se tenía por certezas incuestionables: la razón, la voluntad, la conciencia. No somos lo que simplemente queremos ser, sino, por el contrario, lo que nuestros límites nos permiten ser. “Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla” (Lacan: 1975).

La certeza de ser los dueños de nosotros mismos, de decidir voluntariamente nuestra vida, cae a partir de esta nueva cosmovisión que trae el psicoanálisis. La certeza se convierte en duda, se problematizan las ilusiones de seguridad que ofrece la razón. De ese modo, esta visión novedosa que echa por tierra una larga concepción racionalista para el trabajo clínico choca con una posición que no puede ir más allá de la psicología de la conciencia. No es infrecuente encontrarse —cuando no se trabaja con esquemas psicoanalíticos— con recomendaciones y consejos por parte del terapeuta que apelan a la “buena voluntad”: “ponga de su parte”, “deje atrás el pasado”, “sea positivo y mire el futuro”. Sin mencionar intervenciones que llegan al colmo de indicar que “el primer y mejor psicólogo es Dios”. De ahí a “dar terapia” Biblia en mano, un paso.

La clínica que abre el psicoanálisis va por un camino radicalmente distinto: se trata de ayudar al paciente a poder recuperar su historia, a hacerse cargo de eso que está inconsciente y se expresa a través de síntomas, angustia, inhibiciones, rasgos de carácter y formaciones que no se pueden manejar conscientemente. En palabras de Freud:

El objetivo del tratamiento es suprimir las amnesias. Una vez cegadas todas las lagunas de la memoria y aclarados todos los misteriosos afectos de la vida psíquica, se hace imposible la persistencia de la enfermedad e incluso todo nuevo brote de la misma. Puede decirse también que el fin perseguido es el de destruir todas las represiones, pues el estado psíquico resultante es el mismo que el obtenido una vez resueltas todas las amnesias. Empleando una fórmula más amplia; puede decirse también que se trata de hacer accesible a la consciencia lo inconsciente, lo cual se logra con el vencimiento de la resistencia.

(Freud:1991, p. 130)

“Hacer consciente lo inconsciente venciendo la resistencia”, ese es el núcleo del abordaje psicoanalítico. Eso, que parece relativamente sencillo dicho así, implica un enorme trabajo que va contra la ilusión de ser dueño de mi propio destino, y que denuncia la incompletud siempre presente en la dinámica humana. En otros términos: en la clínica psicoanalítica se trabaja sobre los límites, sobre aquello que no se puede, sobre lo que falta y de lo que, justamente, no queremos saber nada.

¿Y qué falta? Nuestra misma constitución como sujetos nos confronta con eso: toda la elaboración teórica desarrollada por Freud, luego complementada por Lacan, nos da cuenta de lo que somos: seres incompletos, finitos (“castrados”), que fuimos separados del seno materno para incorporarnos en un mundo simbólico que, al establecer la ley humana (la prohibición de algo), nos construye más tarde como sujetos independientes, con una identidad sexual determinada (que no elegimos voluntariamente, sino que es producto de esa historia subjetiva, única e irrepetible) y que, al pasar por esa “castración simbólica” (siempre falta algo, por eso siempre estamos deseando un objeto que colme esa falta, pero que nunca se encuentra), nos coloca en una posición subjetiva determinada (contrariando la interminable clasificación psiquiátrica clásica, hoy con más de 200 “cuadros” psicopatológicos): entramos al mundo simbólico llamado normal (neurosis, la inmensa mayoría de la población), no entramos (psicosis) o entramos a medias (perversión).

Sin dudas, lo que promueve el psicoanálisis rompe la lógica tradicional (la ilusión de ser racionalmente dueños de nuestras decisiones básicas en la vida), abriendo un cuestionamiento a la ética (la normalidad es una cuestión de consenso social), poniendo en el centro de la teoría y la práctica el conflicto como motor de lo humano, propiciando una crítica a los conceptos de autoestima y resiliencia, al yo dominador de la escena y a la engañosa idea de que “si uno quiere, puede”. En síntesis: en términos emocionales, no somos lo que somos por una pura decisión ni por ninguna carga genética, por un instinto preformado que nos decide la vida. Somos lo que somos porque otros lo han querido, nos han modelado, tanto en el plano subjetivo como en lo macro, en lo económico-social, político e ideológico-cultural.

Psicoanálisis ¿peligroso?

Dado que el psicoanálisis pareciera levantar “la tapa de los infiernos”, para mucha gente se torna algo —o bastante— insoportable. Más aún: peligroso. Denunciar nuestras flaquezas, ponerlas en evidencia en el orden de nuestra constitución como sujetos, hacer patente lo aterrador que nos resultan los límites, la incompletud, es algo que la “buena conciencia” no tolera. Junto a ello, la visión que instaura en relación a la sexualidad, descentrándola de su pura función biológico-reproductiva y mostrando que las acciones del “perverso polimorfo” que es el niño se mantienen como parte de la actividad adulta llamada normal, todo eso constituye una afrenta a la moral, a lo considerado ya establecido y aceptado.

Es sabido que no siempre se cumple la imperiosa necesidad de quienes se dedicarán a la práctica clínica del psicoanálisis —para poder procesar adecuadamente su castración— de haber pasado previamente por un análisis personal. Así no se ejerza el psicoanálisis, es siempre recomendable (¿imprescindible?), para quien trabaja con la subjetividad de un paciente, tener claros los propios límites; lo contrario autoriza —equivocadamente, por supuesto— a sentirse en condiciones de aconsejar, decidir lo que un paciente “debe” hacer, sentirse que el terapeuta, desde un discurso-amo, sabe sobre la historia personal de quien consulta y puede, al modo médico, indicar qué camino tomar como el más “correcto”.

Es ese temor a enfrentarse con los propios límites el que lleva a defenestrar el psicoanálisis. Siguiendo a Daniel Gerber, podemos decir que:

El psicoanálisis no promete ni puede prometer armonía alguna entre y para los hombres. Solo le cabe alertar acerca de la inevitabilidad de una discordia eterna, de un malestar insalvable que, por una parte, es inherente a la cultura y lo atormenta, pero que, por otra, es motor fundamental de ella, de su posibilidad de vivir y sobrevivir, riesgosamente, siempre más o menos próxima al límite de su autodestrucción. Pero la reacción es comprensible: la cultura no puede sobrevivir sin ilusiones, los hombres necesitan creer imperiosamente en un futuro venturoso, que los libere de las privaciones del presente.

(Gerber: 2012, p. 2)

Se entiende, entonces, que no entra con facilidad en los programas de estudio de la academia. En todo caso, muchas veces por los mismos catedráticos es atacado, denigrado, vilipendiado. En otros términos: es temido. Ese temor lleva a que no se lo conozca realmente, no se lo estudie en profundidad. Muchos catedráticos invitan a desconocerlo —o peor aún: a despreciarlo— sin haber leído nunca un texto completo de Freud. Cunden los prejuicios. Y no olvidar que “es más fácil destruir un átomo que un prejuicio”, según dijera Einstein.

Entre los muchos prejuicios que existen al respecto, pueden indicarse al menos estos:

  1. Es una teoría superada
  2. No es científico, no pasa de charlatanería
  3. Es individualista, sin preocupación por lo social
  4. Constituye una teoría importada, eurocéntrica, inaplicable en otros contextos
  5. Es un tratamiento sumamente largo y caro
  6. Se puede hacer solo con diván
  7. Es aplicable solo para cierto público (con un nivel de instrucción alto)
  8. Es una visión pansexualista

Veámoslos uno por uno:

1. Es una teoría superada

Estamos ahí ante una ilusión. Lo descubierto por el psicoanálisis es una verdad incontrastable. La estructura psicológica del sujeto, de momento, no ha tenido una explicación más profunda y explicativa que la propuesta por el psicoanálisis freudiano. Las diversas escuelas psicológicas existentes, sin hacer uso del concepto de inconsciente, en general, no van más allá de una descripción de conductas. Desde una visión tecnocrática —la que hoy se impone crecientemente en el mundo—, llega a decirse que todas esas “elucubraciones” de Freud han sido superadas por abordajes “científicos” más estrictos, rigurosos y mensurables. Para ello: ahí están las neurociencias. Aunque no olvidar, como dice Nora Merlín, que:

Debe considerarse que la investigación sobre el cerebro puede funcionar como una renovada oferta de espejitos de colores. Las neurociencias son un conjunto de disciplinas que estudian la estructura, la función y las patologías del sistema nervioso, pretendiendo establecer las bases biológicas que explican la conducta y el padecimiento mental. (…) Las neurociencias implican el triunfo de la medicalización, del paradigma positivista y de la investigación técnica desligada de los efectos políticos y subjetivos de vivir con otros. Supone el negocio de los laboratorios y el triunfo de la colonización neoliberal que produce psicología de masas, donde el sujeto se reduce a ser un objeto de experimentación manipulado, cuantificado y disciplinado.

(Merlín: 2020, p. 10)

Lo descubierto por el psicoanálisis —que “nadie es dueño en su propia casa”—, aunque intenten negárselo, sigue siendo una verdad imperecedera, dolorosa sin dudas, pero tremendamente acertada.

2. No es científico, no pasa de charlatanería

Esto puede decirse a partir de una epistemología que confunde ciencia (formulación de conceptos fundamentales) con tecnología (ciencia aplicada, observación en el laboratorio). El positivismo, donde se inscribe el grueso de la psicología actual no psicoanalítica, mantiene una fe mesiánica en la medición. Si la “mente”, si los conceptos que utiliza el psicoanálisis (inconsciente, pulsión, Edipo, falo, castración, narcisismo, etc.) para explicar el desenvolvimiento psíquico no se pueden medir en laboratorio con métodos rigurosos, entonces… no son ciencia. Si no hay “hechos” empíricamente constatables, estaríamos ante pseudociencias, según esa sesgada visión. Pero no hay que confundirse; siguiendo a Heidegger:

La grandeza y la superioridad de la ciencia natural en los siglos XVI y XVII depende de que aquellos investigadores [Galileo Galilei, Evangelista Torricelli, Tycho Brahe, Nicolás Copérnico, Isaac Newton] eran todos filósofos; entendían que no hay meros hechos, sino que un hecho lo es sólo a la luz de un concepto fundado y, en cada caso, según el alcance de una tal fundamentación. La característica del positivismo en el que estamos insertos desde hace decenios -y ahora más que nunca- es pensar, en cambio, que puede arreglárselas sólo con hechos y más hechos, mientras que los conceptos son únicamente un recurso de emergencia que de algún modo se hacen necesarios, pero con los cuales uno no debe entretenerse demasiado, pues eso sería filosofía.

(Heidegger: 2009, p. 73)

El ideal de esta visión de ciencia —pretendidamente rigurosa, infalible— sigue siendo el conductismo; hoy, en su versión corregida y aumentada dada por las neurociencias. Lo que no entra en ese modelo: todas las ciencias sociales, por ejemplo, serían entonces charlatanería, saberes desechables, meras opiniones sin fundamento.

3. Es individualista, sin preocupación por lo social

El psicoanálisis, a diferencia de cierta psicología de raigambre biologista —como la mayoría de prácticas que se enseñan hoy día— es eminentemente social. Aquello de psicología “individual” es un mito. Eso no existe ¡ni puede existir!, porque no hay “individuo” aislado. Todo lo humano es siempre, forzosamente, social.

En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.

(Freud: 1991, p. 67)

Esto es lo que dice Freud en su obra Psicología de las masas y análisis del yo. Es una falsa dicotomía aquello de “individual” versus “social”, utilizada para este caso como una forma de denigración del psicoanálisis, intentando hacerlo pasar como despreocupado del contexto histórico-social. No hay psicología que no sea social.

4. Constituye una teoría importada, eurocéntrica, inaplicable en otros contextos

Las formulaciones científicas, es decir: los conceptos fundamentales que inauguran una práctica, sus leyes básicas (gravedad, inercia, acción y reacción, en física, por ejemplo; o presión parcial o conservación de la masa, en química; leyes —o propiedades— conmutativa, asociativa y distributiva, en matemáticas, etc.) pretenden universalidad. Es decir: son válidas y operativas más allá de circunstancias relativas: medio cultural, momento histórico, juegos de poder en que se enmarcan. En las llamadas ciencias naturales eso es rigurosamente así, no admitiendo discusión. El sujeto cognoscente no está directamente involucrado en el acto científico. La fórmula química del agua, por ejemplo, H2O, es igual en cualquier circunstancia; pero el acceso a la misma —150 litros diarios para un ciudadano estadounidense, 2 litros diarios para uno del África subsahariana—, tema de la sociología o de la politología, nos posiciona obligadamente como sujetos, nos obliga a tomar partido. No existe ahí la distancia con el objeto estudiado, el no involucramiento que requieren las ciencias naturales, que justamente por eso son llamadas “exactas”.

Por el contrario, en las ciencias sociales —entre las que se inscribe el psicoanálisis— hay un compromiso inevitable del sujeto, porque las verdades en juego no son externas al mismo. Hablar de sexualidad o, en otro ámbito, de juegos de poder, no excluye a quien hace ciencia, porque todos estamos atravesados por esas determinaciones. Ahora bien: decir que esos conceptos (inconsciente, por ejemplo, o lengua y habla en la semiótica, o lucha de clases en el materialismo histórico) tienen bandería nacional o cultural es incorrecto. Esas formulaciones no se aplican solo a un contexto sociohistórico determinado; al igual que en las ciencias naturales, buscan ser universales. ¿Acaso el inconsciente o la lucha de clases tienen lugar solo en Europa, y no aplican en tierra latinoamericana o africana? Estamos aquí, en todo caso, ante un fenomenal prejuicio que intenta invalidar una verdad “dolorosa”. A nadie se lo ocurre que, por ejemplo, el álgebra, originada en Babilonia y desarrollada luego por los árabes, no sirve en el Congo o en Haití, porque vendría de otro contexto cultural. O que la química, al haber sido sistematizada por un ruso como Dmitri Mendeleiev, no es pertinente en suelo centroamericano o en Australia. Obviamente, ¡un absurdo!

Sin negar en modo alguno que existe imperialismo cultural, eurocentrismo expandido por buena parte del globo, ¿por qué el psicoanálisis, surgido en la Viena imperial, donde actuó Freud, sería inaplicable en otro contexto sociocultural, pero sí sería pertinente la escuela cognitivo-conductual, de raíz estadounidense, tal como tiende a utilizarse en cada vez más países?

5. Es un tratamiento sumamente largo y caro

La psicología actual, no psicoanalítica, acorde con el sistema capitalista que vivimos donde la velocidad cuenta, y cuenta mucho —time is money—, apunta a respuestas rápidas y efectivas. Los seguros de salud que cubren los tratamientos —al menos en el norte próspero— no desean pagar por largos períodos un proceso psicoterapéutico. De ahí que se busquen intervenciones cortas, puntuales, de pocas sesiones. El psicoanálisis se mueve a otro ritmo: es cierto que se pueden dar tratamientos cortos muy certeros, pero esa no es la norma. En general, desandar la propia historia subjetiva toma tiempo, a veces años. ¿Acaso eso es un límite? ¿Acaso eso justifica su denigración? Muchos tratamientos médicos son largos, algunos crónicos, molestos para quien los recibe, implicando a veces varias horas diarias de duración (la hemodiálisis, por ejemplo), pero no se los estigmatiza. ¿Por qué al psicoanálisis sí? ¿Solo podemos confiar en tratamientos psicológicos de pocas consultas? ¿Por qué? No hay ahí ninguna razón científica de peso, sino un prejuicio —o interés— económico.

Se dice igualmente, como un modo de atacarlo, que es muy caro. ¡Falacia! Como toda prestación en salud, eso depende de la ideología de quien la practica. En numerosos lugares se desarrolla el psicoanálisis a muy bajo costo, o gratis. Y ello no restringe la calidad profesional del servicio ofrecido. No debe olvidarse nunca que Sigmund Freud atendió también muchos pacientes en forma gratuita en la fundación judía B’nai B’rith (literalmente, en hebreo: hijos de la alianza, o hijos de la luz), asociación filantrópica sin fines de lucro que cuenta con numerosas filiales en distintas partes del mundo. Es caro si quien lo ejerce desea cobrar muy cara su hora de trabajo. Eso, dicho casi despectivamente, en modo alguno puede ser un argumento de peso para invalidarlo.

6. Se puede hacer solo con diván

Otro mito, y como todo mito: insostenible. Solo se puede repetir y creerlo (tal como son los mitos “Creo porque es absurdo”, dijo el teólogo Tertuliano en el siglo III). Si se lo analiza, se derrumba como construcción simbólica. ¿Quién dijo que no se puede hacer de otra forma, cara a cara, sentados en una cafetería, sentados en un tronco de árbol en una comunidad rural, por medio de videollamadas tal como la pandemia de Covid-19 disparó?

Debemos tener siempre presente, para no extraviarnos en lo que decimos, que el psicoanálisis es un cuerpo teórico que habilita una práctica clínica determinada. Para que esa práctica clínica obre resultados, es preciso que se instaure transferencia, esa relación de empatía tan particular que se establece entre analista y analizado. A partir de allí puede haber acto analítico (cura en sentido clínico), sin importar las circunstancias anecdóticas de cómo se haga: con o sin diván, en forma virtual, arriba de un vehículo. ¿Por qué no podría haber efectos psicoanalíticos con los síntomas o la angustia de quien consulta en, por ejemplo, una modesta casa en una aldea campesina donde alguien habla y otro, el analista, escucha e interviene? ¿O sentados en una piedra o un tronco de árbol? Por supuesto que es más cómodo estar sentados en un sillón, pero eso no deja de ser un mero dato anecdótico.

Como un ejemplo aleccionador de cómo funciona la asociación libre, valga citar el capítulo 1 (Olvido de nombres propios), de la obra Psicopatología de la vida cotidiana, de Freud, donde puede apreciarse un muy rico proceso de desciframiento de deseos inconscientes... arriba de un tren en marcha.

7. Es aplicable solo para cierto público (con un nivel de instrucción alto)

He aquí un prejuicio descalificante, pero no para el psicoanálisis, sino para quien formula esta aseveración. Ningún tratamiento, ni médico, ni odontológico ni psicológico, amerita un determinado nivel de instrucción de quien lo toma. Mucho menos, un nivel “alto”. El psicoanálisis consiste en hablar, hablar libremente. Eso, cualquier ser humano que hable puede hacerlo, en cualquier parte del mundo y en cualquier idioma; no hay ninguna necesidad allí de erudición, formación académica, posgrados o cosas por el estilo. ¿Cómo se hace el psicoanálisis? Lo dirá Freud:

[Se] invita a los pacientes a comunicar todo aquello que acuda a su pensamiento, aunque lo juzgue secundario, impertinente o incoherente. Pero, sobre todo, se exige que no excluyan de la comunicación ninguna idea ni ocurrencia por parecerles vergonzosa o penosa su confesión.

(Freud: 1992, p. 132)

¿Acaso solo la gente “muy educada”, con alto nivel de instrucción formal, puede hablar de sus cuitas? Eso es insostenible.

8. Es una visión pansexualista

Llegamos aquí al prejuicio más extendido, más invalidante, demostrativo más claramente que ningún otro de que, quien lo expresa es quien menos ha leído —y entendido— la teoría psicoanalítica.

Para Freud, y para todos los psicoanalistas posteriores, la sexualidad juega un papel básico en la dinámica humana. La misma no es, como el sentido común y la tradición médica la entienden, solo una cuestión biológica. No hay en los humanos un pretendido instinto que lleva a machos y hembras de la especie a aparearse para procrear. Eso puede suceder, pero no define la sexualidad.

La sexualidad, al igual que la muerte, nos evidencia la incompletud fundante de la experiencia humana. De la muerte nada podemos decir más que esperarla: es el límite absoluto. La sexualidad, del mismo modo —pero por otros medios—, nos confronta con los límites, con lo que falta: la constatación de la diferencia sexual anatómica (varones y mujeres, pene y vagina) patentiza que no somos completos, que siempre falta algo. Pero al humano no le falta nada corporalmente en la realidad: ni a la niña le falta pene ni al niño le falta vagina. Es una falta simbólica, producto del paso por ese núcleo fundante de la primera infancia que es el complejo de Edipo, que nos hace ver, luego de la separación del seno materno por la ley encarnada en la figura del padre, que siempre existe una carencia. Carencia que, irremediablemente, no se colma con ningún objeto específico. He ahí la raíz del deseo: buscamos infinitamente (deseamos) algo que nos haga sentir completos, pero que ningún objeto real podrá cumplir.

La sexualidad humana, que no está regida por el instinto (pretendida búsqueda de la reproducción: la sexualidad es búsqueda de placer, y cualquier cosa puede servir al respecto, alguien del mismo sexo, del sexo contrario, un juguete, un zapato, etc.), se mueve por el deseo, que es siempre deseo “de otra cosa” de “algo más”. Freud en ningún momento puso todo el énfasis de la construcción humana en la sexualidad como elemento único; la misma siempre aparece en contraposición a otra cosa. En la primera formulación de su teoría de las pulsiones, se enfrentan las sexuales con las de autoconservación. En la segunda teoría pulsional, presentada en Más allá del principio del pacer, están en conflicto las pulsiones de vida (que subsumen las sexuales y las de autoconservación) con la pulsión de muerte.

Repetir, seguramente sin saber en detalle qué se está diciendo, que en el psicoanálisis se habla solo de sexualidad es no tener idea de la teoría; y peor aún, escaparle violentamente a la ética que nos abre: que siempre hay límites y con eso debemos convivir.

Conclusión

Los prejuicios son siempre cuestionables. Constituyen frases hechas, lugares comunes que evitan un pensamiento profundo con sentido crítico. Son “juicios previos”, hechos ya por alguien, que ahí están disponibles y evitan profundizar.

Para hablar con propiedad del psicoanálisis lo único pertinente es conocerlo por dentro, estudiarlo, pasar por la experiencia del propio análisis. Me permito cerrar con esta cita del psicoanalista franco-argentino Juan David Nasio:

¡Sí, el psicoanálisis cura! ¿Cómo justificar semejante afirmación? Me he dado cuenta de que mi experiencia clínica y mi reflexión teórica se han enriquecido con el paso de los años y de que los pacientes que manifestaban su gratitud luego de concluido su tratamiento eran cada vez más numerosos. Hoy me digo que puedo y debo confiar plenamente en la eficacia de mi larga y apasionante práctica psicoanalítica que no dejo de conceptualizar, de enseñar y de compartir con otros clínicos. Es esta confianza la que me incita a decirlo, sin vacilar: ¡Sí, el psicoanálisis cura! Evidentemente ningún paciente se cura completamente, y el psicoanálisis, como todo remedio, no cura a todos los pacientes ni cura de manera definitiva. Siempre quedará una parte de sufrimiento, una parte irreductible, inherente a la vida, necesario a la vida. Vivir sin sufrimiento no es vivir.

Es útil destacar que el psicoanálisis, contrariamente a lo que sostienen sus detractores, ha demostrado desde el inicio su indiscutible eficacia para tratar numerosas afecciones: trastornos del humor (depresiones), trastornos ansiosos (fobias), trastornos alimentarios (anorexia, bulimia), trastornos obsesivos y muchas otras patologías que llevan nuestros pacientes a la consulta. La eficacia del psicoanálisis se verifica asimismo en el tratamiento de la depresión del lactante, en el de la neurosis infantil, en la resolución de conflictos familiares, conyugales, o hasta profesionales, sin olvidar el papel de coterapeuta que desempeña el analista en el tratamiento de las neurosis graves y de las psicosis trabajando en colaboración con un psiquiatra que prescribe la medicación. Pero, hagamos una salvedad. Para que el psicoanálisis sea eficaz, es necesario que quien consulta reúna las siguientes características: que sufra, que no soporte más sufrir, que se interrogue sobre las causas de su sufrimiento y que tenga la esperanza de que el profesional que lo va a tratar sabrá cómo librarlo de su tormento.

Una precisión con respecto a la palabra “curar”. Habitualmente “estar curado” significa haber superado una enfermedad. Por supuesto, la mayor parte de nuestros pacientes no están enfermos en el sentido médico del término, sufren por estar en conflicto consigo mismos y con los demás. Justamente, es ese conflicto interior y relacional lo que el psicoanálisis intenta hacer desaparecer. En suma, y desde el punto de vista psicoanalítico, uno está curado cuando consigue amarse tal cual es, cuando llega a ser más tolerante consigo mismo y, por lo tanto, más tolerante con el entorno cercano.

(Juan David Nasio, p. 14-15)

Referencias

Freud, S. (1991). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras completas. Volumen XXII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1991). Psicología de las masas y análisis del yo. En: Obras completas. Volumen XVIII. Amorrortu Editores.
Freud, S. (1992). Una dificultad en psicoanálisis. En: Obras completas. Volumen XVII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Heidegger, M. (2009). La pregunta por la cosa. Madrid: Palamedes Editorial.
Lacan, J. (1974). “La dificultad de vivir”. Revista Panorama, N° 387, (Roma, Italia) del 21 de diciembre de 1974.
Larrauri Olguín, G.; Martínez López, J. (2012). “Sobre psicoanálisis, cultura y comunicación. Entrevista con Daniel Gerber”. Razón y Palabra, N° 79, mayo-julio, Universidad de los Hemisferios. Quito, Ecuador.
Merlín, N. (2020). “Las neurociencias: un intento de colonizar la subjetividad”. En Revista de Psicología Social, N° 4. Guatemala: Liga Guatemalteca de Higiene Mental.
Nasio, J.D. (2017). ¡Sí, el psicoanálisis cura!. Buenos Aires: Paidós.