En alguna de las múltiples intervenciones públicas de Luis Mateo Díez Merino (sillón «I» mayúscula de la RAE y patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española), ha explicado el académico la importancia de la tradición de la oralidad, la palabra dicha, «ese recuento de las viejas historias anónimas, el comentario de la vida».
Así lo ha dicho a lo largo y ancho de España y así lo ha contado por mundo, al hacer referencia al filandón –también dicho calecho o calechu–, esa fórmula de reunión vecinal que se organizaba casi de forma espontánea en torno a una hoguera en alguna de las casas de las aldeas y pueblos de las comarcas leonesas y adyacentes astur-galaicas.
De hecho, la etimología de este vocablo típico leonés, «filandón», parece ser una derivación del asturiano filazón, procedente a su vez del latín filum, es decir, “hilo”. Como explica otro ilustre literato leonés, don Juan Pedro Aparicio, el filandón se celebraba en un entorno de aislamiento durante las frías noches de invierno, prácticamente incomunicados y cercados por la nieve.
Vamos, que no se podía hacer otra cosa más que estar en casa, y aprovechar el momento para labores hogareñas. Y como los leoneses son gente hacendosa de toda la vida, pues unas, las mujeres, se entregaban a la aguja y el hilo, mientras los otros, los hombres, navaja en mano, aprovechaban para arreglar aperos y herramientas, tallaban los típicos zuecos o «madreñas»...
Y en el entretanto, unas y otros, charlaban, conversaban y contaban sucedidos, cuentos y leyendas, historias de lobos, amores y desamores... y cantaban canciones del folclore tradicional. Tal como lo cuenta la Academia de la Llingua Asturiana en su libro Costumbres de Asturias (1938), la escena quedaría descrita más o menos así:
«En un lugar, bajo de techo, alumbrado con luz de saín, aparecen hilando, sentadas en banquillos y tayuelas casi todas las mujerucas de la aldea. Un poco apartadas agrúpanse las jóvenes, ocupadas en la misma labor. Es noche de sábado y en tales noches acuden al filandón los mozos de la aldea y algunos de los vecinos. Las jóvenes cuchichean; las viejas conversan...».
Bueno, pues esto mismo, en las comarcas leonesas. Como subraya Luis Mateo Díez, en estos encuentros los moradores se reunían en torno al «puro comentario de las cosas que pasaban». En realidad, nos insta a reconocer un auténtico «antecedente de las veladas literarias, la palabra y la sabiduría de contar las cosas». Y como subraya su paisano, Juan Pedro Aparicio, «eran veladas con una vocación socializadora y cultural, de interés por la vida y por el mundo. Era un modo de entender el mundo mejor, con lo que decían unos y otros».
Esta reverencia a la transmisión oral y comunicación social tradicional, la perseverancia en su conservación, mantenimiento y transformación en literatura escrita, en palabra y verbo cultivados, eleva a León a una posición destacada en la cultura española contemporánea. Así, esa especie de «especial informativo», tertulia rural, analítica y festiva, se ha erigido en genuino movimiento literario, que brota a partir de aquellas noches de invierno, con los caminos y veredas cerrados por la nieve.
Como lo escribe Luis Mateo Díez en Días del Desván: «La nieve era la vendimia del invierno y anunciaba los bienes de una larga cosecha que florecía en los frutos blancos. Llegaba al Valle como una sorpresa que todos los años se repetía, porque casi siempre disfrazaba su advertencia en el temblor helado que la presagiaba, y el presagio se incumplía una y otra vez hasta que, de pronto, amanecía el Valle helado».
Hoy día, esta tradición está siendo reivindicada y recuperada por un considerable número de instituciones, grupos y asociaciones culturales, que cada vez con más frecuencia programan entre sus actividades la recreación de esta suerte de herencia secular. En estos filandones, todas las edades de la familia participan de cuentos y cuentacuentos, narradores, juegos tradicionales, viandas y orujos, canciones y tonadas de la tierra con la zanfoña y la chifla y el tamboril...
Pero aún más, la denominada «mafia leonesa» –escritores de León unidos por el talento narrativo, la amistad y el amor a las tradiciones leonesas y castellanas, a las «fuentes de la memoria» y su aspiración a convertirlas en universales–, eminentes autores como los citados Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez, José María Merino, Julio Llamazares, Agustín Delgado, Pedro Trapiello Láncara, Antonio Pereira... se ha empeñado en las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI en relanzar, difundir, divulgar y engalanar esta entrañable expresión de cultura rural nacida en los crudos inviernos leoneses.
«La cuitada de mía madre,
madre del mío corazón
peinsa que estoy en mía cama,
y estoy en lo filandón.
Por nacere filandrera
noun me repares, galán,
que soy buena filantrona
y noun paro de filar.
Con la mía roca, con el mío fuso,
Doile al sarillo pa amadejar,
que un pardo fino de lana e lino
con mil amores te haré en el telar».
Fragmento de El Filandón.
Canción transmitida de viva voz del «Cancionero Berciano».