Las recientes elecciones en Chile, de parlamentarios y presidente, fueron de sorpresa en sorpresa. Salvo el impecable proceso eleccionario en sí, de resultados conocidos apenas un par de horas después de terminadas las votaciones y aceptados por todos los participantes; mientras el presidente electo, de la coalición opuesta a la del Gobierno, fue de inmediato saludado por quien fue su adversario, y luego por la presidente en ejercicio, con quien, como es de tradición en el país desde que se restableció la democracia, se reunió a primera hora del día siguiente para coordinar el inicio de la transferencia de Gobierno dentro de tres meses...
En la elección de parlamentarios fueron derrotados distintos personeros de prolongada trayectoria, emergieron nuevas caras en todos los sectores, y una nueva coalición, el Frente Amplio, con un significativo número de diputados y un senador, quedando claro que hay en curso una renovación del personal político, mayoritariamente formado hasta ahora por representantes provenientes de la República anterior, la que terminó con el golpe de Estado, hace ya... cuarenta y cuatro años; proceso que, por lo demás, había quedado de manifiesto previamente, en particular con el inesperado surgimiento de la candidatura de Guillier, como una candidatura ciudadana antes que de partidos, la elección del nuevo comité central del Partido Socialista y la deposición de la candidatura presidencial del expresidente Ricardo Lagos.
Antes de la primera vuelta de la elección presidencial, todos los pronósticos de encuestas, analistas y del propio comando del candidato que ganó, auguraban no sólo su triunfo, sino que sería por amplia mayoría, por sobre el 40% de los votos, y tal vez incluso por mayoría absoluta; ganó con poco más del 35%. Por el contrario, se presumía que Sánchez, la candidata del Frente Amplio, tendría cuando más entre un 10 y un 12%; obtuvo más del 20%, poco menos que Guillier, el principal representante de la coalición de gobierno, quien terminó segundo. Se observó entonces que la votación sumada, por una parte de los dos candidatos de la derecha y, por otra, la de los demás candidatos de la primera vuelta, seis incluido Guillier, sería casi exactamente la misma del plebiscito que puso término a la dictadura de Pinochet y repetida después en algunas segundas vueltas de elecciones anteriores: 45% la derecha y 55% la centro izquierda; y se pensó que en la segunda vuelta la participación difícilmente aumentaría, pero que, si aumentaba, sería favorable a Guillier. Pues bien, ocurrió todo lo contrario: la abstención disminuyó; los votos blancos y nulos también; los electores que no habían participado en la primera vuelta favorecieron significativamente a Piñera; y el resultado fue casi exactamente el opuesto: 54,6 Piñera, 45,4 Guillier.
Hay en Chile una derecha y una izquierda, lo que suele llamarse duras, de electores que con seguridad no votarían por el respectivo sector opuesto; estimativamente ambas en el orden de un 35% (algo menos que la votación de la coalición de derecha y algo más que la de las fuerzas de centro izquierda en las recientes elecciones de diputados, paralelas a la primera vuelta de la elección presidencial). Hay, por tanto, en realidad, de nuevo tres tercios, como tendió a ocurrir históricamente hasta la elección de Salvador Allende, el tercero algo menor, en el orden de un 30%, pero decisivo en las confrontaciones por la mayoría absoluta.
Ahora bien, la diferencia es que anteriormente el centro tenía organización política propia, representada tradicionalmente sobre todo por el Partido Radical y la Democracia Cristiana. Ocurre ahora que, por el contrario, ya sea por la perduración de la disyuntiva del plebiscito, por la incidencia modeladora del sistema binominal que imperó hasta la reciente elección parlamentaria, por la elección de presidente de la República por mayoría absoluta en un régimen que es marcadamente presidencial, o por todas estas razones a la vez, no hay en el centro ninguna fuerza política organizada, autónoma de la derecha o la izquierda, que sea significativa: los sucesivos intentos por constituirla han fracasado todos y no se vislumbra que en un futuro previsible puedan tener mejor suerte. El electorado de centro fluctúa pues entre la indiferencia y la participación, la derecha y la izquierda, gravitando decisivamente en el resultado de cada elección; y puede relacionarse en especial con el surgimiento y ampliación de sectores medios, el individualismo mercantilista o las aspiraciones ciudadanas de crecimiento y seguridad, habida cuenta de que el notable progreso de la economía y las condiciones de vida en el país mal podrían no tener consecuencias en la estructura social, la cultura y las formas de conciencia.
Así pues, como quiera que se estime que haya sido la redistribución de votos de la primera vuelta entre quienes puedan haberse desistido de participar en la segunda y los dos candidatos entre los que en definitiva se resolvió la elección, hay dos hechos incontrovertibles: primero, la confirmación de que la mayor participación en la segunda vuelta no favoreció a Guillier, sino ampliamente a Piñera; y segundo: que una proporción importante de los votantes del resto de candidatos en la primera vuelta, supuestamente proclives a la candidatura de Guillier en la segunda, en especial de los más importantes, Goić y Sánchez, votó en la segunda por Piñera...
Con razón Guillier declaró recientemente que «los liderazgos políticos están desconcertados». Se refería, por cierto, a los de centro izquierda; la derecha está exultante y persuadida de que puede seguir siendo permanentemente mayoría.