Si no tienes una historia que consideres lo suficientemente interesante, o importante, como para plasmar eternamente en palabras, siempre puedes inventártela.
Puedes imaginar una cruel historia sobre desamor, o sobre desesperanza. Puedes escribir sobre la vida y sobre la muerte. Sobre las gotas de lluvia que repiquetean en el cristal creando una melancólica melodía. Puedes hablar en tinta negra sobre el sol, que amanece amenazando al paisaje con sus rayos. Amenaza a la oscuridad. Amenaza a la luna, con apagarla. A las lágrimas, con secarlas.
Puedes escribir también, por qué no, sobre las mismísimas palabras, tan frágiles y relativas. Puedes poner en duda su sentido, su significado, su valor. Puedes convertirlas en dulces sueños o en tormentosas pesadillas, qué más da. Al final siempre dices la verdad mintiendo.
Mientes con cada historia que inventas para definirte, para conocerte, para comprenderte. Mientes con cada palabra que piensas antes de decir, con cada letra que tragas por no pronunciar lo que sientes. Mientes como mecanismo de ocultación, para preservar tu identidad. Mientes para decir la verdad.
Pero hoy no quieren salir, tus mentiras. Tal vez quieran ser vomitadas, tus ideas, enlazadas con alambre de espino a tu rabia, en una expresión perfecta de dolor. A lo mejor quieren quedarse dentro, infectándose, envenenándote, como colmillos de vampiro que inyectan en tu sangre todo su sufrimiento. Tal vez quieran morir, y matarte con ellas. Tal vez quieran vivir, y librarte de ellas.
La sensación que te inunda es muda, pero poderosa. Sutil, pero enfermiza. A lo mejor está todo en tu cabeza, quién sabe. Pero tu cabeza se alimenta del exterior, sin poder desvincularse de la realidad aunque viva constantemente fuera de ella. Y tu realidad es gris, cargada de una angustiosa sensación de caída, como si te precipitases eternamente a un negro pozo sin fondo. Caer incesantemente mientras todo lo que forma parte de tu vida, de tus vidas, se va haciendo borroso y se desvanece también en la oscuridad.
¿Lágrimas? Llega un momento en que la presión es tan fuerte que ni siquiera te quedan fuerzas para llorar. ¿Gritos? Llega un punto en el que estás tan cansada de escupir aullidos de ayuda, sin respuesta, que no te queda voz para gritar.
El tiempo se extingue, se filtra entre tus dedos, se escapa entre tus suspiros. Los fugaces segundos te rozan al pasar, convirtiéndose acto seguido en pasado. Y sientes que luchas constantemente intentando detenerlos, sientes que pierdes una y otra vez contra la melancolía del recuerdo. Todo en la vida es una batalla. La paz, una ilusión, al igual que el silencio o el amor.