Confieso que no le tengo miedo a la muerte. Estoy consciente que desde que nací estoy simultáneamente muriendo y luchando por vivir más.
Fui criado y educado desde pequeño sin temor a la muerte. Me enseñaron a verla como parte de la vida. Hoy gozo pensando que es mi compañera más inseparable, mi adorable y amada compañera, a la que reto todos los días. Con Carmen Lyra, desde niño, disfruté cómo la muerte se detuvo.
A principios de este siglo XXI, por una cirugía urgente que tuve que enfrentar, descubrí que quizá la forma más rica de morir es en un quirófano, es como quedarse dormido, aunque esto pueda no gustarle a los cirujanos, a sus maravillosas mentes y manos que tratan que nadie se les quede en la sala de cirugías.
Nacen y mueren constantemente nuestras células. Si pudiéramos determinar científicamente esta producción y destrucción de células, y neuronas, probablemente podríamos calcular con bastante exactitud cuanto vamos a vivir.
En 1937, nuestro gran sabio Clorito Picado publicó en París su libro sobre La vacunación contra la senectud precoz. En este libro presentó sus análisis, reflexiones y preocupaciones alrededor de este problema, la senectud y el rejuvenecimiento, las causas que provocaban la senectud, la lucha contra la senectud, la muerte natural y el instinto de la muerte, la inmunización activa contra la senectud precoz. Como se aprecia, el problema de la muerte, de la vejez, es preocupación científica, no solo vital de cada persona.
Contemporáneo de Clorito Picado en París, el científico soviético Metalnikov, publicó su libro La lucha contra la muerte, que fue publicado en español en 1940. Aquí Metalnikov señalaba que la idea de la muerte es de las que más preocupan al espíritu humano. «¿Qué es la muerte? ¿Existe vida después de la muerte?», se preguntaba. Contrastaba entre las doctrinas religiosas y sistemas filosóficos sobre la existencia de la inmortalidad y de la vida eterna y las ciencias positivas, escépticas en ese sentido. Planteándose una serie de inquietudes, sobre el instinto de conservación que empuja a luchar contra la muerte, enfatizaba que en la realidad la vida es la lucha contra la muerte.
En esta dirección apuntaba la importancia de descubrir el sentido de la vida y comprender el objeto de nuestra existencia. En vísperas de la II Guerra Mundial, Metalnikov llamaba a luchar contra la muerte y el exterminio mutuo. Seguimos matándonos de la manera más irracional e impensable que podamos imaginar.
La muerte por sí es real e inevitable. Por el carácter supersticioso que tiene, y religioso que se le da, se le teme, y «para librarse de ese temor», decía Metalnikov, se le glorifica.
Otro científico ruso, Premio Nobel 1908 de Medicina, Metchnikov, también se preocupó de la vejez y de la muerte. Sostenía que era necesario perfeccionar el organismo para la lucha contra las enfermedades y la vejez prematura. Afirmó, que llegaría el día en que el hombre pudiera decir: «Estoy satisfecho de la vida, he conseguido todo, todo lo he probado y quiero morir. Esta será una muerte natural». Para él es «sorprendente comprobar esta profunda anomalía entre el deseo natural del hombre de prolongar su vida, es decir, de combatir la muerte y, al mismo tiempo, observar todos los esfuerzos que realiza creando aparatos mortíferos cada vez mas perfeccionados».
La muerte, en consecuencia, es un hecho real, permanente, inevitable, inherente a todo ser vivo. Así, ¿que debemos entender por la palabra muerte? Es, simplemente, cuando cesan todos los fenómenos de la vida, en todo el organismo, en todo el cuerpo, en todas sus partes, en todas sus células de modo definitivo, porque hay en la naturaleza organismos que poseen la facultad de morir durante un tiempo y de revivir luego, así como los organismos unicelulares pueden reproducirse y multiplicarse permanentemente, que serían los únicos organismos realmente inmortales.
La muerte es también un bien que permite que la especie se renueve, con elementos más jóvenes y más fuertes. La muerte es parte entonces de la adaptación de las especies. Así nuestros hijos son superiores y mejores a nosotros, sus padres, y los nietos superiores a nuestros hijos, y obviamente a nosotros. Nacen nuestros hijos y nuestros nietos con los conocimientos heredados de las generaciones nuestras y de las que nos precedieron. Son cualitativamente superiores y mejores.
Así aprendí a ver la vida desde niño, así la cultivé de adolescente y estudiante, y la he ido madurando con los años. Con la visión científica, inculcada, primero por mi madre, microbióloga, y por algunos de mis buenos profesores, de que la materia no se crea ni se destruye, que tan solo se transforma, he vivido divinamente, como un Dios, sin necesidad de dioses externos que determinen y justifiquen mi existencia, acompañado con la sensual y bella Parca, que hasta hoy nunca me ha abandonado, que con sus bailes seductores aún no me ha atrapado dejándome sin aliento.
Hace una semana acudí a un centro hospitalario para una cirugía ambulatoria, de cuatro horas de duración, con una sedación leve. Al día siguiente volví al Hospital, con una sedación más fuerte, pues se me había abierto una herida de las del día anterior. Los exámenes resultaron normales, la cirugía un éxito, con un obligado reposo de varios días. Mi esposa, médico, y patóloga, amiga de mi Parca, ha disputado su lugar y ha cuidado bien de mí, así como los médicos y enfermeras que finamente me han atendido estos días.
Pero, curiosamente, el pasado miércoles, se dejaron decir, en una radioemisora, que me había dado un infarto, lo que provocó, entre las personas que oyeron esa noticia y que me estiman, aprecian y forman parte de mis amistades, su lógica preocupación.
Tal vez algunos que no forman parte de estos círculos de cercanía se alegraron, ¡alegrón de burro!, como dice el refrán, y se deben haber frustrado…
Bueno… a los que se preocuparon, a los que me llamaron personalmente, a los que me hicieron llegar sus buenos pensamientos, a los que religiosamente también me ofrecieron sus pensamientos y me encomendaron, como me lo han dicho, al Ser Superior en el que creen, a los que me enviaron sus bendiciones y pidieron bendiciones por mí, a todos, muchas gracias por las muestras de sus afectos, buenas intenciones y deseos, y por el cariño y afecto expresado.
Por lo que sé, voy a seguir dando lata un ratillo más. Seguiré escribiendo para los que tengan la paciencia de leerme, aunque no compartan lo que manifiesto. A los que critico les confieso que lo hago con cariño y afecto. No puede ser de otra manera, es tan solo un ejercicio del pensamiento, de un libre pensador a mis casi 72 años.
Como este tema de la cirugía ambulatoria llegó al interior de mi familia, hasta mis nietos, me hizo recordar una anécdota, de hace pocas semanas con mi nieto Julián, de cinco años.
A él, y a sus dos hermanitos, se les murió su bisabuela Isabel, una mujer encantadora, dulce, bella, que radiaba afecto, con una sonrisa estupenda, delicada, fina, de gran sensibilidad. Supo que fue enterrada. Que su sepelio fue al estilo tradicional, y en la misa que se le hizo él estuvo. Y se le habla de su bisabuela como si siguiera existiendo, pues mientras recordemos a nuestros seres queridos nunca los olvidaremos. Así fue también en mi familia. Los antepasados eran vivientes… en ocasiones solo faltaba que se les pusiera plato en la mesa, por la forma cariñosa y respetuosa como se les recordaba y se hablaba de ellos.
Con ese motivo, me preguntó Julián sobre mi muerte. Le dije que yo quería ser incinerado. Mi madre había sido incinerada por voluntad expresa de ella, y sus restos, por su misma decisión, fueron llevados al mar. Igual sucedió con uno de mis cuñados. Otro cuñado, que también fue incinerado, sus restos se pusieron al pie de un árbol en la casa de su hermano mayor.
Le expliqué a Julián qué era el proceso de incineración y cómo se realizaba. Me preguntó si me iban a llevar al mar como a mi mamá. Le dije que no. Que yo prefería que pusieran mi restos, mi ceniza, en el fondo del patio de mi casa, donde he enterrado los perros que durante años he tenido, y que ya han fallecido. Le dije que esos perros habían cuidado la casa y a la familia, y que si me ponían con ellos, igualmente, me seguirían cuidando. Esta idea me parece que le gustó. Conoce los perros que tengo, y más grandes que él, juega con ellos, junto con sus otros hermanitos, les da de comer y hasta han participado del baño que se les hace.
Otro día, que vino a la casa, Julián quiso ver el lugar donde estaban enterrados los perros. Lo llevé al sitio, donde no hay ningún monumento, ni lápida, ni tumba alguna. Allí hay unas cuantas matas de bananos que nunca han dejado de dar unos bananos de un sabor exquisito. Ese día Julián quedó satisfecho con haber conocido el sitio donde reposan los perros.
Recientemente, antes de que me internaran a esta cirugía ambulatoria de hace ocho días, se me acercó, casi premonitoriamente, y me dijo: «Abu, quiero ir a ver donde es que te vamos a sembrar», siendo la frase y el concepto más lindo que he oído sobre mi muerte…dónde me van a sembrar…
La muerte como siembra…no como entierro, no de dejar una cosa debajo de la tierra haciéndola desaparecer. Sabe Julián lo que es la siembra porque le he enseñado a sembrar chayotes, que también recoge en mi patio, pero que también sembró en el suyo, un patio muy pequeño, que le permitió ver germinar la mata.
Sabe que la siembra da frutos…sabe que se siembran semillas…sabe que la vida se reproduce en la siembra con sus frutos…Sabe también que él es el fruto de la siembra de sus padres.
En su inocencia, en su gentileza de pensamiento vivaz y filosófico de niño, al menos me vio, en su siembra, en la que él quiere realizarme, en la posibilidad de que siguiera dándole el fruto del goce de nuestra relación, y del cuido que ha de sentir de esta relación…al menos sabrá que en los bananos que allí se producen, cuando allí me depositen, me recordará renaciendo en cada racimo de bananos…