El 6 de agosto de 1945, a las 08:15, una bomba atómica, la primera de la historia, mató a más de 100.000 personas e hirió de gravedad a otras 100.000 en Hiroshima, una ciudad, entonces, de unos 245.000 habitantes. Muchos de estos heridos murieron en los primeros días. La bomba causó, además, un gran número de enfermedades y marcó a miles de personas por el resto de sus vidas. De los 150 médicos que había en la ciudad, 65 murieron y muchos más estaban heridos; de 1.780 enfermeras, 1.654 murieron o estaban demasiado heridas para trabajar. De 90.000 edificios, 70.000 fueron destruidos. Una enorme cicatriz de 6 km cuadrados se extendía en el centro de la ciudad, donde la famosa estructura de acero del Museo de la Ciencia y de la Industria quedó como uno de los pocos testigos.
¿Pero cómo contar al resto de gente lo que para algunos parecía el fin del mundo? John Hersey lo consiguió, y con gran objetividad a través de la experiencia vital de 6 de los supervivientes. En un estilo directo y sin adornos, Hersey narra lo que estaban haciendo justamente antes de la bomba, el vagar alucinado en los días posteriores a la explosión y la repercusión en las vidas (un último capítulo realizado 40 años después) de una empleada de la Fábrica Oriental de Estaño, de un médico propietario de una clínica privada, de una viuda de un sastre y madre de tres hijos, de un jesuita alemán, de un doctor de la Cruz Roja y de un reverendo protestante.
Publicado primero en la revista The New Yorker en forma de artículo, pronto se convirtió en un texto de referencia para el periodismo de investigación y en un clásico de la literatura de guerra. Se trata de una obra que realmente merece la pena leer y de la que muchos periodistas deberían aprender.
Una increíble delicadeza
Cuatro meses después de que estallara la bomba, en diciembre de 1945, William Shawn editor general de la revista The New Yorker se reúne con John Hersey, corresponsal de la revista Time en Oriente y le transmite su preocupación de que «en todos los millones de palabras que se han escrito sobre la bomba se ha ignorado lo que ocurrió realmente en Hiroshima». Y así fue: entre la marea de datos, los balances, discursos y revisiones éticas, Hersey se decidió a ir en busca del aspecto humano del acontecimiento. Y lo logró. Pero lo más memorable es que, a pesar de estar narrando uno de los capítulos más terribles de la historia, lo hace con calma e increíble delicadeza, captando la ansiedad y el sufrimiento de las personas a las que entrevistó, mostrando incluso las características históricas del momento con una seriedad, imparcialidad y un rigor muy alejado del sensacionalismo que tan tremendo evento pudo incitar.
Truman Capote, autor de A sangre fría, texto pionero en la novela periodística, incluyó a Hersey en lo que denominó «mecanógrafos sudorosos que llenan libras de papel con mensajes sin forma, sin ojos y sin oídos». Pero Hersey no pretendía realizar una novela realista de los hechos y huye de la narración omnisciente. Su conocimiento de la realidad proviene únicamente de la experiencia de los seis supervivientes, distinguiendo siempre lo que sabían en el momento del estallido de lo que supieron después y describiendo los lugares y los ambientes. Además huyó de cualquier intención moralizante. Simplemente dejó escrito con sobriedad, orden y concisión la visión de los hechos desde los inocentes ojos de seis de sus protagonistas.
A pesar de la sencillez el impacto fue impresionante. El 31 de agosto de 1946, Hiroshima, de John Hersey ocupó toda la extensión de The New Yorker. Era la primera vez que la revista dedicaba todo su espacio a un solo artículo. Shawn se justificaba así: «lo hacemos en la convicción de que pocos de nosotros hemos comprendido aún el poder destructivo casi increíble de este arma, y de que todos haríamos bien en dedicar un tiempo a reflexionar sobre las terribles implicaciones de su uso».
Todo un éxito
La revista se agotó inmediatamente, el texto se leyó por la radio estadounidense y fue reseñado por revistas y periódicos de todo el mundo. Pocos meses después fue publicado en forma de libro y traducido en muchos idiomas. Hoy en día ya es una convención de que Hiroshima es el mejor reportaje escrito jamás por un americano. Y todo ello lo consiguió mecanografiando únicamente los movimientos de cuatro hombres y dos mujeres perplejos por vivir.
«El periodista no debe inventar. Cualquier periodista conoce la diferencia entre la distorsión que viene de restar los datos observados y la distorsión que viene de inventar datos. En el momento en que el lector sospecha adiciones, la tierra comienza a temblar debajo de sus pies: es aterrador el hecho de que no hay manera de saber lo que es verdadero y lo que no lo es».
(John Hersey)